viernes, 8 de abril de 2011

Sin rumbo conocido

SPINOZA decía que los hombres son mucho más dados a la venganza que al perdón. Tiendo a estar en desacuerdo con dicha afirmación, pero debo admitir que los dirigentes oficialistas realizaron, durante semanas, conmovedores y meritorios esfuerzos por darle razón al filósofo holandés. Es cierto que, hacia el final, el instinto de sobrevivencia terminó primando, pero la farra costó cara.

Los partidos de la Coalición se encargaron de recordarnos que los cuchillos son parte indispensable del mobiliario de toda derecha que se precie de tal, y que ser gobierno los tiene sin cuidado cuando se trata de sus estrechos orgullos. Siguen predominando la mentalidad latifundista, según la cual nadie está dispuesto a recibir órdenes, y las viejas odiosidades parecen más vivas que nunca. No se entiende de otro modo el que parlamentarios oficialistas hayan estado dispuestos a apoyar una acusación constitucional que nunca tuvo el menor peso jurídico; ni tampoco que la UDI haya ejercido una presión rayana en el chantaje por mantener a la intendenta Van Rysselberghe en el cargo. Al final, ella tuvo que salir igual, y la Coalición -si acaso aún existe como tal- mostró todas sus debilidades. Y aunque es obvio que la ex alcaldesa tiene un talento bien singular para condensar sobre sí los conflictos, no se trata de un problema de personas: en este episodio, Van Rysselberghe fue mucho más síntoma que causa.

Por su lado, el gobierno no lo hizo mucho mejor. Al ceder en un primer momento al forcejeo de la UDI, cometió un grosero error de cálculo, mostró una sintonía casi nula con sus partidos y perdió durante semanas el control de la agenda. Como era esperable, ahora se nos anuncia por enésima vez la creación de mecanismos para evitar estos conflictos, pero uno puede permitirse cierto escepticismo. Nadie podría negar que en el oficialismo falta interlocución política, pero resulta iluso suponer que eso basta para superar dificultades que son estructurales y que tienen que ver con hábitos muy arraigados.

Esto nos retrotrae a una vieja discusión entre Sebastián Piñera y Andrés Allamand sobre el rol de los partidos políticos. Lo irónico de la situación es que el actual Presidente encarnó a la perfección, durante dos decenios, el paradigma del político de derecha que construye su carrera al margen de los partidos, hasta el punto de ignorarlos por completo en la conformación de su primer gabinete. Ahora, tarde, se da cuenta de los efectos desastrosos de un gobierno sin un soporte político sólido. Pero, ¿cómo podría el Presidente exigir hoy lo que ayer negó y pedir una disciplina a la que nunca se sometió? ¿Cómo podría hacerlo cuando todas sus actitudes confirman que lo suyo es una cuestión más personal que colectiva? No deja de ser sintomático que la reunión que buscaba institucionalizar a la Coalición se haya realizado en la casa del Presidente. Antes, sus grupos de trabajo habían sido bautizados con el nombre de su parque privado. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero vaya desafío que tiene el Mandatario si acaso quiere generar una cultura de coalición, pues tendría que partir negándose a sí mismo. Mientras eso no ocurra, nuestra derecha seguirá trenzándose en reyertas sin sentido y, de paso, le seguirá dando la razón a Spinoza.

Publicado en La Tercera el miércoles 6 de abril de 2010.

No hay comentarios: