A diferencia de la mayoría de los presidentes de nuestra historia, Michelle Bachelet alcanzó el poder sin buscarlo. La paradoja es que, una vez que lo encontró, optó por no usarlo: tal podría ser una de las conclusiones de su gobierno. Y en efecto, Bachelet llegó a la Moneda contra la voluntad de los jerarcas, pero elevada por esa especie de oráculo contemporáneo que son las encuestas, y hoy sale de Palacio elevada por el mismo oráculo. Sin embargo, su gobierno tuvo muchos más problemas que aciertos y muchas más dificultades que momentos de brillo.
Se han ensayado muchas explicaciones para intentar explicar esta paradoja, y seguramente varias de ellas tienen algo de razón. Una cosa, en todo caso, parece indiscutible: Bachelet siempre se movió en una zona alejada del liderazgo propiamente político, prefiriendo quedarse en la zona de la simpatía y del cariño personal. Así, nunca dejó de manifestar cierta calidez humana que conectó bien con los chilenos, pero siempre vaciló a la hora de arriesgar capital político en decisiones difíciles. Quizás la única excepción haya sido su irrestricto apoyo al ministro de Hacienda, pero hasta eso le terminó reditando. Bachelet, desde el inicio de su mandato, blindó su imagen rodeándose de un grupo de asesores cuyo único objetivo era mantenerla en el limbo político: rara vez aceptó preguntas directas de los periodistas, no intervino en conflictos complicados, e incluso intentó invalidar a priori toda crítica haciendo suya esa delirante tesis del femicidio político. En buena medida, lo logró: salvo Carlos Larraín, son muy pocos quienes se atreven a criticar con dureza a la presidenta y, de hecho, durante la campaña presidencial, Piñera y Marco Enríquez intentaron apropiarse de parte de su legado. Los beneficios de una situación así son innegables, pues siempre es cómodo no recibir ataques. Pero la verdad es que también tiene costos: Bachelet eligió no ocupar su popularidad, prefiriendo conservarla a gastarla, cuidarla a ponerla en riesgo. Esa opción, quizás útil y recomendable para animadores de televisión, resulta contraproducente en política, pues implica dejar de ser un actor relevante del escenario. En algún momento, Michelle Bachelet decidió parecerse más a don Francisco que a un político, y aunque eso pueda parecer simpático desde alguna perspectiva, es fatal desde el punto de vista de la acción política. Eso explica que Bachelet no haya siquiera intentado cumplir con algunas de sus promesas emblemáticas, como la supresión del binominal o las reformas laborales. También explica por qué la supuesta jefa de la Concertación tomó palco mientras ésta se caía a pedazos. Asimismo, permite comprender por qué tiene que entregarle hoy la banda a un opositor, al mismo tiempo que mantiene índices de popularidad más bien raros en una democracia occidental.
En el fondo, Michelle Bachelet construyó una imagen, una marca y una idea que tiene poco que ver con la política. Por cierto, sus defensores podrán decir que ella está reinventando el mundo, o que feminizó el poder: todo eso suena muy bien, pero sabemos que descansa en una ilusión sin asidero en la realidad. Y si alguien tenía dudas, el terremoto las aclaró: con su tardanza en tomar decisiones clave, Bachelet mostró cuán obsesionada está con su propia imagen: aún en caso de catástrofe, son las frías consideraciones políticas las que priman. Si ése era el nuevo estilo y la nueva política, yo prefiero volver a la antigua pues, esta vez, muchos chilenos anónimos pagaron la cuenta. Pero el terremoto también mostró cuán vacío puede llegar a ser el discurso estatista cuando no está respaldado por una verdadera voluntad de hacer las cosas bien. El lamentable rol jugado por la Onemi deja en evidencia que el Estado chileno hace agua por muchos lados, y que no basta con la buena voluntad. Del mismo modo, quedó claro que en los últimos años se instaló una concepción muy débil de la responsabilidad política, y en este tema la actitud asumida por la presidenta, desde el caso Provoste hacia adelante, tiene mucho de discutible.
Ahora bien, la pregunta es: ¿podrá Michelle Bachelet regresar a la Moneda en cuatro años más? Es difícil aventurar una respuesta definitiva, pero lo primero que uno podría preguntarse es: ¿para qué?, ¿qué sentido tendría su regreso? Si Michelle Bachelet quisiera volver, debería responder ésas, y otras, preguntas. Además, debería mostrar que es capaz de ejercer un liderazgo político efectivo al interior de ese caos llamado Concertación. También debería encarnar una claridad programática de futuro, pues ya sabemos que la mera referencia al pasado no basta para ganar elecciones. Pero, sobre todo, debería entender que el capital político no sirve de absolutamente nada guardado bajo el colchón: hay que estar dispuesto a invertirlo y a correr riesgos. Sin embargo, no hay demasiadas razones para suponer que en los próximos cuatros años Michelle Bachelet vaya a encarnar todo aquello a lo que obstinadamente se resistió en los últimos cuatro. Adiós, Michelle.
Publicado en el blog de La Tercera el jueves 11 de marzo de 2010
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