jueves, 25 de febrero de 2010

Las dudas de Allamand

Con la franqueza y el dudoso sentido de la oportunidad política a los que nos tiene acostumbrados, Andrés Allamand se atrevió a decir lo que en la derecha muchos piensan pero casi todos callan: en la Coalición dolió la decisión de excluir a los políticos del gabinete nombrado por Sebastián Piñera. Y aunque no es imposible que Allamand esté respirando por la herida, eso no implica necesariamente que esté equivocado. De hecho, las destempladas réplicas que recibió de algunos de sus propios correligionarios sugieren que simplemente puso el dedo en la llaga, allí donde duele. Como sea, es indudable que Allamand tiene esa curiosa capacidad de decir cosas ciertas en el momento equivocado, y en esta oportunidad parece haber sido fiel a sí mismo.

En cualquier caso, no hay duda que Piñera cumplió con lo prometido: autonomía respecto de los partidos. Ese es el diseño elegido, y la única pregunta que quedó abierta es si acaso no fue demasiado lejos. La inusitada (y desproporcionada) expectación que ha rodeado el nombramiento de los subsecretarios se explica un poco por eso: ¿cómo resolverá Piñera el dilema que él mismo creó? ¿retrocederá en lo obrado o insistirá en su lógica? Por un lado, si nombra políticos aparecerá cediendo frente a las presiones partidistas: justo lo contrario de lo prometido. Además, es difícil saber cuánto puede atenuarse el problema de fondo con la inclusión de políticos en las subsecretarías: por definición, quienes están en primera línea enfrentando los conflictos son los ministros. Poco le habría servido a Martín Zilic, por dar sólo un ejemplo, el haber contado con un subsecretario “político”. Pero por otro lado, es obvio que no sirve de nada comenzar un gobierno con los partidos pintados de guerra. En rigor, estos problemas no admiten solución ideal y todo pasa por no olvidar los riesgos propios de cada solución.

Uno de esos riesgos quedó magníficamente expuesto esta semana con el debate sobre el impuesto a los combustibles. El nuevo gobierno ha dado, al menos, tres versiones distintas en un tema complicado, lo que muestra a todas luces falta de manejo político. Aunque es posible que, desde el punto de vista técnico, no quepan dudas sobre lo que corresponde hacer, no se puede anunciar una medida impopular para luego vacilar, anunciar en seguida medidas paralelas, y al final dejarlo todo en el aire en medio de fuertes presiones parlamentarias del propio sector: no se puede improvisar tanto en una materia tan sensible, menos si se ha hecho tanta gárgara con la "excelencia".

Por otra parte, hay que recordar que en el gabinete no sólo predominan los técnicos, sino también los empresarios y la verdad es que es legítimo preguntarse —más allá de los logros que cada uno pueda mostrar en el mundo privado— qué tipo de gestión llegarán a imponer al sector público. Creer que para gobernar un país bastan los criterios técnicos y/o empresariales es, en el mejor de los casos, una ingenuidad de marca mayor y, en el peor, la crónica de un fracaso anunciado. Y si algún despistado cree que el comité político ideado por Piñera es algo más que un bonito volador de luces, se va a decepcionar pronto.

El nuevo gobierno tiene además una paradoja difícil de tragar para los viejos tercios de la derecha: si obviamos a esa incógnita única en su especie llamada Joaquín Lavín, el político de mayor tonelaje del gabinete es Jaime Ravinet, que no es de la Coalición. Ravinet es sin duda el ministro con más experiencia y peso específico del gabinete, y cabe preguntarse porque en Defensa se decidió incluir a un político y en la Cancillería a un empresario, por mencionar una cartera análoga. ¿Acaso los políticos dignos de integrar el gobierno tienen que venir de la Concertación? La señal tiene tanta claridad como complicaciones internas: si usted es político y quiere ser ministro, más le vale no ser de derecha.

