viernes, 30 de diciembre de 2011

Lo público y lo privado

El 2011 quedará grabado en Francia como el año en que Dominique Strauss-Kahn protagonizó su propio desplome: quien hasta mayo era el gran favorito para convertirse en próximo presidente de Francia, vive hoy en un ostracismo total. Es cierto que pudo volver a París tras ser exculpado de la supuesta violación en el Sofitel de Nueva York, pero su regreso a Francia no ha tenido nada de glamoroso. Allí no sólo tuvo que enfrentar una denuncia por violación de una periodista -donde lo salvó la prescripción-, sino que también se revelaron sus vínculos con redes de prostitución y proxenetismo: DSK llevaba una doble vida digna de una novela rusa, difícil de concebir y de imaginar, e incluso se daba el lujo de invitar a sus "amigas" a Washington. La investigación aún está en curso, pero estos episodios terminaron de liquidar cualquier posibilidad de resurrección política, y quienes eran hasta hace poco sus más acérrimos partidarios hoy se preguntan cómo pudieron confiar en un tipo así.

Pero la discusión interesante va por otro lado, y tiene que ver con el cuestionamiento al paradigma francés de tratamiento de la vida privada. Los políticos galos han gozado, durante decenios (y siglos) de una relativa impunidad en sus deslices privados -baste recordar cómo la prensa francesa silenció por años la existencia de la hija de François Mitterrand. Los franceses privilegian el respeto al espacio privado, y por eso prefieren dejar a sus hombres públicos vivir tranquilamente su vida sin someterlos a un escrutinio asfixiante: hay pocas cosas tan incomprensibles para un francés como el puritanismo norteamericano.

El caso DSK hizo añicos ese sentimiento de superioridad y las certezas que lo acompañaban: el viejo paradigma fue sometido a una prueba muy severa, y la verdad es que quedó más muerto que vivo. De hecho, la prensa sufrió una grave crisis de credibilidad: ¿cómo creerles a medios que esconden información de este tipo? La doble vida del ex director del FMI, y el hecho que haya estado tan cerca de convertirse en Presidente de la República, ha obligado a formular preguntas incómodas pero legítimas: ¿es sensato separar las vidas privada y pública como si fueran compartimentos estancos? ¿No están ambas dimensiones íntimamente conectadas porque, al final, lo humano supone siempre cierta unidad? No se trata de asumir el modelo sajón, que está muy lejos de ser un ideal, pero sí de intentar dar con una visión más equilibrada y menos complaciente respecto de quienes ejercen el poder. La prensa francesa enfrenta el desafío de ser capaz de respetar los espacios privados sin caer por eso en la tierna ficción según la cual lo privado no afecta nunca en nada a lo público.

La elección presidencial que se avecina será el primer ensayo.

Publicado en el anuario de Qué Pasa el 30 de diciembre de 2011

Cuando las reglas no alcanzan

LA RECIENTE protesta que organizó un grupo de alumnos de la Universidad Católica con ocasión del homenaje a Jaime Guzmán ilustró una triste realidad: nos está costando mucho convivir, nos está costando mucho aceptar nuestras diferencias. Quienes defienden la legitimidad de la protesta, se escudan en la retórica de los derechos: tú tienes derecho a homenajear, yo tengo derecho a protestar; tú tienes derecho a recordar, yo tengo derecho a gritarte en el oído todo el mal que pienso de ti y de tu acto. Así, en la idílica sociedad liberal que algunos quieren construir, todos tienen derecho a ejercer sus derechos: la lógica parece impecable. Y sin embargo, hay algo que no calza, algo que no termina de encajar.

