viernes, 30 de abril de 2010

Un diario y muchos problemas

Si hace algunos meses, el entonces candidato presidencial Sebastián Piñera decía que, de ser electo presidente, La Nación sería vendida, hoy sabemos que las cosas han cambiado un poco: la vocera -acostumbrada ya al rol de negar las promesas de campaña- nos ha informado que los planes del gobierno no contemplan la posibilidad de deshacerse del diario estatal. La decisión tiene un poco de absurdo si consideramos los dilemas insolubles que, inevitablemente, se irán acumulando si el ejecutivo insiste en conservar el control del periódico.

Por un lado, se trata de un medio que durante décadas ha estado mucho más cerca del panfleto que del periodismo serio y responsable (y hasta eso es dudoso porque hacer un buen panfleto es un arte, y La Nación nunca anduvo cerca de lograrlo). Como era de esperar, le pasó lo que le pasa a todo medio instrumentalizado de modo más o menos burdo: perdió toda credibilidad y toda capacidad de influir en la agenda. El reto de hacer de La Nación un diario creíble es simplemente gigantesco, y es más que dudoso que pueda lograrse en el corto o mediano plazo. Y en cualquier caso, las últimas polémicas no han contribuido mucho a mejorar las cosas.

Como si esto fuera poco, también hay que considerar los líos políticos que genera la administración de un diario. En efecto, todos quienes componen la coalición gobernante quieren tener influencia y sus propias cuotas de poder en la determinación de la línea y de los contenidos. En esas condiciones, dar con un director y con una orientación aceptada por todos se parece mucho a la cuadratura del círculo. Lo gracioso es que están dispuestos a matarse por un medio cuya influencia real es casi nula: mejor no imaginar cómo sería si las circunstancias fueran distintas.

De hecho, la primera solución ideada fue la de hacer un diario centrado en cultura y deportes. No hay que ser un genio para deducir que el único propósito de la propuesta era hacer un diario incoloro que no molestara a nadie, lo que viene siendo algo así como la negación del buen periodismo. En otras palabras, buscaban convertir a La Nación en un diario aún más invisible de lo que es. En esas circunstancias, la propuesta bien podría haber sido un diario dedicado a la decoración y la astrología, o a la decoración y los automóviles, pues daba lo mismo. La única condición: no tocar temas sensibles.

En principio, no soy contrario a que el Estado sea dueño de medios de comunicación. Bajo ciertas circunstancias, puede ser justificado, si acaso hay una concentración excesiva en la industria, o si la agenda es muy monotemática y alejada de los temas públicos. Pero eso supone, por cierto, dos requisitos. El primero tiene que ver con distinguir los intereses públicos de los intereses del gobierno de turno, pero sabemos que eso es algo imposible en la configuración actual, donde el Presidente nombra a la mayoría del directorio. La dependencia es demasiado directa y la tentación inevitable. Y el segundo requisito, que parece obvio, es que ese medio debe tener una vocación pública, esto es, debe prestarle especial atención a las cuestiones colectivas. Sin embargo, la salida sugerida por el directorio buscaba más bien evitar ese tipo de temas, lo que no puede sino ser un poco sospechoso.

Así, el gobierno ha confirmado con su actitud esa vieja enseñanza de Montesquieu: nadie está dispuesto a renunciar al poder de modo libre y voluntario. Aunque las promesas de campaña hayan sido otras, el gobierno ha optado por conservar el goce y disfrute del diario La Nación: quién sabe si, en algún momento, puede ser de alguna utilidad. El poder se empieza a parecer al anillo de Frodo: una vez que se tiene, no se puede dejar; una vez que se posee, es él quien manda. El único modo de atenuar estos síndromes tan lamentables como comunes es el de tener un plan de acción bien definido, un marco en torno al cual ir tomando decisiones coherentes con un plan general. Pero todos sabemos que el gobierno carece de algo así y que, hasta ahora, va improvisando y resolviendo el día a día. En ese sentido, el episodio no tiene tanto de sorprendente como de preocupante.