Por cierto, el gran conflicto que esta polémica deja ver, no hay que ser adivino, es el de los liderazgos futuros, pues muchos apuestan que habrá al menos dos gobiernos de derecha. Si desde el parlamento es difícil proyectar una carrera hacia la Moneda, y si Piñera no da mucho espacio en su gabinete, habrá varios que, guste o no, buscarán caminos propios. Y aquí, me parece, está la cuestión de fondo: si el diseño excluye a los políticos para que nadie le haga sombra a Piñera, el error es grave y puede pagarse caro. Michelle Bachelet intentó algo parecido, sin mucho éxito desde el punto de vista político. Por lo demás, Piñera ya llegó a la Moneda y es dudosa la utilidad de excluir completamente a quienes pueden ser útiles: quizás sería mejor, como sugería Maquiavelo, encauzar esas ambiciones en beneficio propio. Por ahora, el hecho es que Piñera optó por un camino, camino que no será modificado en lo sustancial aunque se nombren subsecretarios "políticos", y en pocos meses más sabremos cuán razonables eran las dudas de Allamand.

Publicado en el Mostrador el viernes 19 de febrero de 2010

viernes, 12 de febrero de 2010

La apuesta del gabinete

El martes por la tarde, Sebastián Piñera anunció finalmente los nombres que lo acompañarán en la primera etapa de su gestión en el gobierno. Y aunque la meticulosa puesta en escena hizo dudar por momentos si asistíamos a un acto político o a un espectáculo, el hecho es que los nombres fueron develados.

Quizás lo primero a señalar es que el presidente electo cumplió varias de sus promesas de campaña. La primera, y quizás la más importante, es que los ministros fueron elegidos con total independencia de los partidos de la Coalición: hay muchos más independientes que militantes, y éstos últimos no destacan, en general, por llevar una vida partidaria muy activa.

La señal puede ser incómoda para algunos, pero tiene el mérito de ser nítida y nadie puede confundirse al respecto: Piñera quiere gobernar con autonomía total. Tampoco hay mucho donde sorprenderse, pues la carrera política de Piñera siempre fue un poco más personal que partidaria y su campaña presidencial fue pensada y realizada al margen de los partidos. La estrategia es coherente con lo prometido, pero también abre flancos que sería absurdo negar, más allá de las declaraciones de buena crianza.

Piñera no puede estirar demasiado la cuerda si no quiere comprarse problemas difíciles. Dicho de otro modo, los partidos deben estar ni tan cerca ni tan lejos. Desde luego, el equilibrio es difícil de lograr y pasa por una adecuada dosificación de acercamientos y distancias, pero por lo pronto es obvio que la UDI no debe sentirse demasiado satisfecha con lo obrado.

Otro mérito importante del nuevo gabinete es la inclusión de rostros jóvenes y capacitados, que no cargan con mochilas de ninguna especie. Así, es indudable que personas como Felipe Kast, Ena von Baer o Felipe Bulnes pueden representar un gran aporte a la calidad de nuestra política y, por lo mismo, no cabe sino alegrarse por el espacio que Piñera les da para jugar: ahora sólo les queda confirmar la confianza. Nadie podría dudar tampoco de la capacidad técnica y académica que tienen muchos de los ministros, y es mucho mejor tener a gente bien preparada que a gente mal preparada, más allá de la crítica vacía.

Ahora bien, es cierto que al prescindir de los políticos Piñera optó por un gabinete en el que predominan técnicos y empresarios y en eso, como en toda apuesta, hay riesgos y oportunidades. Pero es una consecuencia obvia de su posición respecto de los partidos: no se puede conformar un gabinete con autonomía de las tiendas políticas sin caer en cierto tecnocratismo. Toda la cuestión radica en estar consciente de los riesgos implícitos en la decisión.

Por cierto, quizás el principal peligro sea el pretender que la capacidad técnica basta para resolver todos los problemas, como si esa fuera la única dimensión a tomar en cuenta o, peor aún, como si el país fuera algo así como una enorme empresa cuya única particularidad sería el tamaño. Una pretensión de ese tipo olvidaría esa inteligente observación de Aristóteles, quien anotaba que la autoridad política difiere cualitativamente de otros tipos de autoridades pues se ejerce sobre ciudadanos libres e iguales.

Se trata de una ilusión peligrosa porque, entre otras cosas, es políticamente inoperante: muchos han recordado con cierta razón la malograda experiencia de Jorge Alessandri. Además, para manejar conflictos se requiere cierta habilidad política que no es seguro que todos los ministros tengan.