Porque uno puede preguntarse si acaso la sola consideración de derechos individuales es suficiente para fundar algo así como una vida común, o si hace falta algo distinto. Una democracia no sólo necesita de reglas y derechos (que son indispensables), también necesita de cierto clima humano, en el que tanto insistía Havel. Sin ese clima, la democracia es de papel, pues carece de las condiciones mínimas para establecer cualquier tipo de diálogo racional. Si sólo estamos dispuestos a tomar en cuenta nuestros propios derechos, no sólo entramos en una lógica circular y absurda, sino que también perdemos de vista lo esencial: una democracia auténtica requiere de formas que no caben en un código. Dicho de otro modo: la democracia sin ethos no es tal, aunque lo parezca. Una sociedad donde sólo valen mis derechos contra los tuyos sólo puede producir individuos exigiendo a gritos su cuarto de libra a-ho-ra.

En ese sentido, las funas pueden ser inobjetables desde un punto de vista jurídico, pero no por eso la práctica deja de ser profundamente fascista, y lo es desde su origen. Es fascista porque, al buscar hacer justicia con las propias manos, destruye las bases de cualquier convivencia pacífica. Es fascista porque elige el terreno de la fuerza, abandonando la confrontación de argumentos. La funa es fascista, porque en ese juego gana el que grita más fuerte y porque busca amedrentar a quienes disienten. Puede estar bien vestida, puede incluso invocar luchas justas, pero la funa nunca dejará de ser lo que es: un vulgar acto de matonaje escolar. Una sociedad donde nos funamos unos a otros se parece más a un infierno que a otra cosa.

Este año marcará un punto de inflexión en nuestra historia, pues fue, sin duda, el momento en que Chile cambió y empezó a mirarse a sí mismo con otros ojos. El futuro no está escrito, ni para bien ni para mal: de nosotros depende que la inflexión tome un curso positivo. Para eso debemos hacernos cargo de nuestro destino común, pero sin olvidar que éste requiere cierta voluntad de vivir juntos. Tenemos que aprender a respetarnos en nuestras diferencias, por más profundas que sean, y tenemos que aprender a caminar sin descalificar a quienes piensan distinto ni atribuirse inciertos monopolios de pureza moral. Si ni siquiera somos capaces de escucharnos entre nosotros, nada bueno va salir de aquí. Mejorar nuestros indicadores Ocde vale bien poco si seguimos degradando nuestro trato -aunque sea conforme a derecho.

Publicado en La Tercera el miércoles 28 de diciembre de 2011

Entre la pureza y la política

GABRIEL Boric, el nuevo presidente de la Fech, lo ha dicho fuerte y claro: su mandato buscará articular y canalizar todo lo que ocurrió el 2011, y así intentar darle una forma coherente al movimiento estudiantil.

El desafío es interesante por varios motivos. En primer término, y pese a situarse a la izquierda de Camila Vallejo, el nuevo líder estudiantil entiende bien que la pura indignación no sólo es inútil, sino que también puede ser nociva si no va acompañada de un esfuerzo político, el que supone abandonar la indignación. Además, matizó la estrategia de paros y tomas, pues entiende bien que la educación pública corre riesgos vitales si se sigue abusando, y Boric no quiere ser sepulturero. Pero al mismo tiempo, sabe que el movimiento corre el grave riesgo de diluirse el 2012: ¿cómo llamar la atención sin movilizaciones ni medidas de fuerza? La cornisa es estrecha, pero todo indica que el nuevo presidente de la Fech se ha preparado para cruzarla.

Con todo, Boric mantiene ambigüedades difíciles de desentrañar. Por un lado, nos dice que quiere construir una nueva mayoría social para generar profundos cambios políticos y sociales. Suena bien, sobre todo porque lo dice con una energía y convicción que ya se quisieran nuestros políticos. Pero, ¿buscará generar esos cambios por dentro o por fuera? Boric no responde esta pregunta, y no la responde por una razón muy simple: quiere conservar los beneficios de ambas posturas y jugar en las dos canchas. Así, se tropieza con el mismo dilema que atormentó por años a la izquierda chilena.

Por ejemplo, resulta difícil de entender la destemplada crítica a la senadora Von Baer, nueva presidenta de la comisión de educación. Porque si los estudiantes quieren abandonar la retórica y ser algo más que almas bellas, entonces deben aceptar que en la vida real uno no elige a sus interlocutores. Salvo que estemos frente a una nueva religión, todos debemos aceptar que en la discusión participen personas que piensan distinto. De eso se trata: intentar construir algo común a partir de nuestras diferencias.

