lunes, 21 de junio de 2010

AVC: preguntas preliminares

Con su particular sentido de los tiempos políticos, el senador Andrés Allamand volvió a la carga con el proyecto de acuerdo de vida en común (AVC). Son tantas las pasiones que por lado y lado despierta dicha propuesta que no es fácil llevar la discusión a un plano estrictamente racional. Además, en nuestro país se ha ido consolidando de tal modo el peso de la opinión dominante que las ideas que no se ajustan a los dogmas en boga tienden a ser reducidas al silencio: sin darnos cuenta, nos vamos acercando a eso que Tocqueville llamaba el despotismo suave de la democracia. Así, hay cada vez menos espacio para los matices, y suelen abundar los (des) calificativos allí donde deberían haber argumentos. En ese sentido, ojalá en esta cuestión crucial seamos capaces de dejar las vociferaciones de lado, y entendamos que se puede ser contrario al AVC sin ser un rabioso homofóbico y que se puede ser favorable sin ser un perverso destructor de la familia. Es la condición indispensable para un verdadero diálogo.

En principio, el proyecto busca crear una nueva figura jurídica que permita acoger a unos dos millones de personas que conviven al margen del matrimonio. Todo esto suena muy sensato, pero también presenta interrogantes. Por un lado, ¿se tiene alguna idea de los motivos por los cuales los chilenos son reacios al matrimonio?, ¿hay algún estudio o estadística que respalde la iniciativa del senador Allamand? No es descabellado suponer que en la baja tasa de nupcialidad juegan factores tributarios y de acceso a la vivienda y, en esa hipótesis, el AVC es un perfecto contrasentido. En muchos otros casos, puede pesar simplemente el deseo de llevar una relación al margen de la ley, y allí el AVC tampoco tiene mucho que hacer. De cualquier modo, es claro que deberíamos partir por estudiar seriamente el problema: antes de querer “hacerse cargo de la realidad” debe realizarse un mínimo esfuerzo por conocer esa realidad. De lo contrario, es muy fácil caer en retórica frívola y casi imposible dar con una solución más o menos adecuada.

Por otro lado, más allá de las buenas intenciones, el AVC no es mucho más que una institucionalización de la precariedad familiar. Y uno tiene el derecho a preguntarse si acaso eso es lo que Chile necesita en ese momento. La familia cumple un rol esencial e irreemplazable al interior de toda sociedad, pero para lograr sus objetivos requiere ciertos grados de estabilidad. Si la familia falla, todo el cuerpo social se resiente: es simplemente iluso pensar un segundo que podemos resolver problemas como la educación o la delincuencia, entre tantos otros, si no nos tomamos en serio este desafío.

Por cierto, alguien podría objetarme que todo lo dicho sea posiblemente cierto pero que, en rigor, el AVC no tiene nada que ver con las parejas heterosexuales pues su verdadero objetivo es otorgar a las parejas del mismo sexo un reconocimiento legal. Si la objeción es acertada, entonces la discusión es otra y versa sobre lo siguiente ¿es el derecho de familia el terreno adecuado para otorgar reconocimientos y satisfacer reivindicaciones de derechos? Marx, al analizar este tipo de problemas, anotaba lo siguiente: los liberales siempre se equivocan al mirar la familia desde la óptica del derecho individual, desde la lógica del mercado, pues la familia no es cuestión de derechos y es imposible entenderla desde esa perspectiva. De hecho, se trata justamente de la institución que intenta superar el individualismo, y lo hace en vistas de la procreación y la educación de los ciudadanos del futuro, no en vistas de la protección de derechos de personas, sean éstas heterosexuales u homosexuales.

Estas reflexiones podrán parecer un poco preliminares, y en alguna medida lo son. No obstante, es imprescindible formular este tipo de preguntas si acaso queremos pensar antes de actuar y deliberar antes que imponer, pues este es de aquellos problemas que no admiten ni simplismos ni respuestas unívocas.

Publicado en La Tercera el jueves 17 de junio de 2010

Nueva conversación con Pancho

-Pero Pancho, ¿no crees que esta vez sí fuiste muy lejos?

-No viejo, yo contigo ya no hablo. La última vez tuviste la genial idea de publicar nuestra conversación en un diario electrónico. Yo pensaba que podía confiar en ti, pero me equivoqué.

-No exageres, no es tan grave. Recuerda que a ti también te gusta revelar conversaciones. Por lo demás, sólo unos pocos despistados creyeron que era verdad. Casi todos pensaron que era un invento, como si yo tuviera cabeza para imaginar tanta barbaridad junta.

-Claro, muy bonito, pero, ¿cómo sé yo que esta vez no la publicas?

