El martes por la tarde, Sebastián Piñera anunció finalmente los nombres que lo acompañarán en la primera etapa de su gestión en el gobierno. Y aunque la meticulosa puesta en escena hizo dudar por momentos si asistíamos a un acto político o a un espectáculo, el hecho es que los nombres fueron develados.
Quizás lo primero a señalar es que el presidente electo cumplió varias de sus promesas de campaña. La primera, y quizás la más importante, es que los ministros fueron elegidos con total independencia de los partidos de la Coalición: hay muchos más independientes que militantes, y éstos últimos no destacan, en general, por llevar una vida partidaria muy activa.
La señal puede ser incómoda para algunos, pero tiene el mérito de ser nítida y nadie puede confundirse al respecto: Piñera quiere gobernar con autonomía total. Tampoco hay mucho donde sorprenderse, pues la carrera política de Piñera siempre fue un poco más personal que partidaria y su campaña presidencial fue pensada y realizada al margen de los partidos. La estrategia es coherente con lo prometido, pero también abre flancos que sería absurdo negar, más allá de las declaraciones de buena crianza.
Piñera no puede estirar demasiado la cuerda si no quiere comprarse problemas difíciles. Dicho de otro modo, los partidos deben estar ni tan cerca ni tan lejos. Desde luego, el equilibrio es difícil de lograr y pasa por una adecuada dosificación de acercamientos y distancias, pero por lo pronto es obvio que la UDI no debe sentirse demasiado satisfecha con lo obrado.
Otro mérito importante del nuevo gabinete es la inclusión de rostros jóvenes y capacitados, que no cargan con mochilas de ninguna especie. Así, es indudable que personas como Felipe Kast, Ena von Baer o Felipe Bulnes pueden representar un gran aporte a la calidad de nuestra política y, por lo mismo, no cabe sino alegrarse por el espacio que Piñera les da para jugar: ahora sólo les queda confirmar la confianza. Nadie podría dudar tampoco de la capacidad técnica y académica que tienen muchos de los ministros, y es mucho mejor tener a gente bien preparada que a gente mal preparada, más allá de la crítica vacía.
Ahora bien, es cierto que al prescindir de los políticos Piñera optó por un gabinete en el que predominan técnicos y empresarios y en eso, como en toda apuesta, hay riesgos y oportunidades. Pero es una consecuencia obvia de su posición respecto de los partidos: no se puede conformar un gabinete con autonomía de las tiendas políticas sin caer en cierto tecnocratismo. Toda la cuestión radica en estar consciente de los riesgos implícitos en la decisión.
Por cierto, quizás el principal peligro sea el pretender que la capacidad técnica basta para resolver todos los problemas, como si esa fuera la única dimensión a tomar en cuenta o, peor aún, como si el país fuera algo así como una enorme empresa cuya única particularidad sería el tamaño. Una pretensión de ese tipo olvidaría esa inteligente observación de Aristóteles, quien anotaba que la autoridad política difiere cualitativamente de otros tipos de autoridades pues se ejerce sobre ciudadanos libres e iguales.
Se trata de una ilusión peligrosa porque, entre otras cosas, es políticamente inoperante: muchos han recordado con cierta razón la malograda experiencia de Jorge Alessandri. Además, para manejar conflictos se requiere cierta habilidad política que no es seguro que todos los ministros tengan.
Mención aparte merece la Cancillería: la elección de Piñera es, al menos, curiosa considerando los enormes desafíos diplomáticos que Chile debe enfrentar en el futuro inmediato. Por cierto, hay que darle tiempo al nuevo canciller para que desarrolle su trabajo, pero es de esperar que su nombramiento no tenga nada que ver con esa peregrina idea, tan propia de cierta derecha chilena, según la cual el ministerio de Relaciones Exteriores no debería ser mucho más que una agencia comercial. Por otro lado, el gabinete quizás abusó del recurso a empresarios en carteras sensibles.
Piñera debiera cuidarse, aunque fuera sólo desde un punto de vista táctico, de que su gobierno se parezca mucho a un club de amigos, pues la sola imagen resulta dañina. No se trata de hacer un gabinete representativo, pues no es ésa su función, pero tampoco se puede caer en el vicio opuesto de recurrir siempre al mismo círculo cerrado, al que la mayoría de los chilenos no tiene acceso.
Por último, en lo que respecta los conflictos de interés, es obvio que deben ser eliminados sin sombra de dudas. Y no es la Concertación quien puede dictar clases de moral en esta cuestión, como si en los últimos veinte años ningún ministro hubiera tenido intereses en el sector privado, como si en los últimos veinte años ningún personero oficialista se hubiera paseado impunemente entre los mundos público y privado. No obstante, al mismo tiempo es menester agregar que es complicado exigir de los ministros, con instructivo incluido, algo que el propio Piñera se resiste a hacer con Chilevisión. En estas materias, lo mejor es siempre predicar con el ejemplo.
Publicado en El Mostrador el viernes 12 de febrero de 2010
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