viernes, 17 de septiembre de 2010

Enemigos íntimos

EL INCORDIO que protagonizaron Michelle Bachelet y Sebastián Piñera esta semana, a partir de una malograda invitación a la inauguración del Centro Cultural Gabriela Mistral, no debería calificar ni siquiera para bochorno. En muchos sentidos, se trata simplemente de una discusión tan infantil como inconducente, que los chilenos preferiríamos ahorrarnos: para resolver este tipo de problemas existen el teléfono y la correspondencia privada.

Sin embargo, al mismo tiempo el episodio deja entrever elementos interesantes. Al fin y al cabo, en política estas anécdotas suelen ser más decisivas e ilustradoras que los grandes discursos.

En primer término, está esa curiosa estrategia utilizada por Michelle Bachelet, que consiste en adoptar un tono quejumbroso cada vez que tiene una oportunidad. Si acaso pretende elevarse al rango de los estadistas, alguien tendría que decirle que así no lo va a lograr. En ese sentido, más allá de si la invitación llegó o no a sus manos en bandeja de oro o de cartón, la ex Presidenta debería entender que para hacer política en serio no se puede jugar eternamente el papel de víctima. Eso puede resultar un tiempo, quizás puede resultar por mucho tiempo, pero no puede resultar eternamente. Por lo demás, al dejar el poder su blindaje político perdió espesor y, en consecuencia, la repetición del mismo libreto difícilmente logre los mismos efectos. Dicho de otro modo, si Michelle Bachelet de verdad tiene ganas de liderar a la Concertación y encabezar el proceso de renovación que todos estamos esperando, tiene que arriesgar capital en otro tipo de temas, pues los desafíos que la Concertación enfrenta merecen una actitud de otro tenor. Hay que cambiar el registro y ponerlo en otro nivel.

En cualquier caso, la coalición opositora no lo hizo mucho mejor al suspender el diálogo con el Ejecutivo: creyendo defender a Bachelet, perdió credibilidad. No se pueden postergar acuerdos necesarios para el país a raíz de una discusión de jardín infantil.

Por otro lado, Sebastián Piñera se vuelve a enfrentar con su peor bestia negra: la popularidad de la ex Presidenta. El Mandatario sufre, sin duda, de ese desagradable síndrome que suele afectar al mejor alumno del curso: es respetado, pero no querido. Y dado que su carácter lo inclina a querer tenerlo todo a la vez, suele tropezar en su intento de jugar en una cancha en la que siempre va a perder, pues sus ventajas van por otro lado.

Más le valdría tomar en cuenta que él tampoco tiene nada que ganar en este tipo de incordios, que sólo pueden acentuar una comparación que lo desespera. Por más que cueste, Michelle Bachelet debe ser tratada con algodones y rosas. Es obvio que las ganas y el instinto dicen otra cosa, pero la sensibilidad de la ex Mandataria está en niveles elevados y, por tanto, todo puede ser usado en su contra.

Así, las cosas se juegan en una delgada línea donde el equilibrio es y seguirá siendo delicado. En la medida en que la oposición siga encerrada en sus propias contradicciones e incapaz de generar liderazgos relevantes, la figura de Michelle Bachelet no podrá sino ir adquiriendo más importancia de cara a las elecciones futuras. Por más que le pese, el gobierno debe aprender a convivir con esa realidad.

Publicado en La Tercera el miércoles 8 de septiembre de 2010

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