Hace pocos días, Eduardo Frei, presentó algunos lineamientos de su programa presidencial. Una de los aspectos más importantes de su propuesta fue la de una nueva Constitución para el bicentenario pues, según dijo, la actual Carta Fundamental “no da el ancho”. Entre las razones que dio para justificar una afirmación tan tajante, el candidato de la Concertación afirmó que el actual ordenamiento constitucional le impide al Estado asumir un rol de la importancia que, según Frei, éste debe tener en un futuro próximo. También dijo que Chile necesita una verdadera descentralización, que no puede ser llevada a cabo en el ordenamiento actual. Luego apuntó que nuestro país necesita un nuevo sistema electoral, pues el binominal estaría agotado. En consecuencia, se comprometió a convocar, en los primeros días de su eventual gobierno, a una “Alta comisión de reforma constitucional” para que presente un proyecto de nueva Carta Fundamental.
Desde luego, aquí faltan varias cosas. La primera es: ¿qué tipo de Constitución propone el candidato Frei para reemplazar la actual? Es muy fácil decir que la actual no da el ancho, pero quizás también cabría preguntarse si la nueva será mejor o peor. Frei puede escudarse en que no será él quién decida sino una comisión, pero los ciudadanos queremos conocer su posición al respecto, porque —hasta nuevo aviso— en Chile se vota por personas y no por comisiones con integrantes y atribuciones desconocidas. ¿Quiere Frei un régimen parlamentario o semi presidencial, como han sugerido a veces algunos de sus asesores? ¿De qué tipo, con qué características? ¿Es consciente que un régimen parlamentario requiere de un sistema electoral mayoritario para ser viable? ¿O bien le acomoda el régimen presidencial? ¿Y entonces cuál sería la modificación profunda que explique la necesidad de una nueva Constitución? ¿O simplemente quiere que la Constitución le asegure al Estado un rol preponderante, para volver al Chile de mediados del siglo pasado?
En temas constitucionales no se puede improvisar, y todas estas preguntas merecen respuestas. La historia de nuestro continente es pródiga, y demasiado pródiga, en ejemplos de malos diseños institucionales que terminan en crisis políticas graves. La estabilidad política es muy difícil de lograr, y por lo mismo la experiencia llama a la prudencia en la materia. Por algo Aristóteles anotaba que todo cambio jurídico debe estar muy bien fundado, pues el exceso de cambios afecta la calidad de las instituciones. No se trata de considerar a la actual Constitución como algo sagrado e inmóvil, porque tiene defectos que están a la vista, sino simplemente de exigir una reflexión serena antes de lanzarse a cambiar algo que ha tenido el mérito innegable de haber funcionado de forma relativamente satisfactoria. No es una casualidad si la coalición oficialista lleva 20 años ejerciendo el poder con la actual Constitución, y a decir verdad los presidentes concertacionistas no se han sentido particularmente incómodos.
Pero, a falta de propuestas serias, atendamos a las razones avanzadas por Frei. Su afirmación relativa al rol del Estado es un poco débil, pues la Constitución no le impide al Estado cumplir un rol de importancia, sino que lo enmarca en una lógica subsidiaria donde los cuerpos intermedios también tienen un rol importante. Y, a decir verdad, si el Estado chileno hace mal o no hace las cosas que debe,la culpa no es de la Constitución. No es este el momento de enumerar la larga lista de errores, negligencias e “irregularidades” que inundan nuestro aparato estatal, pero el primer paso para mejorar la gestión pública en nuestro país es la voluntad política firme de realizarlo. Eduardo Frei gobernó Chile durante seis años, y no vamos a decir que realizó demasiados esfuerzos por modernizar la gestión estatal, y de hecho muchos de los vicios actuales se incubaron durante su gobierno. Echarle la culpa de las graves insuficiencias que afectan al estado chileno a la Constitución es, literalmente, echarle la culpa al empedrado. Algo parecido ocurre con el tema de la descentralización: si bien es cierto que la Carta Fundamental podría facilitarla de un modo más directo —para lo que, en todo caso, bastaría con una reforma—, también es cierto que se trata sobre todo de una cuestión de voluntad política. Si el gobierno no descentraliza más es, en buena medida, porque no quiere hacerlo. Si las regiones están mal administradas es, en buena medida, porque los cargos públicos en las regiones no se reparten precisamente por méritos. Creer que una modificación constitucional implica necesariamente una modificación en la realidad es iluso además de equivocado.
El otro argumento esgrimido, hasta el cansancio, por el oficialismo es el sistema binominal. Pero aquí el candidato peca de una mala memoria imperdonable: tras la reforma del 2005 firmada por Ricardo Lagos el sistema electoral salió de la Constitución. Eso quiere decir que para cambiarlo no es necesario tocar la Constitución: se trata de dos cosas distintas. Y como sea, todos sabemos que, más allá de las palabras para la galería, la Concertación no ha tenido nunca la más remota intención de cambiar el binominal, por la sencilla razón que no le conviene. El diputado ex-PPD Álvaro Escobar ha dado su testimonio sobre la discusión que se dio por este tema en el 2006.
En suma, lo que propone Frei es tan vago y mal fundamentado, que no da para una discusión muy seria. Quizás si detallara en algo más su propuesta, la campaña presidencial ganaría en calidad y discusión de fondo. Pero, lamentablemente, estamos lejos de eso.
Publicado en el blog de La Tercera el 9 de septiembre de 2009
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