jueves, 1 de octubre de 2009

Un dilema falaz

La respuesta del candidato oficialista frente a casi todos los problemas que enfrenta Chile es casi siempre la misma: más Estado. Es la consigna que repite Frei sin ningún temor a parecer majadero o repetitivo. En cualquier caso, no está solo: el gobierno no parece pensar de manera muy distinta. Su última idea es tratar de convencernos que la creación de un ministerio solucionará el problema en la Araucanía, así como ayer había pensado que Arica necesitaba un intendente designado en Santiago o que el transporte público de la capital requería planificación soviética. El mismo Sebastián Piñera se ha subido al mismo tren asumiendo el lenguaje de la Concertación, sin darse cuenta que jugar en la cancha del adversario lo terminará perjudicando.

No tengo nada en principio contra la actividad estatal. De hecho, ni el más libertario querría vivir en un mundo sin Estado. Pero me parece que, tal como se ha dado hasta ahora, la cuestión está planteada de un modo equívoco. No nos engañemos ni nos dejemos engañar: el remedio a todos nuestros males no vendrá del Estado. Tampoco del mercado, y en eso los apóstoles del liberalismo también yerran. En efecto, si alguna lección ha dejado la crisis es que el mercado es incapaz de contenerse por sí mismo: fuera de control, puede dar resultados tan delirantes como las novelas de Orwell. Pero la salida a esos delirios no pasa por el tamaño del Estado, y las elecciones europeas han demostrado el grado de perplejidad y desorientación de los partidos social demócratas, que no logran encontrar una respuesta a una situación que -en el papel- les era favorable.

El dilema entre Estado y mercado es falaz porque los problemas no se presentan de ese modo en la realidad. Los problemas de los chilenos no pasan por el tamaño del aparato público, como tampoco pasan siempre por darle más espacio al mercado. Dicho de otro modo, hay demasiados que aún piensan que los problemas sociales son, ante todo, problemas de estructuras y de sistemas. Creen que cambiando la estructura cambia también instantáneamente la realidad según sus deseos. Con ese razonamiento, unos nos quieren hacer creer que los indígenas llevarán una vida más digna porque un texto constitucional lo afirma, y otros que toda solución pasa por darle plena libertad a los agentes económicos.

No pretendo negar la importancia de las instituciones adecuadas en una sociedad sana. No negaré tampoco que la acción política debe guiarse por principios, en ausencia de los cuales la política queda reducida a un pobre tecnocratismo vacío de sentido. Pero todo esta discusión no tiene ningún valor si se pierde de vista aquello que Grossmann llamaba la modesta particularidad de cada vida humana. Lo importante es mejorar la calidad de vida de las personas, y para tomarse ese desafío en serio es urgente salir de las respuestas pavlovianas, sean pro-mercado o pro-estado. No es educación pública ni privada la que esperan los chilenos: es educación de calidad. Por otro lado, más que perder el tiempo discutiendo sobre el tamaño del Estado, deberíamos estarlo discutiendo sobre su calidad. El Estado chileno tiene demasiadas dificultades como para darnos el lujo de no concentrarnos en mejorar sus debilidades. La discusión abstracta sobre el Estado es muy cómoda para los políticos, porque esconde la otra discusión, la realmente urgente: los problemas reales que aquejan a millones de chilenos. Y esa pregunta se pierde en la discusión ideológica, pues cada problema requiere una mirada singular libre de consignas vacías.

Un suceso reciente puede servir para ilustrar lo que intento decir: hace pocos días el Consejo de Rectores decidió que el proceso de postulación a las universidades tendrá lugar entre el 23 y el 25 de diciembre. Las universidades que parecen haber pesado en esta decisión pertenecen al Estado. Y lo decidieron así, paradoja de paradojas, por razones de mercado. Sin consideraciones de ninguna especie, pretenden estropear la Navidad de decenas de miles de familias chilenas. Por cierto el PIB no se verá afectado con esta decisión, pero, ¿es esa la manera de construir una sociedad respetuosa de los ritmos y de las lógicas familiares?, ¿un grupo de burócratas puede decidir arruinarle la Navidad a buena parte de los chilenos sin tener que rendir cuentas a nadie? Sally Bendersky, jefa de la división de educación superior del Mineduc, nos regaló esta frase digna de antología: "Lo que nosotros pudimos observar es que las consideraciones que se tomaron tienen que ver con (generar) una competencia entre las universidades". ¡Qué ejemplo de alianza público-privada, qué modelo de asociación entre el mercado y el sector público! Poco importa que la vida familiar de muchos chilenos se vea afectada: la sacrosanta competencia ha sido protegida por el Estado. Entretanto, los candidatos optaron por no decir nada. Quizás sugiriendo con su silencio lo que intuíamos, que prefieren ocuparse de sus dilemas falaces antes que de nuestros problemas.

Publicado en El Mostrador el 1º de octubre de 2009

No hay comentarios: