viernes, 12 de marzo de 2010

Los misterios de Piñera

El cambio de mando realizado ayer, en medio de movimientos telúricos y alertas de maremoto, tiene algo de nostálgico para todos quienes hicimos nuestras primeras armas en los últimos veinte años, más allá de la posición política de cada cual. Muchos rostros con los que crecimos se van para sus casas, y llegan otros que siempre habíamos visto en la oposición. Estábamos acostumbrados a cierto modo de hacer las cosas, con sus grandezas y sus miserias, y ahora tendremos que habituarnos a otro, que seguro traerá también sus propias grandezas y miserias.

Así, se abre un nuevo período histórico, y nadie sabe a ciencia cierta cuánto durará la derecha en el poder. Con todo, es evidente que tiene cancha para jugar, y los nombres elegidos por la Concertación para presidir el senado los próximos tres años son una excelente muestra de su desconexión total con la nueva realidad política. Con Jorge Pizarro, Camilo Escalona y Guido Girardi en la primera línea, Piñera puede estar tranquilo: la oposición tardará un buen tiempo en recuperar su credibilidad y volver a convertirse en alternativa seria de gobierno.

Por cierto, la administración entrante debe aprovechar las circunstancias evitando enredarse en cuestiones menores. Pero la verdad es que, hasta ahora, las señales no han sido de lo más alentadoras: en pocas semanas, el piñerismo no sólo ha cometido errores infantiles, sino que también se ha negado a resolver cuestiones de importancia. Por un lado, hay muchas autoridades que aún no han sido nombradas, y eso no puede sino plantear un signo de interrogación respecto de la capacidad de la derecha para hacerse cargo del aparato público, pues la segunda vuelta fue hace ya dos meses.

Por otro lado, el tema del logo, aunque menor, no es por eso menos sintomático, e ilustra bien cuán fácil es enarbolar desde la oposición la bandera de las cosas bien hechas, y cuán distinto es ponerle prolijidad a la gestión una vez adentro: hay varias lecciones que sacar sobre este punto. Y aunque es obvio que hay que darle tiempo a la nueva administración para que le tome el ritmo a las nuevas circunstancias ―después de todo, son veinte años en la oposición―, esa excusa no puede servir durante mucho tiempo, menos aún si Piñera quiere imprimirle sentido de urgencia a su gobierno. Sabemos además que la primera etapa de los mandatos suele ser la más productiva.

Pero en verdad lo más complicado viene por otro lado: en un gabinete donde abundan los conflictos de interés, el mismo Presidente optó por hacer oídos sordos a los suyos propios. Así, el presidente Piñera investido ayer en Valparaíso conserva su participación en Colo Colo, aún no aclara el nuevo estatuto de Chilevisión y, pese a que había prometido lo contrario, no se ha desprendido de su participación en Lan. Si eso no es conflicto de interés, yo no sé qué pueda serlo. El problema es complejo por varias razones. Una de ellas tiene que ver con lo siguiente: como es el jefe quien da la pauta, resulta difícil imaginar qué razones tendrían las otras autoridades para aplicar un criterio distinto al del Presidente.

Dicho de otro modo, en esta materia Piñera no puede exigir mucho pues él mismo ha optado por hacer poco. Así, por dar sólo un ejemplo, tendremos que conformarnos con que el subsecretario de deportes sea uno de los dueños del club deportivo más popular del país, como si nada. La cuestión tiene mucho de decepcionante, pues nada de esto daría para discusión en una democracia seria, pero la verdad es que en Chile Piñera puede darse el lujo de incumplir una promesa de campaña sin que a nadie parezca importarle mucho y puede también darse el lujo de poseer un medio de comunicación masivo sin que nadie se inquiete demasiado.

No se trata de presumir mala fe, pues el problema central no pasa por ahí. Se trata más bien de tomarse en serio esa lección de Montesquieu según la cual es preferible limitar el poder que lamentarse luego por no haberlo hecho: es una regla básica de la democracia, que ni Piñera ni nosotros parecemos haber escuchado con la suficiente atención.

Es cierto que el terremoto hizo pasar a segundo plano todas estas consideraciones, además de representar una oportunidad política para el nuevo presidente. Si antes tenía que darse el trabajo de bajar las expectativas, hoy ese problema está resuelto. Si antes carecía de mística y de relato, hoy se enfrenta a la titánica tarea de reconstrucción nacional. Pero también recién ahora podemos medir cuán frívolo fue su llamado a realizar un gobierno de unidad nacional cuando no había motivo serio para hacerlo. En cualquier caso, sería un poco triste, por decir lo menos, que la catástrofe fuera entendida como simple excusa para incumplir las promesas.

Con todo, el hecho final es que cuesta entender que Piñera, un hombre que lleva exactos veinte años mirando fijo hacia La Moneda sin pausa y sin descanso, no esté dispuesto a poner toda su atención y toda su energía en realizar un buen gobierno, despejando todos los problemas anexos. Es difícil comprender por qué está dispuesto a exponerse por cuestiones que podría y debería haber resuelto hace mucho tiempo, e insista en poner fichas en dos canchas distintas.

Es misterioso que ni La Moneda, ese objetivo tan anhelado y por el que estuvo dispuesto a hacer tantas cosas, lo haga cambiar de actitud. Sus detractores siempre podrán alegar que siempre fue así, que cuando fue senador la cosa no fue muy distinta, que la política para él no es mucho más que medio para otros fines y que, simplemente, es su naturaleza: donde ve una oportunidad, la aprovecha sin hacerse muchas preguntas y donde hay un espacio, lo toma sin fijarse en detalles. Ignoro cuánta verdad hay en esos argumentos, pero hay algunos hechos que no merecen discusión. El primero es que, al exponerse así, Piñera abre flancos que le pueden costar caro en un futuro no tan lejano. Otro es que da la impresión que Piñera es un poco inconsciente de la gravedad histórica del proceso que encabeza, pues está dispuesto a contaminarlo con cuestiones de índole privada.

En ese sentido, sólo cabe esperar que Piñera resuelva cuanto antes eso que podríamos llamar “la cuestión previa”, que no es otra cosa que el problema Piñera, aunque el mismo hecho que estos problemas subsistan a fecha 12 de marzo habla más que mil palabras. Como sea, si no lo hace, sólo dará buenas razones a quienes piensan que su aventura es más individual que colectiva y más personal que política, y eso no puede sino perjudicar a su propio gobierno.

Publicado en El Mostrador el viernes 12 de marzo de 2010

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