lunes, 8 de febrero de 2010

La nueva travesía opositora

Durante veinte años, la Concertación demostró una extraordinaria habilidad política para usar y conservar el poder. Hasta hace no mucho, siempre supo leer los distintos escenarios, dar las respuestas adecuadas y, si la situación lo exigía, idear artilugios para salir del paso en momentos complicados. Así, la oposición se encontró siempre en una posición un poco curiosa, como si fuera imposible que un día pudiera ganar. Y aunque Joaquín Lavín rozó la gloria hace ya varios años, su triunfo hubiera sido una especie de desafío a la lógica política: Ricardo Lagos no podía perder una elección que llevaba tantos años preparando.

Sin embargo, como todo en la vida, la Concertación sufrió un proceso de descomposición orgánica cuyos síntomas se fueron haciendo evidentes conforme pasaba el tiempo, y que terminó con el triunfo de Sebastián Piñera. De este modo se enfrenta hoy a la difícil tarea de ser oposición a un gobierno democráticamente elegido. Y digo difícil porque no está preparada para serlo: su única experiencia en la materia data de los años ’80 cuando las condiciones eran muy distintas. Además, no es fácil ser oposición en Chile: las últimas semanas han dejado claro el enorme poder de iniciativa política del que goza el Presidente, quien domina la agenda sin muchos contrapesos. Esto último es sin duda problemático, pero no será la coalición que usó y abuso de ese poder durante veinte años la que pueda quejarse ahora que le toca mirar desde fuera.

Por lo mismo, la travesía opositora de la Concertación está plagada de riesgos, de falsas pistas, de idas y vueltas y de quimeras. Se necesita mucha lucidez para responder bien a los desafíos, pero dicha virtud no parece abundar en las filas concertacionistas. Héctor Soto ha dicho que se necesitan héroes de la retirada, y tiene razón. Pero el problema es que no es muy claro quiénes estarían dispuestos a jugar ese rol tan imprescindible como ingrato: tenemos más bien una buena cantidad de viejos políticos aferrados a sus escuálidas cuotas de poder. En cualquier caso, tienen mucho más aspecto de náufragos que de héroes. Tampoco hay un líder, o un grupo de líderes, capaces de poner algo de orden y de orientación allí donde reina el desconcierto.

Algunos sugieren que Michelle Bachelet podría asumir un papel relevante, pero no hay que olvidar que su popularidad orwelliana está construida desde la distancia con la política, y es poco probable que esté dispuesta a bajar al pantano. Su popularidad es tan elevada como inútil desde el punto de vista político —y si alguien tiene dudas, puede preguntarle a Eduardo Frei. Por su parte, Ricardo Lagos busca promover una generación de recambio que asuma un liderazgo más nítido, pero ya el mismo hecho que dicha generación necesite padrinos deja claro lo débil de la propuesta. No hay mejor postal de lo artificial de la situación que el discurso del mismo Lagos la noche del domingo 17. Dicho de otro modo: o bien los más jóvenes (que en verdad ya no son tan jóvenes) se imponen por su propia fuerza política, sin padrinos y sin subsidios de ninguna especie; o bien terminarán cayendo por su propia debilidad. En política los espacios se ganan por méritos propios, y todo el resto es pura ilusión.

Por de pronto, y mientras la nueva oposición busca su lugar y su acomodo, Piñera tiene amplio espacio para jugar. Y ya lo ha hecho dos veces: con la democracia de los acuerdos y con el gobierno de unidad nacional. Ambas propuestas son, desde luego, completamente artificiosas y carentes de sentido, pero el hecho es que rentan, y mucho. La democracia de los acuerdos tuvo su importancia en un determinado momento histórico, pero sugerirlo hoy de modo abstracto tiene como único objeto confundir al adversario. Y, de hecho, la Concertación no ha encontrado una respuesta satisfactoria al acertijo.

Algo semejante ocurre con el gobierno de unidad nacional: si el concepto puede ser razonable en tiempos de crisis, en situación de normalidad gobierno y oposición deben distinguirse y cumplir cada uno con su papel, como ocurre en toda democracia sana. Pero con la sola sugerencia, Piñera descoloca a la Concertación dejándola en una posición incómoda, sin respuesta coherente.

Si la Concertación cae en trucos tan infantiles, que son además idénticos a los que ella misma practicó durante veinte años, es porque no tiene ni discurso ni liderazgo. No tiene, en rigor, nada muy preciso que ofrecer, y ni siquiera las críticas a los flancos abiertos de Piñera son muy asertivas. Y si bien es obvio que luego de veinte años en el poder la cuestión no tiene nada de raro, lo cierto es que mientras antes empiecen a pensar en serio, antes podrán aspirar a volver al gobierno. Pero si se enfrascan en discusiones estériles y en luchas internas por el control de los partidos, su travesía podría durar algo más que cuatro años.

Para salir de la oposición se necesita un discurso y un liderazgo bien definidos, y todo parece indicar que la Concertación no tiene por donde lograr algo así en el corto o mediano plazo. Es lamentable no sólo por ellos, sino porque la democracia necesita una oposición fuerte capaz de ejercer un contrapeso efectivo. De lo contrario, el sistema queda cojo, y nada bueno puede salir de ahí.

Publicado en El Mostrador el viernes 5 de febrero de 2010

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