-Pancho, prometo que no la publicaré. Y si por ventura se me escapara de las manos, diré que este diálogo es producto de la imaginación, y que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

-No sé si creerte, pero bueno. Voy a volver a conversar contigo, por última vez. Me interesa aclarar algunas cosas.

-Gracias, Pancho. Me gustaría saber por qué te volviste a tirar en picada contra Velasco.

-Es casi una coincidencia. Yo no tengo nada personal, él me da lo mismo. Simplemente tiene la mala fortuna de encarnar lo peor de lo nuestro, de nuestras peores cobardías y de nuestros peores errores. Velasco es el símbolo de todo lo que hicimos mal y de todo lo que jamás, ¡pero jamás!, debemos volver a hacer.

-Lo que no entiendo es por qué personalizarlo así, con tanta radicalidad. ¿No es muy agresivo?

-Mira, si en el fondo da igual. Podría ser Velasco, podría ser otro, podrías ser tú. No importa nada, pues es una cuestión de método. Lo que importa es que no haya dudas respecto de quiénes son los culpables: alguien tiene que pagar la cuenta. Y la culpabilidad se encarna a la perfección en la persona de Andrés Velasco. En él se condensa todo lo que nosotros, progresistas, debemos aborrecer.

-Pero entonces es algo personal.

-Sí y no. Es personal porque, bueno, lamentablemente hay que encontrar un chivo expiatorio. Así es el juego. Y Velasco, con su orgullo soberbio, con su altanería insufrible, es ideal. Pero no es personal porque podría haber sido otro. Después de todo, abundan los candidatos. Hay que condenar a alguien no más: así clarificamos las cosas.

-Si me permites, el procedimiento me parece un tanto injusto. En rigor, no sólo injusto, sino también equivocado. Sabes mejor que yo que la Concertación siempre fue algo colectivo, donde todos aportaron su grano de arena tanto en lo bueno como en lo malo. ¿Qué ganas con condenar tan brutalmente a algunos?


Querido amigo, a veces pienso que usted ha leído demasiado. No se le vaya a secar el cerebro. El hecho es que la política tiene poco que ver con los libros. Yo también querría que el mundo fuera justo, que el mundo fuera lindo, pero la verdad es que no lo es. No la política en todo caso. Para explicarlo en corto: siempre ha sido necesario encontrar culpables, pues así podemos sentirnos inocentes.

-Debe ser bien cómodo vivir así, supongo que se duerme bien.

-Tú y tus ironías. Siempre he dormido bien. Y sabes mejor que nadie que no me interesa la comodidad, me interesa lo que sea útil políticamente hablando. Si hay culpables, nos evitamos dar explicaciones ingratas, nos evitamos hacernos cargo de los errores, nos evitamos tanta cosa viejo. Y, sobre todo, podemos pensar tranquilos en el futuro.

-Creo ver en tu actitud una de las grandes debilidades de la izquierda: la culpa siempre es de los otros. ¿Pero no crees que la Concertación necesita una introspección un poco más profunda en lugar de tanta vociferación, de tanta retórica? Digo, si acaso quieren volver a encarnar un proyecto viable.

-Suena muy bonito, pero no te pierdas. Puedes hacer diez cónclaves, invitar a todos los próceres, pero no sacarás nada al final del día. El proceso que deberíamos hacer no se va a hacer jamás, porque son demasiadas las cosas que saldrían al sol. Por más que nos pese —y esto guárdalo para ti— aquí no hay inocentes. Admitirlo públicamente sería muy doloroso además de inviable políticamente. ¿A quién le interesa encabezar un proceso así? Yo al menos no sé de nadie que esté disponible a un suicidio de ese tipo. Por otro lado, una introspección en serio dividiría a la Concertación inevitablemente: mirarnos a nosotros mismos implicaría tomar conciencia de que son muy pocas las cosas que nos unen. Y, lamentablemente, no todos los días sale un Miguel Otero o un José Piñera a recordarnos que Pinochet todavía vive.

-Bueno, por eso andan tan perdidos. No saben qué hacer con Piñera, que puede darse el lujo de no vender Chilevisión sin que a nadie le importe mucho. Otra pregunta: ¿qué diablos entiendes entonces por pensar en el futuro?

-Es muy simple. Una vez que identificaste a los culpables, los condenaste y los excomulgaste, podemos mirar hacia adelante con más tranquilidad. Podemos construir un proyecto verdaderamente progresista, pero de verdad, sin tecnócratas.

- Tu lógica binaria me supera.

-Je. La cuestión es que funcione. Las otras preguntas, para los filósofos.

-Me quedan todavía algunas dudas. ¿Por qué meter a la Presidenta Bachelet en todo esto?

-Bueno, ahí quizás la anduve embarrando. Ocurre que es un poco inevitable, si Velasco al final no se mandaba solo.

-No recuerdo haberte escuchado admitir un error. Felicitaciones.

- No, no fue un error. Nunca usé esa palabra.

-Prefiero evitar las discusiones semánticas contigo. Me interesa saber qué piensas hacer ahora.

-Nada. Dejar que las acusaciones hagan su trabajo, un trabajo tan silencioso como eficaz. Luego, podremos inclinarnos a la izquierda, pues Piñera no deja ningún espacio en el centro. Y hacer lo que la izquierda siempre hace cuando es oposición, en todo el mundo.

-¿Pero es verdad que nunca llegaste ni con un papelito amarillo?

-A veces dan ganas de llorar. ¡Desde cuándo la política se hace con papelitos amarillos! ¡Es gente que delira, que todo lo quiere convertir en un paper!

-Pancho, una última pregunta. Voy a tratar de entrar en tu lógica, aunque no termino de entenderla. ¿Tú de verdad crees que el camino que propones puede llevar a la Concertación de vuelta a La Moneda?

-Te confieso que no lo sé.

-¿?

-Lo único que sé es que hay que encontrar culpables. Es una condición indispensable para el futuro.

-¿No te parece que la realidad es menos simple de lo que dices?

-Desde luego. Nadie ha dicho que las cosas sean simples, la cuestión es que lo parezcan.

-¿El reino de las apariencias?

-El reino de la política.

Publicado en El Mostrador el viernes 18 de junio de 2010

lunes, 7 de junio de 2010

Euro a la deriva

El euro está en peligro. La frase es de la canciller alemana, Angela Merkel, quien agregó a renglón seguido que la única salida viable a la crisis pasa por exportar el modelo de estabilidad germano al resto de la zona euro. La idea no fue muy bien recibida por los socios y, de hecho, las autoridades francesas salieron en bloque a matizar las afirmaciones de Merkel. Sin embargo, el mensaje era claro para quien quisiera escucharlo: o bien Europa se alinea con Alemania en lo que se refiere a disciplina fiscal, o bien el euro podría dejar de existir en el mediano o largo plazo. Aunque esta última posibilidad podría parecer descabellada, los países han entendido que más vale tomársela en serio, y por eso están aplicando planes de austeridad que habrían hecho sonrojar a Margaret Thatcher. Por cierto, los liberales tratan de llevar agua a su molino apresurándose en firmar el certificado de defunción del Estado de bienestar; pero, en rigor, lo que está en crisis no es el modelo social sino el modelo social financiado con deuda. Dicho de otro modo: lo que está en crisis es una generación de políticos que estuvo dispuesta a endeudar a las generaciones futuras con tal de ganar elecciones.

El peligro al que alude Merkel es evidente, y reside en el siguiente hecho: Europa tiene una moneda común, pero carece de un gobierno económico común. En consecuencia, al estar sujeta a políticas fiscales que no siempre son convergentes, el euro es una moneda muy vulnerable. Así, mientras los alemanes llevan años de política restrictiva, los vecinos del sur llevan años haciendo todo lo contrario. El pacto de estabilidad monetaria intentaba evitar estos problemas, pero lo menos que podría decirse de él es que no ha sido muy respetado. Un solo dato: la mayoría de los países dobla o triplica el límite permitido de déficit público, que es el 3% del PIB.

¿Qué ocurrirá entonces con el euro? En el corto plazo, es posible que se estabilice y que las cosas vuelvan a su curso normal. Sin embargo, ello podría tener un efecto perverso: los líderes europeos quizás olviden que el euro está condenado a muerte sin política económica común. Todas las soluciones alternativas que se han propuesto (aumento de sanciones, reformas constitucionales) son bienintencionadas pero perfectamente inútiles. El problema inmediato es el desacuerdo profundo que separa a franceses y alemanes sobre el camino a seguir. Pero la dificultad de fondo estriba en que no hay muchas ganas de continuar cediendo soberanía a Bruselas, y menos aún a Berlín. No es de extrañar entonces la especie de inmovilismo que afecta a los europeos: atacan los síntomas sin tocar las causas. No quieren seguir avanzando en la construcción europea -pues no saben qué diantres puede significar eso-, pero tampoco están dispuestos a retroceder. Así las cosas, lo único seguro es que el euro seguirá, con mayor o menor calma aparente, a la deriva.

