Hace poco más de un mes, Sebastián Piñera se reunió en París con Nicolás Sarkozy. El encuentro fue profusamente difundido por los medios chilenos y, entre otras cosas, se insistió mucho en los consejos de campaña que el candidato de la Coalición por el Cambio habría recibido del presidente francés. La cuestión no tenía nada de trivial, por cuanto la campaña que llevó a Sarkozy al Palacio del Elíseo es un ejemplo digno de ser imitado por todo candidato que tenga algún deseo de triunfar. Más allá de las simpatías o antipatías que cada uno pueda tener por el personaje, el candidato Sarkozy lideró una campaña excepcional, en la que conservó siempre la iniciativa política e impuso a todos sus contendores los temas a discutir.
No tuvo complejo alguno en presentarse como un hombre de derecha ni en lanzar propuestas polémicas y novedosas, rayando así la cancha con un discurso innovador y atractivo. Sus adversarios estuvieron siempre en una posición muy incómoda, reducidos a un mero papel de espectadores de una historia cuyo final parecía escrito de antemano. De este modo, Sarkozy obligó a los medios y a los otros candidatos a girar en torno a su figura, a sus ideas y a sus propuestas. Como era de esperar, obtuvo finalmente el triunfo con cierta comodidad en las cifras.
Pues bien, pasadas algunas semanas de la visita de Piñera a Paris, cabe preguntarse si acaso algunos de los consejos fueron tomados en cuenta. La respuesta no puede ser más desalentadora para la oposición. Quizás Sarkozy omitió la parte más importante, o quizás ese día Piñera y sus asesores andaban algo distraídos, pero el hecho es que nada ha cambiado demasiado. El candidato opositor sigue apegado a un libreto conservador que le impide asumir un liderazgo nítido, acorde con el primer lugar que le dan todas las encuestas. Para decirlo brevemente: por más esfuerzos que haga, Sebastián Piñera no parece un candidato ganador. Hay algo que falla, hay algo que no funciona. No es casual si lleva semanas empantanándose en discusiones sin importancia, con una tendencia irritante a quedarse en lo accesorio. Tampoco es casual que se acalore con los buenos periodistas que tienen la mala ocurrencia de hacer las preguntas que corresponden. Si se queda en esas minucias, es porque no tiene mucho más que decir.
Hasta ahora Piñera no ha logrado elaborar un discurso realmente atractivo, no ha ofrecido ninguna idea verdaderamente interesante, ni ha logrado imponer ejes de discusión pública. Aún no muestra nada que permita decir que se trata de una campaña realmente ganadora. No dudo que haya decenas de profesionales muy capaces trabajando en su programa, pero todos sabemos que un programa de gobierno, al final del día, sólo tiene valor si el propio candidato es capaz de encarnarlo y transmitir un mensaje coherente en ese sentido. A falta de eso, Piñera no se cansa de repetir lugares comunes y declaraciones de buenas intenciones, tapizando las pautas periodísticas con fórmulas vacías, quizás llenas de buenos sentimientos pero carentes de contenido real. El único pequeño problema es que nada de eso capta votos, y ni siquiera es muy seguro que logre conservar los que ya tiene.
Así Piñera parece conformarse, a la espera de los errores del adversario más que buscando los aciertos propios, en nuestra mejor tradición. Y aunque es verdad que en el último tiempo Eduardo Frei ha acumulado una cantidad inaudita de errores no forzados, cometería un profundo error quien pensara que se trata de una carrera ganada para la oposición. El desorden y el desgobierno en el comando oficialista son reales, pero quedarse en eso es quedarse en un espejismo: aún quedan varios meses para la elección, y es obvio que muchas cosas van a ocurrir de aquí a diciembre. Por lo pronto, de seguir en caída libre, nadie puede garantizar que Frei sea el abanderado definitivo de la Concertación. El conglomerado de centro-izquierda tiene un instinto de sobrevivencia que no es aconsejable subestimar, y por lo mismo resulta un tanto difícil suponer que de aquí a fin de año la Concertación vaya a seguir tal como está, directo al despeñadero.
Por otro lado, Marco Enríquez es un fenómeno político sin precedentes, por lo que nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde podría llegar ni cuáles son sus límites. Bien podría quedarse estacionado en torno al 12 o 15%, pero tampoco es insensato pensar que puede seguir escalando posiciones. Con sus propuestas audaces y con su presencia persistente, Marco Enríquez ha dejado en claro que tiene cuerda para rato, porque talento le sobra. No sería raro entonces que la apuesta de inflarlo termine transformándose en una mala pesadilla, pues nadie -ni él mismo- sabe hasta dónde puede seguir creciendo.
Así las cosas, el comando de Piñera haría bien en tomarse en serio el estancamiento que la afecta, y que ha sido confirmado por todos los estudios de opinión. Porque lo único seguro es que el triunfo aún se ve muy incierto con lo hecho hasta ahora. Para tener éxito, el empresario debe mostrar muchas más ganas y mucha más convicción, debe cerrar todos los flancos -aunque eso signifique desprenderse de todas sus empresas- y abandonar de una buena vez las frases hechas. Tiene que atreverse, a veces, a decir cosas impopulares, tiene que atreverse a marcar con mucha más claridad un rumbo, una dirección y un camino bien definidos. Debe ser capaz de infundir más mística, más entusiasmo y demostrar que representa un proyecto colectivo más que uno personal. En pocas palabras, debe seguir las lecciones de Sarkozy. Aunque, en estricto rigor, habría que decir que hay pocas razones para suponer que logrará en cuatro meses lo que no ha podido en cuatro años.
Publicado en El Mostrador el 13 de agosto de 2009
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