La ambigüedad es más curiosa aún si consideramos que el presidente de la Fech encabeza una institución representativa (¡burguesa!), y lo hace con un caudal de votos (1.318 votos personales y 4.053 votos de lista) que cualquier diputado multiplica por varias cifras. No se trata de invalidar a Boric como actor social, ni menos aún de descalificar sus ideas, pero sí llama a situar bien la discusión: las cifras no dan para marearse.

Para que el movimiento no sea más que un lindo recuerdo en 12 meses más, los dirigentes deben saber leer a este nuevo Chile. Desde luego, ellos son en parte responsables de la nueva situación, pero no son sus dueños (toda revolución come a sus padres). Saber leer el nuevo Chile; esto es, intentar dar con las causas profundas del malestar, y buscarle salidas al laberinto. Aquí no hay una respuesta única, sino una combinación de factores más o menos contradictorios. Pero los errores de lectura se pagan caro: mayo de 1968, en su facilismo intelectual, sólo contribuyó a exacerbar las lógicas que tanto había criticado. Si evitan esa trampa mortal, los estudiantes habrán recorrido la mitad del camino.

Publicado en La Tercera el miércoles 14 de diciembre de 2011

Merkozy sin poder

El lunes se reunieron en París Nicolas Sarkozy y Angela Merkel, en la enésima reunión clave para salvar el Euro. La imagen final de dos dirigentes anunciando profundas reformas a los tratados no puede ser más decidora respecto del estado de la Unión Europea: por más que se multipliquen los procedimientos y la burocracia, todo se sigue jugando en el acuerdo (o desacuerdo) entre franceses y alemanes — ¿una especie de revancha de la política?

La reforma propuesta consiste básicamente en sancionar a los países que incumplan las reglas de disciplina presupuestaria para asegurar cierta estabilidad económica. Empero, el proyecto tiene varias dificultades. Por un lado, hay que recordar que el tratado de Maastricht ya suponía un compromiso de los estados miembros a controlar la deuda y el déficit: si los países no lo han cumplido, uno puede preguntarse por qué habrían de cumplirlo ahora, sobre todo considerando que el proyecto no especifica el tipo de sanción a aplicar. Por otro lado, todo indica que la reforma no será sometida a referéndum, lo que genera dudas respecto de la legitimidad democrática de Europa, que lleva años construyéndose de espaldas a los ciudadanos. Hace pocas semanas, Jürgen Habermas advertía el riesgo que corre la Unión de entrar en una era post-democrática, donde los gobiernos elegidos pierden facultades que la burocracia europea —no elegida— va asumiendo para sí. Para peor, la última vez que los europeos votaron sobre Europa dijeron que no, y ése parece ser argumento suficiente para no volver a preguntar.

El problema, como siempre, no es sólo económico sino también político. De hecho, incluso al interior de la dupla franco-alemana cunden las desconfianzas. El tono de las críticas de la izquierda francesa puede ser útil para tomar la temperatura: mientras algunos recuerdan la Alemania de Bismarck, Sarkozy ha tenido el dudoso privilegio de ser comparado con el Napoleón III de Sedan y con Daladier, el mismo de los acuerdos de Munich de 1938. La situación es un poco paradójica, porque mientras en París se cree que los alemanes han impuesto todos sus términos, en Berlín la impresión es exactamente contraria. Esto podría ser síntoma de que los acuerdos son equilibrados, pero la verdad es un poco distinta: es síntoma más bien de una distancia que nadie ha querido recorrer, es síntoma más bien de la coexistencia de distintos modelos de desarrollo que no encuentran un terreno común y que no se sienten cómodos con una moneda común. No hay consenso ni en el diagnóstico ni en los remedios, ni hay disposición real a generar las convergencias necesarias. Por eso los acuerdos son mínimos y casi ridículos frente a la gravedad de la crisis —y por eso las “reuniones clave” están lejos de terminar. Por lo demás, las salidas para el Euro tampoco se cuentan por decenas. En rigor, se reducen a tres: intervención directa del banco central (con la inflación consecuente), asumir parte de la deuda en común, gobierno federal —o todas las anteriores. Nada de eso está en el horizonte hoy. Digamos que en Europa nadie quiere divorciarse —los divorcios pueden ser muy caros—, pero los esposos tampoco están dispuestos a compartir el lecho. Así, por su incapacidad de tomar decisiones sustantivas, Europa está renunciando a ser dueña de su propio destino.