Mención aparte merece la Cancillería: la elección de Piñera es, al menos, curiosa considerando los enormes desafíos diplomáticos que Chile debe enfrentar en el futuro inmediato. Por cierto, hay que darle tiempo al nuevo canciller para que desarrolle su trabajo, pero es de esperar que su nombramiento no tenga nada que ver con esa peregrina idea, tan propia de cierta derecha chilena, según la cual el ministerio de Relaciones Exteriores no debería ser mucho más que una agencia comercial. Por otro lado, el gabinete quizás abusó del recurso a empresarios en carteras sensibles.

Piñera debiera cuidarse, aunque fuera sólo desde un punto de vista táctico, de que su gobierno se parezca mucho a un club de amigos, pues la sola imagen resulta dañina. No se trata de hacer un gabinete representativo, pues no es ésa su función, pero tampoco se puede caer en el vicio opuesto de recurrir siempre al mismo círculo cerrado, al que la mayoría de los chilenos no tiene acceso.

Por último, en lo que respecta los conflictos de interés, es obvio que deben ser eliminados sin sombra de dudas. Y no es la Concertación quien puede dictar clases de moral en esta cuestión, como si en los últimos veinte años ningún ministro hubiera tenido intereses en el sector privado, como si en los últimos veinte años ningún personero oficialista se hubiera paseado impunemente entre los mundos público y privado. No obstante, al mismo tiempo es menester agregar que es complicado exigir de los ministros, con instructivo incluido, algo que el propio Piñera se resiste a hacer con Chilevisión. En estas materias, lo mejor es siempre predicar con el ejemplo.

Publicado en El Mostrador el viernes 12 de febrero de 2010

lunes, 8 de febrero de 2010

La nueva travesía opositora

Durante veinte años, la Concertación demostró una extraordinaria habilidad política para usar y conservar el poder. Hasta hace no mucho, siempre supo leer los distintos escenarios, dar las respuestas adecuadas y, si la situación lo exigía, idear artilugios para salir del paso en momentos complicados. Así, la oposición se encontró siempre en una posición un poco curiosa, como si fuera imposible que un día pudiera ganar. Y aunque Joaquín Lavín rozó la gloria hace ya varios años, su triunfo hubiera sido una especie de desafío a la lógica política: Ricardo Lagos no podía perder una elección que llevaba tantos años preparando.

Sin embargo, como todo en la vida, la Concertación sufrió un proceso de descomposición orgánica cuyos síntomas se fueron haciendo evidentes conforme pasaba el tiempo, y que terminó con el triunfo de Sebastián Piñera. De este modo se enfrenta hoy a la difícil tarea de ser oposición a un gobierno democráticamente elegido. Y digo difícil porque no está preparada para serlo: su única experiencia en la materia data de los años ’80 cuando las condiciones eran muy distintas. Además, no es fácil ser oposición en Chile: las últimas semanas han dejado claro el enorme poder de iniciativa política del que goza el Presidente, quien domina la agenda sin muchos contrapesos. Esto último es sin duda problemático, pero no será la coalición que usó y abuso de ese poder durante veinte años la que pueda quejarse ahora que le toca mirar desde fuera.

Por lo mismo, la travesía opositora de la Concertación está plagada de riesgos, de falsas pistas, de idas y vueltas y de quimeras. Se necesita mucha lucidez para responder bien a los desafíos, pero dicha virtud no parece abundar en las filas concertacionistas. Héctor Soto ha dicho que se necesitan héroes de la retirada, y tiene razón. Pero el problema es que no es muy claro quiénes estarían dispuestos a jugar ese rol tan imprescindible como ingrato: tenemos más bien una buena cantidad de viejos políticos aferrados a sus escuálidas cuotas de poder. En cualquier caso, tienen mucho más aspecto de náufragos que de héroes. Tampoco hay un líder, o un grupo de líderes, capaces de poner algo de orden y de orientación allí donde reina el desconcierto.

