lunes, 16 de noviembre de 2009

Ecos de 1952 en las presidenciales

Pocas elecciones pasadas son tan ilustrativas para entender el momento que vivimos como las del año 1952.

Ese año, los radicales cumplían tres períodos consecutivos en el poder. Aunque sus gobiernos habían ido de más a menos, pensaban poder asegurar un cuarto período gracias a un bien aceitado sistema de favores y, para lograrlo, nominaron a Pedro Alfonso. Por su parte, la derecha esperaba aprovechar el desgaste de los radicales, y llevó como abanderado al liberal Arturo Matte. Carlos Ibáñez del Campo se presentó sin el apoyo de ninguno de los grandes partidos, pero logró reunir a gente proveniente de distintos horizontes. El cuarto candidato fue Salvador Allende.

La historia es conocida: Ibáñez triunfó, y su campaña de la escoba simboliza en nuestra memoria colectiva el hastío con la corrupción y la clase política. Sin embargo, su gobierno fue un fiasco, pues la coalición que lo apoyaba se disgregó al poco andar: quienes lo habían apoyado no tenían nada en común más que la vaga referencia a una personalidad carismática.

Aunque las diferencias entre ambos escenarios son evidentes, los paralelos también saltan a la vista.
La cuestión más importante quizás sea que todo indica que, como los radicales, la Concertación ha cumplido su ciclo y está llegando a su fin. La candidatura de Marco Enríquez-Ominami tiene muchos defectos, pero un gran mérito: ha mostrado en toda su crudeza el estado de descomposición orgánica del oficialismo. Los insultos a los que tuvo derecho Gabriel Valdés al decir que el candidato opositor podría ser un buen Presidente sólo han servido para mostrar que la coalición parece haber agotado sus propuestas. