jueves, 6 de agosto de 2009

Pena de muerte: un poco de coherencia

La propuesta para reponer la pena de muerte en Chile ha generado amplia y rápida polémica. Aunque en rigor, habría que decir que no se trata de reponerla, pues en nuestro país nunca ha sido derogada del todo: sigue vigente para casos de traición en tiempos de guerra (y por eso la propuesta no sería contrario al pacto de San José de Costa Rica). Pero dejando de lado los formalismos jurídicos, el debate ha dejado algunas lecciones dignas de notarse.

Desde el punto de vista electoral, los autores del proyecto no podrían haber escogido mejor momento: la opinión pública, sensibilizada por el horrible crimen perpetrado hace pocos días, se muestra generalmente favorable al castigo más duro posible en este tipo de casos. Si le agregamos a eso el morbo con el que los medios han cubierto el hecho policial, no cabe ninguna duda que la estrategia rinde frutos a la ahora de contar los votos.

Sin embargo, cabe preguntarse si acaso nuestra democracia gana con este tipo de actitudes. Quiero decir, es normal —y hasta cierto punto sano— que en período de elecciones se discutan temas sensibles, y que los candidatos a diferentes cargos se vean obligados a pronunciarse. Pero también resulta un poco sospechoso que el tema sea propuesto de manera tan “oportuna”. Tenemos ya una vasta experiencia en la materia: nunca es bueno legislar (per)siguiendo los sentimientos masivos de determinado momento, pues esos sentimientos son, por definición cambiantes. Aristóteles decía que la ley es razón sin apetito ni deseo, y lo que nuestros parlamentarios a veces dan la impresión de hacer es justamente lo contrario: legislar siguiendo los movedizos apetitos de las masas. Justamente aquello que el filósofo griego llamaba demagogia.

Al mismo tiempo, además de demostrar cuán lejos pueden llegar algunos de nuestros parlamentarios por algo de figuración o unos votos más, también ha quedado relativamente claro el altísimo grado de esquizofrenia política que afecta a políticos de varios sectores: capaces de borrar con el codo lo que ayer escribieron con la mano, o capaces de escribir con la mano lo que ayer borraban con el codo. Parecen padecer aquello que Orwell llamaba la enfermedad del "doble pensamiento".

Así, uno de los diputados que ha propuesto la polémica medida es el mismo parlamentario que, al fundamentar su posición en el voto por la píldora del día después, dijo que no estaba para legislar para las mayorías, y que había que estar dispuesto, en temas de principios, a ser impopular. Fue también él mismo quien realizó la advertencia de inconstitucionalidad respecto de esa misma ley, reservándose el derecho de llevar la materia a conocimiento del Tribunal Constitucional. Pues bien, el mismo parlamentario promueve hoy, sin arrugarse, la pena de muerte para los autores de ciertos crímenes.

Es verdad que el caso de la pena de muerte no es exactamente análogo al del aborto, pues en un caso se trata de un culpable y en el otro de un inocente. Pero cuando se está dando un combate tan importante por la defensa de la vida humana no se pueden dar señales equívocas. Si el combate pro vida es tan importante como a veces lo dan a entender sus defensores, entonces no se puede proponer la pena de muerte unas semanas después de haber —valientemente— votado que no a la píldora contra viento y marea.

En todo caso, sus críticos de la Concertación no lo hacen mucho mejor. Se niegan, por principio, a aceptar la pena de muerte. Respetable punto de vista, pero que exige un mínimo de coherencia para tener algo de credibilidad. No puede usted ser partidario del aborto terapéutico hoy y contrario por principio a la pena de muerte mañana. Si usted cree que la vida humana es un valor que debe ser respetado siempre y bajo toda circunstancia, entonces no puede relativizarlo cuando le preguntan sobre el aborto. ¿Por qué lo que vale para el culpable de delitos graves no vale para el ser humano en gestación? La incoherencia resulta difícil de explicar. La ministra de salud Michelle Bachelet argumentaba en 2003 a favor de la PDD afirmando estar convencida que dicha píldora impide la anidación del óvulo fecundado sólo en “muy pocos casos”. La Concertación, tan opuesta a la pena de muerte, no ha tenido consideración alguna cuando se trata de "algunos" embriones humanos. Si era cuestión de principios, el razonamiento es algo débil.

Al final, lo único que todo esto deja claro es la pavorosa debilidad doctrinal de nuestros políticos, salvo honrosas excepciones. No saben para dónde van, hacen un día lo que deshacen al siguiente, luego se arrepienten y vuelven atrás, y así nos vamos llenando de leyes mal pensadas y mal hechas, de signos equívocos que apuntan en sentidos contrarios, y de polémicas que —francamente— hubiéramos preferido ahorrarnos si queremos discutir con algo de seriedad.

Publicado en el blog de La Tercera el 6 de agosto de 2009

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