Algunos sugieren que Michelle Bachelet podría asumir un papel relevante, pero no hay que olvidar que su popularidad orwelliana está construida desde la distancia con la política, y es poco probable que esté dispuesta a bajar al pantano. Su popularidad es tan elevada como inútil desde el punto de vista político —y si alguien tiene dudas, puede preguntarle a Eduardo Frei. Por su parte, Ricardo Lagos busca promover una generación de recambio que asuma un liderazgo más nítido, pero ya el mismo hecho que dicha generación necesite padrinos deja claro lo débil de la propuesta. No hay mejor postal de lo artificial de la situación que el discurso del mismo Lagos la noche del domingo 17. Dicho de otro modo: o bien los más jóvenes (que en verdad ya no son tan jóvenes) se imponen por su propia fuerza política, sin padrinos y sin subsidios de ninguna especie; o bien terminarán cayendo por su propia debilidad. En política los espacios se ganan por méritos propios, y todo el resto es pura ilusión.

Por de pronto, y mientras la nueva oposición busca su lugar y su acomodo, Piñera tiene amplio espacio para jugar. Y ya lo ha hecho dos veces: con la democracia de los acuerdos y con el gobierno de unidad nacional. Ambas propuestas son, desde luego, completamente artificiosas y carentes de sentido, pero el hecho es que rentan, y mucho. La democracia de los acuerdos tuvo su importancia en un determinado momento histórico, pero sugerirlo hoy de modo abstracto tiene como único objeto confundir al adversario. Y, de hecho, la Concertación no ha encontrado una respuesta satisfactoria al acertijo.

Algo semejante ocurre con el gobierno de unidad nacional: si el concepto puede ser razonable en tiempos de crisis, en situación de normalidad gobierno y oposición deben distinguirse y cumplir cada uno con su papel, como ocurre en toda democracia sana. Pero con la sola sugerencia, Piñera descoloca a la Concertación dejándola en una posición incómoda, sin respuesta coherente.

Si la Concertación cae en trucos tan infantiles, que son además idénticos a los que ella misma practicó durante veinte años, es porque no tiene ni discurso ni liderazgo. No tiene, en rigor, nada muy preciso que ofrecer, y ni siquiera las críticas a los flancos abiertos de Piñera son muy asertivas. Y si bien es obvio que luego de veinte años en el poder la cuestión no tiene nada de raro, lo cierto es que mientras antes empiecen a pensar en serio, antes podrán aspirar a volver al gobierno. Pero si se enfrascan en discusiones estériles y en luchas internas por el control de los partidos, su travesía podría durar algo más que cuatro años.

Para salir de la oposición se necesita un discurso y un liderazgo bien definidos, y todo parece indicar que la Concertación no tiene por donde lograr algo así en el corto o mediano plazo. Es lamentable no sólo por ellos, sino porque la democracia necesita una oposición fuerte capaz de ejercer un contrapeso efectivo. De lo contrario, el sistema queda cojo, y nada bueno puede salir de ahí.

Publicado en El Mostrador el viernes 5 de febrero de 2010

Tres desafíos de Piñera

En los últimos días, la derecha chilena ha podido concretar aquello que llevaba tantos años soñando: alcanzar el poder. Si bien Piñera aún no asume formalmente su cargo, todos sabemos que el fenómeno relevante se produjo la noche del 17, y el cambio fue tan profundo que carecemos de perspectiva para apreciarlo.

En efecto, cuesta acostumbrarse a la nueva situación: el sector que parecía tener eterna vocación de minoría alcanzó la presidencia, y el otro fue derrotado en las urnas después de acumular tantos triunfos que se les olvido hasta perder.

De hecho, una de las grandes oportunidades de Piñera pasa un poco por aquí: en la nueva oposición prima la confusión cuando no la desesperación, y son muy escasos quienes conservan la lucidez necesaria para leer correctamente el nuevo escenario político. Por lo mismo, a esta Concertación le tomará tiempo encontrar su lugar y dar con el tono adecuado. Eso le permitirá al nuevo presidente desplegar su propia agenda e intentar dividir a la Concertación, ofreciéndole así una dosis de su propia medicina.

Sin embargo, Piñera también enfrenta desafíos de importancia, y buena parte del éxito de su gobierno depende de cómo logre resolverlos en los días que vienen. El primero de ellos tiene que ver con la conformación de sus equipos. No hay que ser un genio para imaginar el tipo de presiones que, más allá de las declaraciones públicas, los partidos de la Coalición deben estar ejerciendo a todo nivel —ministerios, subsecretarías, intendencias, jefaturas de servicios. Y no es nada de raro, pues el apetito es proporcional a la cantidad de años que se ha estado mirando la fiesta por la ventana.

No obstante, en esto Piñera debe ser inflexible y honrar sus compromisos: nada de cuoteos. Y si bien es obvio que debe tomar en cuenta la configuración política de la alianza que lo respalda, no puede aceptar listas cerradas de nombres o exigencias de cualquier especie. Si lo acepta, habrá perdido la primera batalla con los partidos políticos, y la primera batalla suele ser la más importante. Si lo acepta, su gobierno comenzará asumiendo para sí los peores vicios de la Concertación. En cambio, si Piñera envía una señal clara y decidida, en el momento en el que tiene la fuerza política para hacerlo, se ahorrará muchos problemas de cara al futuro.

La conclusión es clara: nada de ternas para los cargos, y menos aún exigencias de pureza casi racial para integrar el comité político: ese tipo de imposiciones no son ni sanas ni democráticas.

Un poco por lo mismo, sería un enorme error nombrar ministros a parlamentarios en ejercicio. Por muchas que sean las ganas y la vocación del senador Longueira, él fue elegido para legislar. Además, esta posibilidad se enfrenta a un mecanismo de reemplazo bastante impresentable: en caso de renuncia, son los partidos los encargados de nombrar al sucesor, y no hay reemplazo si se trata de un independiente.

La Constitución de Lagos instauró así dos categorías de parlamentarios y, por ende, dos categorías de ciudadanos. El hecho final es que, si Longueira es nombrado ministro, unos pocos dirigentes de la UDI tendrán el curioso y exorbitante privilegio de nombrar a dedo al reemplazante de un senador electo con más de trescientos mil votos. Aunque es cierto que la democracia representativa tiene bastante de ficción, llevar las cosas a ese extremo puede ser peligroso.

En segundo término, Piñera debe abandonar cuanto antes esa detestable práctica de las pautas periodísticas —y los medios deberían abandonar la práctica de aceptarlas. Considerando que sigue siendo dueño de Chilevisión, su conducta en esta materia no puede dar lugar a ningún tipo de dudas o reproches: el periodista decide las preguntas y el entrevistado decide cómo y qué responde. Pero si esa diferencia esencial entre uno y otro se difumina, se vuelve difusa también la distinción entre prensa seria y agencias de comunicación. (Por cierto, uno esperaría también que los medios informaran explícitamente si una entrevista ha sido pauteada: así podríamos saber si los temas tratados fueron fruto de una legítima decisión profesional o de la mera voluntad del entrevistado).

Piñera debe comprender que hay mucha gente esperando que se equivoque y que, por tanto, su relación con la prensa no puede estar cruzada por malos entendidos.

Por último, el presidente electo debe deshacerse lo más rápido posible de sus intereses empresariales. Si ya era difícilmente explicable que un candidato presidencial fuera dueño de un canal de televisión y de una línea área, la cuestión resulta un poco inadmisible en las actuales circunstancias. Es llamativa la improvisación con la que se enfrentó un tema que era cualquier cosa menos sorpresivo: han abundado las respuestas ambiguas y las aclaraciones confusas allí donde todo debería haber estado perfectamente planificado y previsto desde hace varios meses. En lugar de calificar de miserables a quienes lo critican, Piñera haría bien en trazar, de una buena vez, una distinción nítida entre intereses públicos e intereses privados, y evitar así que el foco de atención este puesto en sus asuntos personales más que en su gestión.

Desde luego, la principal tarea es realizar un buen gobierno. Pero si resuelve bien estas cuestiones, podrá despejar su radio de acción y abocarse a cumplir su ambicioso programa. De lo contrario, perderá tiempo y energía vitales en discusiones estériles y dando explicaciones que no satisfarán a nadie. No hay que olvidar que cuatro años no es un período muy largo y que, por lo mismo, cada minuto vale oro.

Publicado en El Mostrador el jueves 28 de enero de 2010