La discusión en torno a una eventual alza de impuestos impulsada por el propio gobierno, ha dejado ver varios fenómenos interesantes. Y aunque es obvio que la discusión está cruzada por la catástrofe que sufrió nuestro país hace pocas semanas, el tema tiene un alcance mucho más largo, pues devela algunos aspectos interesantes de la nueva situación política.
Por un lado, ha quedado abierta una línea que divide al oficialismo: mientras una parte adhiere al credo del libre mercado de modo bastante dogmático, otra parte, más atenta a las variables políticas, está dispuesta a sacrificar un poco de ortodoxia neoliberal con tal de obtener algunos dividendos. El problema no admite una respuesta unívoca, y ambos bandos tienen buenas razones para defender sus respectivas posiciones: mientras para unos resulta un poco absurdo comenzar a gobernar con las ideas del adversario, para otros es imprescindible dar señales de independencia frente a los empresarios. Las posiciones están enfrentadas, y sólo queda esperar la decisión del Presidente: la manera en que la cuestión sea zanjada marcará inevitablemente la primera parte de su mandato.
Sin embargo, más allá de las divisiones circunstanciales, quedan en el aire algunas dudas dignas de notar, que tienen que ver con la orientación que Piñera quiere imprimirle a su administración. Y lo curioso —y preocupante— es que ni él parece estar muy seguro de lo que quiere hacer. Así, el gobierno parece andar buscando un discurso que le otorgue una dirección y que le permita al mismo tiempo dominar la agenda. Lo preocupante es que todo esto supone que, hasta aquí, no hay una carta de navegación bien definida.
Quizás esto no sea tan sorprendente si recordamos que, durante su campaña, Piñera no fue precisamente un candidato de definiciones demasiado precisas. De hecho, siempre privilegió las declaraciones de buenas intenciones y los lugares comunes en lugar de las propuestas concretas. En una palabra, evitó toda definición que pudiera complicarlo desde el punto de vista electoral. Es posible que ese modo de hacer campaña haya contribuido a su triunfo en enero, pero la verdad es que no se puede gobernar de la misma manera que se hace campaña, y algunos parecen no haber comprendido bien esa diferencia sustancial. La táctica que fue tan útil durante la campaña, pues permitió aunar voluntades muy diversas, no lo es tanto una vez alcanzado el poder. Ya no bastan las palabras ni el activismo febril. Ahora se requieren decisiones, decisiones que sólo cobrarán relevancia política si están insertas en una estrategia global. Es una perspectiva radicalmente distinta a la utilizada en la campaña y que exige otro tipo de aptitudes: allí donde bastaba un buen juego de piernas, hoy se necesita una visión de largo plazo; allí donde bastaba una respuesta rápida e ingeniosa, hoy se requieren decisiones que deben considerar muchas variables.
En ese sentido, ni el terremoto le ha servido al gobierno para dar con una respuesta más o menos coherente. No se trata de verlo todo negro, pues el gobierno ha tenido aciertos —y también errores— pero queda la sensación de que falta algo. El objetivo de la eficiencia puede ser loable, y puede bastar en otros planos de la vida, pero en política no es suficiente, ni de lejos. Tampoco se ve muy claro dónde podría encontrar el oficialismo lo que tanto busca: estas cosas no se improvisan de la noche a la mañana y son, en general, el fruto de una larga reflexión, personal o colectiva. Y la discusión sobre los impuestos ha demostrado que, ni siquiera en un tema tan sensible como el tributario, ése trabajo ha sido hecho.
Alguien podría objetarme que es el signo de los tiempos. Que, de aquí en adelante, tendremos que conformarnos con gobiernos administradores que no encarnarán ya una determinada visión del país, sino que se limitarán a satisfacer mediocres ambiciones tecnocráticas más o menos discutibles. Sin embargo, si algo ha dejado claro el primer mes de Piñera es que se necesita algo más, y es justamente lo que el gobierno anda buscando: un relato que aporte consistencia allí donde hay mucha generalidad, un relato que cohesione a un oficialismo que no puede ordenarse, un relato, en fin, que dote de sentido una acción política que no encuentra orientación. Bonito desafío.
Publicado en El Mostrador el viernes 9 de abril del 2010
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