viernes, 17 de abril de 2009

La crisis y las lecciones

Sin duda, la crisis ha multiplicado hasta el infinito las preguntas sobre la validez del "modelo" económico imperante. A mi, todo esto me parece muy saludable, pues es evidente que desde la caída del socialismo como alternativa válida al capitalismo, éste ha reinado sin contrapesos y sin que ninguna opinión crítica pueda ser tomada en serio. Desde hace algunos años, el modelo se ha impuesto como una evidencia frente a la cual no cabe disidencia ni discusión. No es que crea que al mundo le hace falta Lenin o Mao, pero sí le hace falta una mirada un poco más crítica hacia los mecanismos del mercado y sus virtudes y defectos. Pero sería deseable que esa mirada crítica no estuviera contaminada por intereses cortoplacistas o político-partidistas. En Francia por ejemplo, llevan meses discutiendo sobre la refundación y la moralización del capitalismo, sin que prácticamente nadie haya sido capaz de poner una idea coherente sobre la mesa. Y esto incluye a derechas y a izquierdas. Para qué decir en Chile, donde el tema no recibe casi atención medianamente inteligente. Así, nos debatimos entre los críticos acérrimos del modelo que creen que la crisis les dio la razón y los defensores del modelo que tratan de explicarnos que el problema de la crisis es del Estado, ya sea porque regulaba mucho o bien porque regulaba mal.

Ambas posiciones me parecen insostenibles. Los "críticos acérrimos" del sistema se niegan a ver (o a reconocer: lo que es más grave) que éste también tiene ventajas. Sería de locos no reconocer que Chile ha crecido en los últimos 30 años, y que ese crecimiento ha traído cosas buenas. Los defensores a ultranza, por su parte, consideran toda crítica como ataque infundado, y tienen también problemas de visión, pues les cuesta ver (o reconocer: lo que es más grave) que el modelo tiene problemas y defectos objetivos, y algunos de ellos bastante graves. O, para hablar como los economistas, que genera externalidades no precisamente positivas. Aquí, los "liberales" dejan ver su talante utópico como ayer los marxistas.

Esta dicotomía me parece profundamente malsana pues en ella es imposible el diálogo: por un lado unos festinan con la caída del sistema económico como si se tratara de la explosión del sistema profetizada por Marx (y es obvio que no lo es), y por otro lado, algunos cruzan los dedos para que la máquina vuelva a andar pronto, y así la crisis no sea más que un pésimo recuerdo del que no habrá sacado ninguna enseñanza (dándole así la razón a Marx). Pero lo que necesitamos es preguntarnos, sí preguntarnos, pues todos participamos de un modo u otro del bendito modelo, preguntarnos qué diantres vamos a hacer con él. Si es cierto que no hay, en estos días, una alternativa viable a la economía de mercado, no es evidente qué tipo de economía de mercado queremos para nuestro país. Y no se trata de una discusión político-partidista de más o menos Estado entre derechas e izquierdas: este es un tema que atraviesa las actuales coaliciones políticas. Económicamente hablando, hay liberales muy liberales tanto en la Concertación como en la Alianza, y hay estatistas también en ambos lados. Uno de los tantos defectos del binominal es que nos impide ver con claridad este tipo de distinciones un poco más finas: hay un mundo de distancia entre Andrés Velasco y Sergio Aguiló, hay un mundo de distancia entre José Antonio Kast y el fallecido Álvaro Bardón. No se trata de partidos políticos, este es un tema que los cruza y, a veces, los divide internamente.

Lo importante es no perder de vista que el liberalismo económico tiene defectos, defectos graves, defectos de importancia que no pueden ser tomados a la ligera. Esos defectos deben ser considerados en su justa medida, y corregidos o prevenidos. De eso se trata la política, pues a veces da la impresión que la política consiste en seguir ciegamente los designios económicos. No quiero decir que la política no deba tomar en cuenta los datos de la realidad económica (véase el caso de Francia donde los políticos se niegan a hacerse cargo de la realidad económica) pero la primacía es de la política entendida en su más alto sentido.

¿Cuáles son los defectos del modelo aplicado sin miramientos de ninguna especie? Paso a enumerar algunos de manera no exhaustiva, quizás en otra ocasión intente explicarlos más detalladamente. Tiende a generar desigualdades enormes que no son aceptables ni desde un punto de vista ético ni desde un punto de vista político. Tiende siempre y de manera inevitable al oligopolio que puede parecerse mucho al monopolio, con colusión o sin colusión. Genera incentivos perversos en el área de las finanzas (¿será necesario insistir?). Tiende a transformarlo todo en mercancía, cuando no todo lo es. A través de la publicidad, tiende a la idiotización de todos nosotros: a veces la consigna pareciera ser borrar al hombre para crear un consumidor.

En general, puede decirse que con el libre mercado hay que tener dos precauciones. La primera es que se trata de una teoría, y que como tal, puede encajar mal o bien con la realidad (nunca sé si reír o llorar cuando escucho a los economistas diciendo que "en caso de competencia perfecta"... Señores: les comunico que la competencia perfecta no existe fuera de sus mentes afiebradas. Aquí, en la tierra, sólo existen competencias imperfectas). Y la segunda precaución: el sistema es útil para crear riqueza, pero sólo para eso. Si lo fundamos todo en el libre mercado, estaremos considerando que el hombre sólo quiere y necesita riquezas materiales. Y creo que no es el caso.

En este sentido, es igualmente inútil e idiota negar las ventajas del libre mercado: para crear riqueza, probablemente no hay nada mejor. Eso es innegable. Pero, otra pregunta es qué lugar y qué rol le queremos dar a las riquezas en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Y ésa es una pregunta abierta, que al menos merece discusión. Pero me temo que, como de costumbre, no habrá discusión y las cosas seguirán el curso que los intereses más poderosos logren imponer(nos).