Maquiavelo apuntaba que, en política, las estrategias conservadoras rara vez pagan. La realidad, decía, es demasiado dinámica y por lo mismo si alguien busca solamente conservar lo que tiene, las probabilidades de que termine perdiéndolo todo son altas. Más vale, concluía, asumir posturas audaces, pues el que sólo defiende nunca tiene demasiados argumentos si el escenario no se ajusta a lo previsto.
Hasta ahora, Sebastián Piñera ha enfrentado la campaña presidencial con la lógica de nuestra peor tradición futbolera: cuando el equipo va ganando, sólo hay que juntar gente atrás y esperar que el pitazo final llegue lo antes posible. A siete semanas de la elección Sebastián Piñera ha sido incapaz de poner una sola idea sustantiva arriba de la mesa, y de hecho la campaña está lejos de girar en torno a sus propuestas o intervenciones. Nada lo hace salirse de su discurso maqueteado repleto de lugares comunes y de vagas declaraciones de buenas intenciones, pero que eluden los problemas difíciles y las posiciones bien definidas. Quizás la única excepción haya sido la propuesta de los senadores Allamand y Chadwick, aunque es bien probable que dicha propuesta le haya traído más dolores de cabeza que votos: no será, precisamente, Sebastián Piñera quien encarne el progresismo chilensis. En la carrera por "parecer lo suficientemente progresistas" hay uno que siempre le va a ganar.
Con todo, no es imposible que Piñera termine ganando la elección, pero si eso ocurre no será tanto por sus aciertos como por la increíble cantidad de errores que ha acumulado la Concertación en los últimos seis meses. El oficialismo parece empeñado en producir su propia muerte política, y hasta el mismo Lagos debió admitir que hay varios jerarcas que están listos para la jubilación. Desde luego, un poco como Nelson Acosta, Piñera podrá retrucar que lo importante no es cómo se gana, sino simplemente ganar. Supongo que tiene razón, pero es innegable que su estrategia tiene mucho de riesgo y deja flancos abiertos.
Recordemos, por ejemplo, que hace no mucho tiempo Piñera cultivó una suerte de complicidad con Marco Enríquez-Ominami para intentar debilitar a Frei. Así, durante largas semanas evitó enfrentarse con Marco, pues no creía posible que Marco tuviera posibilidades ciertas de éxito. Dicho de otro modo, Marco le era funcional: le quitaba votos a Frei al mismo tiempo que hacía ver mal a la Concertación. La estrategia fue exitosa, y lo fue tanto que hoy Frei tiene problemas graves, y no sería tan raro que el contrincante de la segunda vuelta sea Marco.
Si es así, Piñera deberá enfrentar una segunda vuelta sumamente compleja, pues tendrá escasas posibilidades de capturar votos adicionales. Los votos de Frei -que a esas alturas estarán reducidos al voto más recalcitrante de la Concertación- y los de Arrate se irán en su enorme mayoría con el diputado por Quillota. En otras palabras: si Piñera no se acerca al 50% en la primera vuelta, la tendrá muy difícil en enero. ¿Cómo pudo llegar a un escenario tan complicado, teniendo tantas cartas de su lado? Porque con su estrategia conservadora le regaló todo el espacio y todo el atractivo a la campaña de Marco. No previó que las cosas podrían cambiar bruscamente, no supo leer una realidad política dinámica. Y el hecho final es que, si Marco pasa a segunda vuelta, Piñera puede perder en 30 días lo que lleva ahorrando cuatro años, pues el díscolo concentrará sobre él toda la atención y la novedad.
Así las cosas, la estrategia de Piñera sería impecable si el mundo fuera estático. De hecho, todo indica que el abanderado opositor le ganaría con cierta comodidad a Frei si las cosas siguen su curso normal. Pero ante un cambio inesperado, ante un penal de último minuto, la estrategia de Piñera queda fuera de juego, desenfocada. Por cierto, las cosas no son irreversibles y nada está escrito, pero es seguro que Piñera corre un riesgo elevadísimo si no varía su discurso de modo significativo de aquí al 13 de diciembre.
Hasta aquí, no ha logrado infundir mística ni encarnar un programa realmente atractivo, más allá de las debilidades propias de la Concertación. No ha logrado, ni de lejos, llevar a los adversarios a jugar a su propio terreno, que es lo propio de toda candidatura ganadora. Para eso es inevitable arriesgar bastante, definirse en cuestiones incómodas y ser un poco más audaz. La paradoja es que el Piñera político parece tener poco del Piñera especulador, famoso por apostar alto. Le puede costar caro.
Publicado en El Mostrador el 29 de octubre de 2009
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