Querido Vidente,
Te escribo después de un largo silencio porque necesito, con cierta urgencia, tus valiosos consejos. Yo sé que te molestaste conmigo cuando publiqué un correo tuyo hace algunos meses, pero también sé que nuestra amistad está por sobre esas minucias. Por lo demás, no exageremos. Tuve la delicadeza de no publicar tu nombre y además todos creyeron —salvo uno que otro despistado— que se trataba de un invento mío: ¡no podía parar de reír!
Pero no nos alarguemos de más, y vamos a lo nuestro. Sabes bien que mi tiempo es escaso, cada día más escaso. Pues bien, todo indica que Sebastián ganará el 17 con una ventaja cómoda. Créeme que con Eduardo lo hemos intentado todo —todo—, pero ya terminé de convencerme que se trata de una tarea imposible. Eduardo es buena persona, pero como candidato no he visto nada peor. Tratamos que apareciera lo menos posible, pero nunca faltó el genio que lo mostró más de la cuenta. Así no se puede trabajar. Como si eso no bastara, la Concertación y sus alrededores se parecen cada día más a Bagdad. Ni hablar del comando, donde ya prefiero ni asomarme. Es cierto que la Carola tiene la mejor de las intenciones, pero ella misma es consciente que esta historia se acabó. La paradoja es que trajimos a las caras nuevas justo cuando ya no servían para nada, ya sabes, las ironías de la vida. A decir verdad, la candidatura de Eduardo nació muerta. Igual te confieso —no lo divulgues por favor— que, en un momento creí que era posible repuntar. Ahora sé que no era más que una ilusión. Ya abrí los ojos y, ¿sabes?, he sentido un gran alivio interior.
El cadáver de la Concertación es demasiado pesado y ni yo ni nadie está en condiciones de resucitarlo. Tendríamos que haber inventado una nueva Michelle, pero esta vez no resultó. En verdad, ni siquiera lo intentamos Para peor, como están las cosas, no habrá ni entierro digno ni honores ni nada: se acabó no más, como se acaba todo en la vida. No será la primera vez que nos toque, bien recuerdas. Me gusta mucho ganar, pero también hay que saber perder. Además, hay muchas formas de perder. Me cito a mí mismo, y digo entonces: a otra cosa mariposa. Sebastián triunfará, y sabes mejor que nadie que no es mi estilo privar a nadie de mi sabiduría cultivada a lo largo de tantos y trabajados años. Yo soy pluralista de verdad, digan lo que digan mis detractores.
Un poco por lo mismo, escribí una columna, que pienso publicar en la página 3. A mí me gusta mucho, pero necesito tu opinión: tú conoces mejor que yo algunas sensibilidades que no quisiera herir. Échale una mirada y dime qué te parece. Me permito pedirte este favor por una razón que debes intuir: ya no tengo derecho al error. Me he equivocado demasiadas veces en los últimos meses y, a veces, en las noches, me angustio un poco pensando en el futuro. Yo sé que son leseras, pero qué quieres que le haga, cada cual con sus fantasmas.
Decidí convertirme en el ideólogo y en el apólogo del piñerismo: ¿qué tal? Hasta ahora, muy poca gente ha escrito en serio sobre la cuestión, y es una oportunidad que no puedo desaprovechar. Bien sabes que quien define los conceptos tiene ganada buena parte de la batalla. Y como la derecha mantiene esa curiosa incapacidad de pensarse a sí misma, haré el trabajo por ellos. No te asustes, no será como las prédicas dominicales de Carlos: no es lo mío. Diré varias cosas en direcciones distintas y daré un par de pistas falsas para confundir: ¡te apuesto un helicóptero que con sólo mencionar a la UDI lloverán las cartas al director! Y de paso, obvio, infiltraré una que otra idea, enviaré uno que otro mensaje que me interesa hacer llegar a los que importan, a los de siempre. Al fin y al cabo, no nos saquemos la suerte entre gitanos: Pareto (el sociólogo, no el alcalde) no estaba tan equivocado, y gane quien gane el 17 la idea es que las cosas no se muevan demasiado. Ya hay demasiado trabajo hecho, y sería una lástima desperdiciarlo así como así. Yo estoy dispuesto a poner mis fichas y apostar en esa dirección: de eso se trata todo esto y estoy seguro que, a pesar de nuestras legítimas diferencias, seguimos de acuerdo en lo central.
Por cierto, la columna que te adjunto tiene riesgos. Temo parecerme, aún cuando sea de lejos, al doctor Mandelbrod, ese personaje de Las Benévolas, ¿lo recuerdas? A mi favor juega el hecho de que en Chile nadie lee, y menos un libro de mil páginas como el de Littell —quiero creer que tú, querido Vidente, sí lo leíste-. Por otro lado, publicarla en la A3 puede ser un arma de doble filo: ¿no habrá quienes pensarán que es demasiada la osadía?, ¿que he ido demasiado lejos? No obstante, a veces también pienso que por algo Maquiavelo decía que en la guerra hay que hacer precisamente aquello que el enemigo no te cree capaz de hacer. Y no tengo para qué explicarte a ti, Vidente, que la política se parece demasiado a la guerra. Yo creo que una cosa así, en la página 3, sorprende de tal modo que pocos serán capaces de medir la audacia del gesto. Recuerda además que en Chile no sólo la gente no lee, sino que no entiende lo poco que lee.
Tampoco creo que sea un problema la mezcla de roles. Aunque te concedo que la confusión en la que he caído puede parecer un poco impúdica, estoy lejos, muy lejos, de ser el único caso. Ya es casi una moda, qué diablos.
De cualquier modo, si acaso se levantara mucha polvareda, siempre podré retractarme, salir jugando, dar explicaciones, decir que me malinterpretaron y ese tipo de cosas que conoces de sobra. Pero lo que me importa ahora son tus consejos y tu clarividencia. Ojalá puedas contestarme rápido, los plazos se acortan y a veces siento que ya es muy tarde. Muchos saludos a tu señora y a los niños, espero verlos pronto. Y, desde luego, confírmame si estás libre para almorzar el 18: hay muchas cosas que empezar a ver.
Recibe un fuerte abrazo.
Publicado en El Mostrador el jueves 7 de enero de 2010
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