La desorientación severa que afecta a la Concertación es, si se sigue alargando, una muy mala noticia para nuestra democracia. Todo régimen representativo necesita de una oposición fuerte y bien definida, capaz de ejercer un contrapeso real al oficialismo. Sin embargo, la coalición opositora está muy lejos de eso: incapaz de dar con el tono adecuado, a veces pareciera simplemente que no tiene nada relevante que decirnos. El airado reclamo de Carolina Tohá contra un instructivo de Sernatur, aunque menor, es bien decidor: si la gran promesa opositora es capaz de gastar su tiempo en ese tipo de minucias, yo supongo que en Palacio deben esbozar más de una sonrisa. Y, mejor aun, no faltará el asesor que proponga elaborar uno de esos instructivos cada 15 o 20 días. A este ritmo, ¿qué vendrá después? ¿El color de los ferrocarriles, la corbata de los gobernadores?
En ese sentido, no sólo el gobierno carece de ejes estructurantes: eso también vale -y acaso de modo más dramático- para la Concertación. Algunos han propuesto cambiarle el nombre, como si se tratara de un problema semántico (ojalá todo en la vida fuera tan fácil). Otros se sienten cómodos con el rol más activo que han asumido Lagos y Bachelet, pues son los únicos capaces de poner algo de orden. No obstante, hay buenas razones para pensar que su presencia agrava, más que mejora, los males. No sólo porque impiden que las generaciones de recambio asuman de una vez sus responsabilidades -bien o mal-, sino sobre todo porque sus liderazgos respectivos terminan por esconder debajo de la alfombra los verdaderos problemas, que no son tanto de personas como de ideas. Hoy el principal desafío es dar con una definición y un proyecto comunes en el que todos se sientan representados, y ni Lagos ni Bachelet están en condiciones de dar ese tipo de respuestas.
Desde luego, el indispensable proceso de definiciones tiene riesgos, pero el seguirlos postergando tiene aún más. Las tensiones internas, bien manejadas, pueden resultar hasta fructíferas. A ratos, la Concertación parece olvidar que ser oposición da ciertos grados de libertad y que no es pecado usarlos. Por lo mismo, no es malo que existan dos, o más, proyectos alternativos que compitan entre sí. Guido Girardi no puede obligar a nadie a compartir sus ideas y su estilo, pero tampoco nadie puede impedirle que ponga ciertos temas sobre la mesa. Ignacio Walker no puede forzar una unidad ficticia, pero tiene derecho a enunciar el tipo de alianzas en que la DC está dispuesta a participar sin traicionar su propia naturaleza.
Como sea, lo central es que los jerarcas no impidan que estas cuestiones sean debatidas, porque a la Concertación le llora una discusión franca de ideas. Una formulación de la propia identidad exige que todos los puntos de vista sean cuidadosamente explicitados. A partir de esta explicitación será posible elaborar un proyecto político y discutir la política de alianzas, y sólo después podrá venir la pregunta por los liderazgos. Pero seguir funcionando con la lógica de los consensos artificiales equivale a mantener vivo tal cual a un organismo que presenta pocos signos vitales. La democracia necesita una mejor oposición y, por cierto, Tohá se merece mejores razones para oponerse al gobierno.
Publicado en La Tercera el miércoles 15 de diciembre de 2010
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