viernes, 30 de diciembre de 2011

Cuando las reglas no alcanzan

LA RECIENTE protesta que organizó un grupo de alumnos de la Universidad Católica con ocasión del homenaje a Jaime Guzmán ilustró una triste realidad: nos está costando mucho convivir, nos está costando mucho aceptar nuestras diferencias. Quienes defienden la legitimidad de la protesta, se escudan en la retórica de los derechos: tú tienes derecho a homenajear, yo tengo derecho a protestar; tú tienes derecho a recordar, yo tengo derecho a gritarte en el oído todo el mal que pienso de ti y de tu acto. Así, en la idílica sociedad liberal que algunos quieren construir, todos tienen derecho a ejercer sus derechos: la lógica parece impecable. Y sin embargo, hay algo que no calza, algo que no termina de encajar.

Porque uno puede preguntarse si acaso la sola consideración de derechos individuales es suficiente para fundar algo así como una vida común, o si hace falta algo distinto. Una democracia no sólo necesita de reglas y derechos (que son indispensables), también necesita de cierto clima humano, en el que tanto insistía Havel. Sin ese clima, la democracia es de papel, pues carece de las condiciones mínimas para establecer cualquier tipo de diálogo racional. Si sólo estamos dispuestos a tomar en cuenta nuestros propios derechos, no sólo entramos en una lógica circular y absurda, sino que también perdemos de vista lo esencial: una democracia auténtica requiere de formas que no caben en un código. Dicho de otro modo: la democracia sin ethos no es tal, aunque lo parezca. Una sociedad donde sólo valen mis derechos contra los tuyos sólo puede producir individuos exigiendo a gritos su cuarto de libra a-ho-ra.

En ese sentido, las funas pueden ser inobjetables desde un punto de vista jurídico, pero no por eso la práctica deja de ser profundamente fascista, y lo es desde su origen. Es fascista porque, al buscar hacer justicia con las propias manos, destruye las bases de cualquier convivencia pacífica. Es fascista porque elige el terreno de la fuerza, abandonando la confrontación de argumentos. La funa es fascista, porque en ese juego gana el que grita más fuerte y porque busca amedrentar a quienes disienten. Puede estar bien vestida, puede incluso invocar luchas justas, pero la funa nunca dejará de ser lo que es: un vulgar acto de matonaje escolar. Una sociedad donde nos funamos unos a otros se parece más a un infierno que a otra cosa.

Este año marcará un punto de inflexión en nuestra historia, pues fue, sin duda, el momento en que Chile cambió y empezó a mirarse a sí mismo con otros ojos. El futuro no está escrito, ni para bien ni para mal: de nosotros depende que la inflexión tome un curso positivo. Para eso debemos hacernos cargo de nuestro destino común, pero sin olvidar que éste requiere cierta voluntad de vivir juntos. Tenemos que aprender a respetarnos en nuestras diferencias, por más profundas que sean, y tenemos que aprender a caminar sin descalificar a quienes piensan distinto ni atribuirse inciertos monopolios de pureza moral. Si ni siquiera somos capaces de escucharnos entre nosotros, nada bueno va salir de aquí. Mejorar nuestros indicadores Ocde vale bien poco si seguimos degradando nuestro trato -aunque sea conforme a derecho.

Publicado en La Tercera el miércoles 28 de diciembre de 2011

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