lunes, 17 de octubre de 2011

¿Viraje o vuelta de campana?

TODO indica que el proyecto que busca penalizar las tomas violentas (¿las hay pacíficas?) es un signo claro de un nuevo viraje del Ejecutivo, que busca recuperar su electorado duro para frenar su caída en las encuestas. Uno puede preguntarse si acaso un proyecto así es oportuno, e incluso si es necesario -después de todo, bastaría con aplicar las leyes que existen, en lugar de multiplicarlas-, pero la decisión tiene su lado comprensible: pese a que el gobierno lleva largo tiempo pololeando a la izquierda, a los estudiantes y a todo lo que huela a progresismo, los resultados no han sido muy alentadores. El oficialismo no gana nada hacia su izquierda, pues las banderas se van moviendo a medida que el gobierno va cediendo, y pierde al mismo tiempo el apoyo de los sectores duros, cansados de que La Moneda sienta vergüenza -no hay otra palabra- de las ideas de derecha.
Desde luego, es muy temprano para determinar si el viraje es de fondo o puramente táctico. La pregunta tiene su importancia, porque sabemos cuán serios han sido los problemas del gobierno para dotar de coherencia su acción política. En 20 meses, el piñerismo ha puesto arriba de la mesa muchos eslóganes, pero pocas ideas, y ha presentado muchos proyectos de ley, pero ninguno más o menos global. Y aunque el Presidente intente llenar ese vacío con retórica pastosa, no se puede tapar el sol con un dedo ni forzar el destino a punta de palabras. Si hubiera que usar un concepto para definir a este gobierno, no le alcanza ni siquiera para pragmático: hasta aquí, la norma ha sido más bien la frivolidad.

En ese contexto, no es tan descaminado suponer que las ideas más clásicas de la derecha sean quizás la última tabla que encuentre el Presidente en su periplo. Es cierto que esas "ideas" son, hoy por hoy, más parecidas a una suma de intuiciones contradictorias que a un discurso coherente -y habría mucho que decir sobre la profunda desarticulación de la derecha-, pero tienen una virtud innegable: existen. Y no van quedando muchas alternativas, pues sabemos cómo fracasó el "gobierno de los gerentes", y también sabemos que la "nueva derecha" ni siquiera alcanzó a nacer. Así, a la hora de sacar cuentas, va quedando claro que este gobierno no ha deslumbrado por sus aportes sustantivos a la política chilena.

Ahora bien, el viraje tiene sus propias complicaciones. Por un lado, sostener ideas de derecha requiere una buena dosis de coraje, y el Ejecutivo no se siente cómodo en el terreno de las convicciones. Supongo también que debe ser particularmente difícil defender ideas que, en el fondo íntimo, no se comparten, y el Presidente no ha sido nunca un hombre de derecha: no es un misterio para nadie que, si de él dependiera, gobernaría con los Walker y no con los Novoa. Además, si quiere ser coherente y creíble, el nuevo discurso de gobierno debiera aplicarse también a sus negociaciones con los estudiantes, y eso supone abandonar la especie de cogobierno que se ha ido instaurando.

Dicho de otro modo, ¿está el gobierno dispuesto a asumir el viraje a la derecha con todos los costos que ello implica? ¿O bien se trata de una vuelta de campana más, destinada a ser reemplazada pasado mañana por otra brillante corazonada del "segundo piso"? Si me permiten apostar, me inclino por esto último.

Publicado en La Tercera el miércoles 5 de octubre de 2011