La noche de la elección presidencial, Marco Enríquez se negó a dar su apoyo a una de las dos candidaturas que pasaron a la segunda vuelta. En verdad, no tenía mucha opción: su electorado no habría comprendido otra decisión. Después de haber criticado durante meses, a veces hasta el exceso, las lógicas cupulares que dominan nuestra política, Marco no podía aparecer intentando endosar su apoyo a tal o cual candidato.
Es cierto que la votación de Marco estuvo lejos de las expectativas de su círculo cercano, que apostaba a estar cerca de Frei, pero es innegable que su votación fue enorme: en Chile no es habitual que un candidato que corre sin el apoyo de los grandes conglomerados saque más de siete u ocho puntos. Marco se empinó sobre los 20 y, aunque fue víctima de cierto exitismo, son números que dan para pensar en grande. La duda es qué camino seguir para capitalizar ese apoyo.
No obstante, la pregunta es equívoca, porque supone que sus votantes tienen mucho en común. Incluso si Marco llega a dar una consigna de voto para el balotaje, es difícil que sus votantes le obedezcan: se trata de votos más bien rebeldes a la lógica de los rebaños. El voto de Marco es de desencanto con el viejo estilo, busca dar un mensaje de renovación. Marco fue la personalidad carismática que mejor captó ese nicho. Bastó para convencer a un quinto del electorado -¡incluido Hermógenes!-, pero es completamente insuficiente para construir una fuerza política con alguna coherencia. La bandera de la renovación es inútil si no va acompañada de convicciones fundamentales y de una orientación doctrinaria más o menos clara. Marco no la tiene, o no la ha querido hacer explícita.
Max Marambio ha dicho que el domicilio de Marco es la izquierda progresista y que desde ahí debe construir un referente. Puede que tenga razón, pero recordemos que en algún momento el PPD tuvo las mismas intenciones, y ya sabemos cómo terminó: falto de ideas centrales, se ha convertido en una mera máquina repartidora de cuotas de poder. Otros abogan porque lidere un referente liberal-progresista más hacia el centro. No es mala idea, pero es difícil que Marco esté dispuesto a alejarse tanto de la izquierda. Convengamos, además, que por estos días los conceptos de "liberal" y "progresista" tienen mucho éxito mediático, pero escaso contenido.
Se dice que a Marco le conviene un triunfo de Piñera, pues podría proyectarse como líder de la oposición. Y si bien es obvio que una Concertación victoriosa le dejaría muy poco espacio, tampoco es muy claro cómo podría ser líder opositor sin soporte parlamentario ni partidario. Marco corre el riesgo de transformarse en un francotirador marginado de las lógicas políticas. El podría objetar que no le interesa integrarse a esas lógicas, pero sería pecar de infantilismo, pues olvida que la política se nutre de compromisos en los que todos deben estar dispuestos a ceder.
Por lo pronto, los principales aliados de Marco Enríquez siguen siendo los jerarcas de la Concertación, que no parecen haber escuchado ningún mensaje y mantienen un discurso añejo y binario, con una tozudez digna de análisis. Al hacerlo, no sólo le dan espacio a Piñera para obtener un triunfo holgado, también confirman las duras críticas de Marco. No obstante, éste debe ser consciente de que eso no basta, y si quiere ser un político que aspire a algo más que al 20% de los votos, tiene que entrar a definiciones más sustantivas, aun a costa de perder apoyos: nadie puede vivir mucho tiempo en el limbo. Ni siquiera él.
Publicado en La Tercera (y en el blog) el lunes 21 de diciembre de 2009
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