En pocos minutos, Marco Enríquez pulverizó ayer buena parte del capital político que había acumulado en los últimos meses al entregar su apoyo a Eduardo Frei. Sin embargo, no lo nombró, no lo elogió, no ofreció razones para votar por él ni enumeró sus virtudes: en rigor, su llamado fue a evitar el triunfo de Piñera. El problema es que con su actitud un tanto mezquina cayó en esas viejas prácticas que había prometido dejar atrás: recurrió al añejo argumento del terror y aludió a la muerte de su padre.
Si alguien aún conservaba alguna esperanza de que Marco pudiera encarnar una renovación, seguro que ayer quedó decepcionado. Para el anecdotario quedarán esos camarógrafos de Frei que llevaban días persiguiéndolo a la espera del gran momento. Finalmente, obtuvieron una declaración de dudosa utilidad práctica, confirmando de paso esa sensación que todo esto estaba más cerca de película de bajo presupuesto que de elección presidencial en un país civilizado.
La actitud de Marco no puede dejar de recordar la posición que asumió Jacques Chirac en 1981: derrotado en la primera vuelta, optó por entregar un frío respaldo a Giscard (“personalmente votaré por él”), pues calculó que un triunfo de Mitterrand le despejaba su propio futuro político. Es difícil saber cuánto influyó este ejemplo en el diputado chileno, pero quizás no esté de más recordarle que Chirac se demoró 14 años en alcanzar la primera magistratura, y eso que tenía el control de un enorme partido político. El futuro de Marco es un poco más complejo, y por ahora su única perspectiva viable es intentar tomar control de parte de la Concertación, la misma que tanto criticó.
Con todo, sería difícil negar que la candidatura de Marco tuvo efectos positivos en nuestro sistema político. Aportó aire fresco, obligó a los otros candidatos a transpirar bastante, y varió nuestra limitadísima oferta electoral. Tuvo también la valentía de enfrentarse con la dirigencia oficialista, desafiando ciertas lógicas autocráticas que han hecho mucho daño. Pero, por más que le pese, todas sus arengas renovadoras no significan nada si tienen como corolario la absurda situación legislativa de las últimas horas. Es evidente que legislar con tanta premura temas altamente sensibles, a pocos días de la elección presidencial, no es sinónimo de calidad de la política. Más bien, se trata de todo lo contrario. Temas complejos como los que se están legislando requieren discusión y maduración, y Marco Enríquez parece no haber escuchado nunca eso que tanto repetía Raymond Aron: la democracia es un sistema que requiere tiempo, y existen otros regímenes políticos para los impacientes. Me temo que en esta historia su afán de protagonismo ha terminado por jugarle una mala pasada, invalidando de un plumazo todos los discursos que había enarbolado. Desde luego, él podrá argüir que aunque perdió en las urnas, sus ideas arrasaron. No obstante, no somos tan mentecatos: si sus proyectos tienen urgencia, es única y exclusivamente por consideraciones electorales de la peor especie. Si ése era el nuevo estilo, tanto mejor que se haya quedado en primera vuelta.
En su favor podría decirse que la actitud de los otros candidatos no contribuye demasiado. Si algo quedó claro en el debate del día lunes es que ambos candidatos están muy lejos de hacerse cargo de las verdaderas preguntas. Frei repitió su discurso añejo, y tiene enormes dificultades para convencernos que puede, efectivamente, encarnar la necesaria renovación de una coalición gastada. Además, cuando lo interrogaron sobre Aninat, perdió una excelente oportunidad de aclarar su posición sobre un problema delicado, prefiriendo quedarse en formalismos vacíos. Por su lado, Sebastián Piñera insistió con propuestas irrealizables, y dejó claro —por si alguien tenía dudas— que los conflictos de interés lo tienen sin cuidado: afirmó sin inmutarse que no se desprenderá de sus acciones en Colo Colo, respondió con la peor versión del liberalismo económico cuando lo inquirieron por la Clínica las Condes, y su réplica sobre Chilevisión fue simplemente inaceptable. Para remate, ambos candidatos hicieron gárgaras con la clase media, confirmando así nuestros temores: viven en cualquier país, menos en el nuestro.
Todo esto puede ser muy cierto, pero la actitud de Marco representa, en el fondo, más de lo mismo. Tenía la oportunidad de crear un referente que intentara superar las viejas dicotomías, pero sus palabras de ayer mostraron que él también sigue anclado en el pasado. Tenía la oportunidad de mostrar, con su testimonio, que quería cambiar el modo de hacer política, pero con su actitud mezquina y calculadora dejó en claro que lo suyo es más una aventura personal que colectiva. Tenía la oportunidad de hacer política en serio, pero optó por mostrar su lado más frívolo con su presencia en la comisión de Constitución, como si hubiera querido protagonizar su propio “ruido de sables”. Pero tampoco nos sorprendamos tanto. Al final, después de tanto pregonar una supuesta pureza de la que siempre careció, Marco terminó cayendo en sus propias trampas: dicen que no hay peor mentiroso que quien cree sus propias mentiras. Así, su campaña presidencial no será más que un bonito recuerdo para quienes fueron sus partidarios, y uno pésimo para Eduardo Frei. Para todo el resto, caerá simplemente en el olvido.
Publicado en El Mostrador el jueves 14 de enero de 2010
Corée: être immigré chez soi
-
Si certains pays européens s’inquiètent de leur déclin démographique, ils
ne sont pas encore dans la même situation que la Corée du Sud qui, avec
0,72 en...
Hace 1 hora
1 comentario:
Daniel
No te desgastes en vano....ambos cndidatos son vergonzosos y lo pero es que debo votar este fin de semana...
Publicar un comentario