lunes, 21 de junio de 2010

Nueva conversación con Pancho

-Pero Pancho, ¿no crees que esta vez sí fuiste muy lejos?

-No viejo, yo contigo ya no hablo. La última vez tuviste la genial idea de publicar nuestra conversación en un diario electrónico. Yo pensaba que podía confiar en ti, pero me equivoqué.

-No exageres, no es tan grave. Recuerda que a ti también te gusta revelar conversaciones. Por lo demás, sólo unos pocos despistados creyeron que era verdad. Casi todos pensaron que era un invento, como si yo tuviera cabeza para imaginar tanta barbaridad junta.

-Claro, muy bonito, pero, ¿cómo sé yo que esta vez no la publicas?

-Pancho, prometo que no la publicaré. Y si por ventura se me escapara de las manos, diré que este diálogo es producto de la imaginación, y que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

-No sé si creerte, pero bueno. Voy a volver a conversar contigo, por última vez. Me interesa aclarar algunas cosas.

-Gracias, Pancho. Me gustaría saber por qué te volviste a tirar en picada contra Velasco.

-Es casi una coincidencia. Yo no tengo nada personal, él me da lo mismo. Simplemente tiene la mala fortuna de encarnar lo peor de lo nuestro, de nuestras peores cobardías y de nuestros peores errores. Velasco es el símbolo de todo lo que hicimos mal y de todo lo que jamás, ¡pero jamás!, debemos volver a hacer.

-Lo que no entiendo es por qué personalizarlo así, con tanta radicalidad. ¿No es muy agresivo?

-Mira, si en el fondo da igual. Podría ser Velasco, podría ser otro, podrías ser tú. No importa nada, pues es una cuestión de método. Lo que importa es que no haya dudas respecto de quiénes son los culpables: alguien tiene que pagar la cuenta. Y la culpabilidad se encarna a la perfección en la persona de Andrés Velasco. En él se condensa todo lo que nosotros, progresistas, debemos aborrecer.

-Pero entonces es algo personal.

-Sí y no. Es personal porque, bueno, lamentablemente hay que encontrar un chivo expiatorio. Así es el juego. Y Velasco, con su orgullo soberbio, con su altanería insufrible, es ideal. Pero no es personal porque podría haber sido otro. Después de todo, abundan los candidatos. Hay que condenar a alguien no más: así clarificamos las cosas.

-Si me permites, el procedimiento me parece un tanto injusto. En rigor, no sólo injusto, sino también equivocado. Sabes mejor que yo que la Concertación siempre fue algo colectivo, donde todos aportaron su grano de arena tanto en lo bueno como en lo malo. ¿Qué ganas con condenar tan brutalmente a algunos?


Querido amigo, a veces pienso que usted ha leído demasiado. No se le vaya a secar el cerebro. El hecho es que la política tiene poco que ver con los libros. Yo también querría que el mundo fuera justo, que el mundo fuera lindo, pero la verdad es que no lo es. No la política en todo caso. Para explicarlo en corto: siempre ha sido necesario encontrar culpables, pues así podemos sentirnos inocentes.

-Debe ser bien cómodo vivir así, supongo que se duerme bien.

-Tú y tus ironías. Siempre he dormido bien. Y sabes mejor que nadie que no me interesa la comodidad, me interesa lo que sea útil políticamente hablando. Si hay culpables, nos evitamos dar explicaciones ingratas, nos evitamos hacernos cargo de los errores, nos evitamos tanta cosa viejo. Y, sobre todo, podemos pensar tranquilos en el futuro.

-Creo ver en tu actitud una de las grandes debilidades de la izquierda: la culpa siempre es de los otros. ¿Pero no crees que la Concertación necesita una introspección un poco más profunda en lugar de tanta vociferación, de tanta retórica? Digo, si acaso quieren volver a encarnar un proyecto viable.

-Suena muy bonito, pero no te pierdas. Puedes hacer diez cónclaves, invitar a todos los próceres, pero no sacarás nada al final del día. El proceso que deberíamos hacer no se va a hacer jamás, porque son demasiadas las cosas que saldrían al sol. Por más que nos pese —y esto guárdalo para ti— aquí no hay inocentes. Admitirlo públicamente sería muy doloroso además de inviable políticamente. ¿A quién le interesa encabezar un proceso así? Yo al menos no sé de nadie que esté disponible a un suicidio de ese tipo. Por otro lado, una introspección en serio dividiría a la Concertación inevitablemente: mirarnos a nosotros mismos implicaría tomar conciencia de que son muy pocas las cosas que nos unen. Y, lamentablemente, no todos los días sale un Miguel Otero o un José Piñera a recordarnos que Pinochet todavía vive.

-Bueno, por eso andan tan perdidos. No saben qué hacer con Piñera, que puede darse el lujo de no vender Chilevisión sin que a nadie le importe mucho. Otra pregunta: ¿qué diablos entiendes entonces por pensar en el futuro?

-Es muy simple. Una vez que identificaste a los culpables, los condenaste y los excomulgaste, podemos mirar hacia adelante con más tranquilidad. Podemos construir un proyecto verdaderamente progresista, pero de verdad, sin tecnócratas.

- Tu lógica binaria me supera.

-Je. La cuestión es que funcione. Las otras preguntas, para los filósofos.

-Me quedan todavía algunas dudas. ¿Por qué meter a la Presidenta Bachelet en todo esto?

-Bueno, ahí quizás la anduve embarrando. Ocurre que es un poco inevitable, si Velasco al final no se mandaba solo.

-No recuerdo haberte escuchado admitir un error. Felicitaciones.

- No, no fue un error. Nunca usé esa palabra.

-Prefiero evitar las discusiones semánticas contigo. Me interesa saber qué piensas hacer ahora.

-Nada. Dejar que las acusaciones hagan su trabajo, un trabajo tan silencioso como eficaz. Luego, podremos inclinarnos a la izquierda, pues Piñera no deja ningún espacio en el centro. Y hacer lo que la izquierda siempre hace cuando es oposición, en todo el mundo.

-¿Pero es verdad que nunca llegaste ni con un papelito amarillo?

-A veces dan ganas de llorar. ¡Desde cuándo la política se hace con papelitos amarillos! ¡Es gente que delira, que todo lo quiere convertir en un paper!

-Pancho, una última pregunta. Voy a tratar de entrar en tu lógica, aunque no termino de entenderla. ¿Tú de verdad crees que el camino que propones puede llevar a la Concertación de vuelta a La Moneda?

-Te confieso que no lo sé.

-¿?

-Lo único que sé es que hay que encontrar culpables. Es una condición indispensable para el futuro.

-¿No te parece que la realidad es menos simple de lo que dices?

-Desde luego. Nadie ha dicho que las cosas sean simples, la cuestión es que lo parezcan.

-¿El reino de las apariencias?

-El reino de la política.

Publicado en El Mostrador el viernes 18 de junio de 2010

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