Publicado en revista Qué Pasa el viernes 4 de junio de 2010

La abdicación de los políticos

En los próximos días, el Tribunal Constitucional debe tomar una decisión que afectará directamente la vida de miles de chilenos. En efecto, dicho tribunal se apresta a zanjar la eventual inconstitucionalidad del artículo 38 de la Ley de Isapres, que permite la existencia de tablas de riesgo para calcular el valor de las cotizaciones. Explicado en simple, el problema es más o menos así: para determinar el monto que los usuarios deben pagar todos los meses, las isapres utilizan tablas de factores de riesgo. Así, para acceder al mismo plan una mujer fértil debe pagar mucho más que un hombre de su misma edad. Los más perjudicados son quienes tienen más de 60 años, pues en la tercera edad los gastos de salud se multiplican y el factor de riesgo crece exponencialmente.

Este sistema, que a más de alguno podrá parecerle perverso, es perfectamente lógico desde el punto de vista económico: si usted presenta un “riesgo” alto, tendrá que pagar más por su plan de salud. Si usted corre el “riesgo” de quedar embarazada, si usted corre el “riesgo” de enfermarse mucho, entonces o bien paga, o bien se va. En ese sentido, resulta un poco ingenuo quejarse de las isapres: ellas simplemente hacen su negocio. No es de extrañar entonces que defiendan el artículo 38 con uñas y dientes, anunciando una hecatombe si acaso el fallo no les fuera favorable.

Lo realmente llamativo es que este tema no haya sido puesto en la agenda por los políticos, sino por el Tribunal Constitucional. Éste último, luego de tratar algunos casos particulares, decidió resolver el fondo de la cuestión por oficio, esto es, por iniciativa propia. La pregunta que cae de cajón es: ¿por qué una cuestión tan sensible, y que afecta directamente la vida de miles y miles de chilenos, no fue asumida por quienes dicen representarnos?, ¿por qué son jueces los que van a terminar resolviendo este tipo de situaciones? Todo esto es aún más extraño si consideramos que el Tribunal acumula ya varios fallos que habían dejado claro que acá había un problema, y los políticos miraron al techo. Aclaro que no tengo nada contra los jueces. Ellos no han hecho más que hacerse cargo del silencio del poder político en la materia. Es una suerte de abdicación de la política o, si se quiere, de un fracaso de los políticos: ante su negligencia, los jueces han terminado asumiendo un rol que no quisieran, pero al que están obligados.

Los síntomas son preocupantes. Es obvio que este tipo de conflictos no debería resolverse en sede judicial. Pero el problema no reside tanto allí cuanto en la incapacidad de nuestra clase política de haber asumido antes el tema. Lo mínimo que cabía esperar, después de veinte años con la centro-izquierda en el poder, era la introducción de dosis de justicia social en el sistema de isapres. Es cierto que algo se hizo, pero fue a todas luces insuficiente. No es justo que sólo la mujer “pague” por su fertilidad, pues es una cuestión que involucra a toda la sociedad. Lo mismo ocurre con los ancianos y con los niños en sus primeros años de edad. Este es el típico caso en el que la aplicación del liberalismo económico puro y duro termina siendo insuficiente, porque es incapaz de dar cuenta de fenómenos que no son puramente individuales y que, por tanto, merecen una mirada distinta.

Todo esto habla mal de la Concertación y habla mal de nuestro sistema. Habla mal del gobierno que defendió en el Tribunal la constitucionalidad del artículo 38. Habla mal de nuestros políticos que no supieron, en décadas, hacerse cargo del tema. Habla mal de los apóstoles del modelo, incapaces de admitir que la mirada neoliberal no siempre es la correcta ni la adecuada para resolver todos los problemas. En suma, fuera de los jueces, nadie queda muy bien parado.

Las isapres por su parte profetizan el apocalipsis si el artículo es declarado inconstitucional. Supongo que están en su derecho, pero cuando escucho ese tipo de argumentaciones no puedo dejar de recordar algunas observaciones de Marx. Los economistas burgueses del siglo XIX, anotaba Marx, predecían un desastre para la industria inglesa si se aprobaba la ley que impedía jornadas laborales que excedieran las diez horas. Por cierto, la ley se aprobó y la industria inglesa siguió siendo tan próspera como antes. Triunfó el principio, concluía Marx: grados mínimos de justicia social no son necesariamente incompatibles con la prosperidad económica.

Como sea, es evidente que, con independencia del fallo final, el sistema tendrá que ser repensado a partir de lo ocurrido. Habrá que buscar una fórmula para evitar un éxodo masivo a Fonasa, pues el Estado no está en condiciones de absorber algo así. Habrá que dar al mismo tiempo con una salida más o menos equilibrada que no perjudique demasiado a los usuarios. Pero está claro que, en esta materia, las cosas no volverán a ser como antes. Y esa buena noticia no se la debemos a los políticos, sino a los jueces. Vaya lección.

Publicado en El Mostrador el jueves 3 de junio de 2010