Publicado en Qué Pasa el viernes 8 de diciembre de 2011

Una división estéril

EL CONFLICTO que atraviesa Renovación Nacional puede ser leído en distintas claves. Por un lado, resulta paradójico que el partido del Presidente pierda tiempo y energías en reyertas internas en un contexto político complicado. Esto cobra especial sentido, si consideramos que quienes lideran la rebelión son muy cercanos al Mandatario, y es difícil pensar que la ofensiva no contó con el beneplácito, al menos implícito, de éste.

Si la hipótesis es correcta, se trata de un desatino cuando menos extraño. Puede ser cierto que el liderazgo de Larraín no destaca por lo dialogante, o que su lengua lo traiciona, pero al mismo tiempo es torpe olvidar un dato de la causa: Larraín controla el partido. Puede parecer de perogrullo, pero la política se hace al interior de los partidos más que tomando aperitivo. Así las cosas, la disidencia tiene sólo dos caminos: o conversa con Larraín en las condiciones que el timonel imponga, o desata una guerra civil de consecuencias inciertas.

Ahora bien, es obvio que un partido sólo existe mientras sus miembros quieran vivir bajo el mismo techo, y todos los bandos deberían explicitar su posición en este punto. Esto debe hacerse sin olvidar que la naturaleza de Renovación Nacional es cobijar en su seno a sensibilidades distintas, y que lo raro sería que estuvieran todos de acuerdo. Allí reside toda su fortaleza, y también toda su debilidad. Si el partido tiene algún destino, éste pasa por lograr la convergencia de todos. Eso supone hacer política, por más anacrónico que parezca en tiempos de indignación: conversar, persuadir, acordar y elaborar compromisos comunes. Aunque tentadora para algunos, la escisión es una mala idea, pues supone dispersar fuerzas que son limitadas, y supone además que la antipatía personal hacia Carlos Larraín (que él mismo debería tomar más en serio) basta para justificar un divorcio.

En cualquier caso, la división tiende a oscurecer los desafíos urgentes de la derecha chilena, que son harto más importantes que determinar el número exacto de enemigos de Carlos Larraín. Tampoco basta con usar calificativos ("queremos una derecha moderna-liberal-progresista") que tienen más de marketing que de política. Hay una lección del momento presente que la derecha no puede perder de vista: el ejercicio del poder no se improvisa. Por tomar el ejemplo más inmediato, en educación estamos siendo testigos, sin darnos mucha cuenta, de una farra de aquellas. Pese a los loables esfuerzos del ministro Bulnes, el gobierno ha sido incapaz de jerarquizar sus prioridades o de mostrar algo así como un programa en la materia. Sólo tenemos un grupo de medidas, parecido a una lista de supermercado, que ha sido impuesto por la calle. Nadie sabe ni nadie ha pensado qué va a salir de todo esto. Empero, si acaso la derecha no se interesa sólo por el poder, sino también por la finalidad del poder, urge emprender un trabajo de articulación intelectual que le permita elaborar un proyecto coherente, trabajo que sólo Renovación Nacional puede realizar, porque en ella conviven distintas tradiciones. Sólo así la derecha podrá, quizás, aspirar a gobernar algún día con más ideas que frases hechas, con más timón que encuestas y con más convicciones que billetera.

Publicado en La Tercera el miércoles 30 de noviembre de 2011