Publicado en El Mostrador el viernes 30 de abril de 2010

En busca de un relato

La discusión en torno a una eventual alza de impuestos impulsada por el propio gobierno, ha dejado ver varios fenómenos interesantes. Y aunque es obvio que la discusión está cruzada por la catástrofe que sufrió nuestro país hace pocas semanas, el tema tiene un alcance mucho más largo, pues devela algunos aspectos interesantes de la nueva situación política.

Por un lado, ha quedado abierta una línea que divide al oficialismo: mientras una parte adhiere al credo del libre mercado de modo bastante dogmático, otra parte, más atenta a las variables políticas, está dispuesta a sacrificar un poco de ortodoxia neoliberal con tal de obtener algunos dividendos. El problema no admite una respuesta unívoca, y ambos bandos tienen buenas razones para defender sus respectivas posiciones: mientras para unos resulta un poco absurdo comenzar a gobernar con las ideas del adversario, para otros es imprescindible dar señales de independencia frente a los empresarios. Las posiciones están enfrentadas, y sólo queda esperar la decisión del Presidente: la manera en que la cuestión sea zanjada marcará inevitablemente la primera parte de su mandato.

Sin embargo, más allá de las divisiones circunstanciales, quedan en el aire algunas dudas dignas de notar, que tienen que ver con la orientación que Piñera quiere imprimirle a su administración. Y lo curioso —y preocupante— es que ni él parece estar muy seguro de lo que quiere hacer. Así, el gobierno parece andar buscando un discurso que le otorgue una dirección y que le permita al mismo tiempo dominar la agenda. Lo preocupante es que todo esto supone que, hasta aquí, no hay una carta de navegación bien definida.

Quizás esto no sea tan sorprendente si recordamos que, durante su campaña, Piñera no fue precisamente un candidato de definiciones demasiado precisas. De hecho, siempre privilegió las declaraciones de buenas intenciones y los lugares comunes en lugar de las propuestas concretas. En una palabra, evitó toda definición que pudiera complicarlo desde el punto de vista electoral. Es posible que ese modo de hacer campaña haya contribuido a su triunfo en enero, pero la verdad es que no se puede gobernar de la misma manera que se hace campaña, y algunos parecen no haber comprendido bien esa diferencia sustancial. La táctica que fue tan útil durante la campaña, pues permitió aunar voluntades muy diversas, no lo es tanto una vez alcanzado el poder. Ya no bastan las palabras ni el activismo febril. Ahora se requieren decisiones, decisiones que sólo cobrarán relevancia política si están insertas en una estrategia global. Es una perspectiva radicalmente distinta a la utilizada en la campaña y que exige otro tipo de aptitudes: allí donde bastaba un buen juego de piernas, hoy se necesita una visión de largo plazo; allí donde bastaba una respuesta rápida e ingeniosa, hoy se requieren decisiones que deben considerar muchas variables.

En ese sentido, ni el terremoto le ha servido al gobierno para dar con una respuesta más o menos coherente. No se trata de verlo todo negro, pues el gobierno ha tenido aciertos —y también errores— pero queda la sensación de que falta algo. El objetivo de la eficiencia puede ser loable, y puede bastar en otros planos de la vida, pero en política no es suficiente, ni de lejos. Tampoco se ve muy claro dónde podría encontrar el oficialismo lo que tanto busca: estas cosas no se improvisan de la noche a la mañana y son, en general, el fruto de una larga reflexión, personal o colectiva. Y la discusión sobre los impuestos ha demostrado que, ni siquiera en un tema tan sensible como el tributario, ése trabajo ha sido hecho.

Alguien podría objetarme que es el signo de los tiempos. Que, de aquí en adelante, tendremos que conformarnos con gobiernos administradores que no encarnarán ya una determinada visión del país, sino que se limitarán a satisfacer mediocres ambiciones tecnocráticas más o menos discutibles. Sin embargo, si algo ha dejado claro el primer mes de Piñera es que se necesita algo más, y es justamente lo que el gobierno anda buscando: un relato que aporte consistencia allí donde hay mucha generalidad, un relato que cohesione a un oficialismo que no puede ordenarse, un relato, en fin, que dote de sentido una acción política que no encuentra orientación. Bonito desafío.

Publicado en El Mostrador el viernes 9 de abril del 2010

sábado, 3 de abril de 2010

Conversando con Pancho

-Pancho, ¿no crees que esta vez fuiste muy lejos?

-Pero, ¿dónde estaría el problema?

-¿Qué es eso de ganar con déficit o perder con superávit? ¿Dónde queda toda la cháchara de la ética republicana, los intereses superiores de la patria y todo eso? ¿No se trataba de pensar primero en Chile?

-No me vengas con idealismos baratos, que ya nadie los compra. Es la regla de la política, ni más ni menos. Yo sólo digo en voz alta lo que todos piensan, lo que todos saben, y lo que todos hacen. ¿Acaso me lo vas a negar?

-No sé, no sé. Me confundes como siempre. Tu lógica me recuerda la intrepidez de Maquiavelo, aunque él mismo sugiere que ciertas cosas no deben decirse, y por eso mismo los políticos leen El Príncipe sin admitirlo.

-Bueno, es que yo siempre he sido así, francote. Tú me conoces.

-Sí, claro, hace mucho tiempo. A veces pienso que demasiado. Igual, para qué te voy a mentir, siempre he admirado tu sinceridad. Y también tu energía, yo no podría vivir a tu ritmo. Me habría muerto quince veces.


-No, si no es tan difícil. Con cigarro se puede. Además, duermo muy bien.

-Me parece excelente, pero no te arranques, hay cosas que quiero aclarar. Tú sabes que siempre voté por ustedes. Es cierto que a veces tuve dudas, pero la derecha nunca me convenció. También sé que la política tiene sus códigos y sus lógicas. Pocas cosas me sorprenden a estas alturas. Pero no puedo negar que tu confesión, tan abierta y tan sincera, me dejó un poco perplejo. Por ejemplo, no sé si te interpreto bien, pero deduzco que tú prefieres conservar el poder arruinando al país antes que perder una elección. Y eso supone, en el fondo, que Chile no te importa mucho más que un pepino, ¿es así?

-No pues, no pues. Yo te lo voy a explicar. Te lo voy a explicar diez veces si quieres. No se trata de eso. Se trata de que nosotros representamos lo mejor para Chile, nosotros somos los únicos que sabemos gobernar este país en serio. Por lo demás, el voto popular es nuestro y lo de enero fue sólo un lamentable accidente. Pero lo central es que no hay que fijarse mucho en medios cuando está en juego lo crucial: lo peor que le ha ocurrido a Chile es la derecha. Lo sabes bien.

-Lo sabía, sí, pero a veces me hago preguntas. Pero Pancho, dime otra cosa, ¿en el fondo, tú crees que un Chile con déficit y con Concertación es mejor que un Chile con superávit y con derecha?

-Pero, ¿qué significa el déficit?, ¿quién lo paga?, ¿acaso tú, yo, tu mamá? Nada viejo, son locuras, cuentos inventados por esta gente que se tomó Teatinos por veinte años. A lo mejor son muy expertos, escriben papers maravillosos y publican en revistas indexadas, pero no entienden nada de política. Yo soy po-lí-ti-co, y en política las cosas han sido siempre así. Los déficits no importan, son irrelevantes políticamente. ¿Quieres que te haga un dibujito?

-Pero Pancho, no te enojes.

-No, si no me enojo, tú sabes que soy apasionado para explicar las cosas. Lo que te quiero decir es: lo importante era evitar que la derecha llegara al poder. Y allí nos equivocamos, porque era tan simple. Bastaba con gastar todo lo que fuera necesario. El resto es música. Y no se trata de nosotros, se trata de Chile.

-Pancho, pero todo lo que dices implica tirar por la borda veinte años de responsabilidad fiscal, de seriedad en el manejo económico. Me cuesta entenderte.

-Pero hombre, el problema es justamente ése: la izquierda no está para eso. Ese es un discurso de de-re-cha, y nosotros no somos de de-re-cha.

-No sé por qué, pero a veces siento que has involucionado bastante, cuarenta o quizás cincuenta años. Nunca he logrado entender por qué la izquierda tiene que ser sinónimo de desorden fiscal, de irresponsabilidad. ¿No crees que eso es regalarle mucha cancha a la derecha?


-Mira, todo esto me causaría risa si no fuera una tragedia. Si permitir que la derecha gane las elecciones no es regalar cancha, no sé de qué estamos hablando.

-Tu lógica, querido Pancho, es delirante. Pero todavía me quedan dudas, ¿puedo hacerte más preguntas?

-Todas las que quiera amigo mío.

-Tú dices que la Concertación perdió porque dejó de interpretar al mundo popular y que debería haber asumido una línea más de izquierda, con reforma tributaria y aumento del gasto público. ¿No es eso populismo puro y duro?

-¿Y qué más populista que el bono marzo de la derecha viejo?

-Eso es cierto. Pero, me interesa el fondo, porque lo importante es saber por qué perdimos. Tú dices que faltó ir más a la CUT y menos a Casapiedra, ser menos complaciente con los empresarios y estar más cerca de los trabajadores.

-¡Exactamente! ¡Al fin nos entendemos!

-Todo eso puede ser cierto, y habría mucho qué decir sobre la trenza tejida con los empresarios. No obstante, ¿no crees que también había cansancio con cierto estilo, con cierta manera de hacer las cosas?

-¡No me digas que tú también te compraste lo de la nueva forma de gobernar, la excelencia y todas esas patrañas!

-No, no. Yo ya no creo casi nada, en serio. Pero la Concertación adoptó ciertos hábitos, ciertas prácticas que se terminaron agotando. La gente se cansó porque ustedes se desconectaron, se alejaron y terminaron obedeciendo a lógicas internas. Para decirlo en simple, la Concertación se convirtió en una enorme cocinería sólo apta para iniciados.


-No, no. Lo que nos faltó fue ser fieles con nuestro compromiso popular, era allí donde no podíamos fallar.

-Pero, ¿acaso tomarse el Estado, repartirlo entre los amigos, dilapidar los fondos públicos, todo eso no es abandonar el compromiso popular?

-Te sigues equivocando. Es cierto que cometimos errores, pero ya ves que la derecha comete los mismos. ¡Te quiero ver con veinte años de derecha! ¡Te apuesto que terminan siendo peores!

-Es difícil conversar contigo, Pancho, porque siempre te apuras en mirar los defectos del vecino para esconder los tuyos.

-¡Ja! Veo que comienzas a entender…

-Lo que no alcanzo a ver es si crees tu propia explicación, si crees tus propias mentiras.

-…

-¡Te quedaste callado!

-Es que son cosas difíciles de explicar y, sobre todo, difíciles de decir. La ventaja de ser oposición es que puedes pedirlo todo pues no eres responsable de nada. Por eso, ahora podemos enarbolar todas esas banderas de izquierda que tuvimos escondidas veinte años. Para que nadie se confunda: nosotros estamos con el pueblo, la derecha con los poderosos. ¡Se me había olvidado cuán cómodo es ser de oposición!

-No has contestado mi pregunta.

-¿Si acaso creo mi propia explicación? Mira, no me interesa mucho la verdad: ya te dije que lo mío no son los papers. Me interesa que las explicaciones de nuestra derrota sean útiles desde el punto de vista político, porque algún día habrá que reconstruir todo esto.

-No has contestado mi pregunta.

-Por favor, no repitas lo que voy a decir: la idea es parecer ferozmente sincero y cínico, porque así las verdaderas intenciones permanecen ocultas. Así lo hacía Maquiavelo.

-Me perdí.

-Ésa es la idea.

Publicado en El Mostrador el jueves 1º de abril de 2010