El regreso de la derecha al poder ha sido más accidentado de lo esperado. Dilaciones, errores infantiles, cargos vacantes y cacofonías varias han caracterizado las primeras semanas del nuevo gobierno. Esto, en principio, no tendría nada de raro: si alguna vez alguien pensó que para hacerse cargo del aparato público bastaba con buena voluntad y experiencia empresarial, estaba muy equivocado. Tomarle el pulso a la nueva situación puede tomar semanas, o quizás meses. En ese sentido, la dificultad pasa más bien por las expectativas creadas por el propio gobierno. Luego de tanto agitar la bandera de la excelencia y de la nueva forma de gobernar, los resultados no están a la altura de lo ofrecido.
En cualquier caso, ha quedado claro lo siguiente: es muy fácil criticar desde la oposición, pero un poco más complejo es asumir las responsabilidades desde dentro. Sin ir más lejos, la derecha hoy guarda silencio frente a lo que ayer la escandalizaba. Por dar un solo ejemplo, los mismos que ayer incriminaban el cuoteo hoy lo exigen por la prensa sin ningún pudor. Por su lado, la Concertación muestra una preocupación extrema por todos los detalles allí donde hizo la vista gorda durante veinte años. Estas lamentables actitudes dejan ver la escasa coherencia de nuestros políticos, siempre tan apurados para ver la paja en ojo ajeno. Parecen no darse cuenta de que al actuar así pierden la poca credibilidad que les va quedando.
Con todo, la pregunta que sigue abierta es saber cuánto demorará el nuevo gobierno en ordenarse y tomar el control de la situación política. Hasta ahora, el oficialismo ha sido mucho más reactivo que activo y la agenda se le va de las manos con demasiada facilidad, lo que no deja de ser extraño en una administración que recién comienza. Por cierto, la demora en la venta de Lan ―que generó una polémica tan predecible como evitable― es el caso más simbólico, pero está lejos de ser el único.
Es obvio que nada de esto es irrevocable, pues el gobierno lleva muy poco tiempo como para sacar ningún tipo de conclusión. Además, basta recordar el lamentable comienzo del sexenio de Lagos para saber que las cosas pueden cambiar si hay voluntad política eficaz. No obstante, eso no impide que haya interrogantes sin resolver, y varias de ellas podrían haber sido resueltas antes del 11 de marzo. En varios sentidos, el gobierno de Piñera sigue siendo una gran incógnita. Desde luego, una de las interrogantes tiene que ver con los conflictos de interés. Mientras Piñera no se desprenda de Chilevisión y de Colo Colo, tendrá un peligroso flanco abierto -y en política más vale cerrarlos. Otra pregunta abierta guarda relación con la UDI, el principal partido de gobierno. Piñera no logra encontrar un modus operandi que le permita anticipar los conflictos, y así la tensión sólo puede ser creciente. El presidente debe buscar un equilibrio, y ambas partes deben estar dispuestas a ceder: ni la UDI puede mantener esa especia de chantaje constante sobre el gobierno, ni el mandatario puede ignorar que se trata de un partido indispensable para su propio éxito. Otra cuestión relevante es el orden interno del gobierno: aún no se sabe muy bien cómo está organizado, ni qué rol cumple cada cual, y ni hablar de una delimitación clara de responsabilidades. A veces pareciera que están todos sumidos en una precipitación continua que les impide reflexionar y tomar distancia de su propia acción: así es difícil evitar los errores. El estilo del propio Presidente no contribuye, pues le cuesta delegar y concentra en sus manos todas las decisiones. Naturalmente, eso le deja poco espacio a los ministros para ir tomando confianza. Un poco por todo esto, no hemos visto hasta ahora una conducción nítida ni un liderazgo claro. Tampoco hemos visto un discurso más o menos coherente que cohesione las propias filas, y ni siquiera el terremoto ha servido para elaborar un relato que le de sentido al activismo febril.
Es cierto que es muy pronto para establecer juicios definitivos. También es cierto que la oposición no lo hace mucho mejor, y el presidente del senado se encarga de recordarnos todos los días cuán lejos está la Concertación de comprender su derrota. No obstante, sería peligroso olvidar que cuatro años pasan muy rápido: los minutos que se están desperdiciando valen oro.
Publicado en El Mostrador el viernes 26 de marzo de 2010
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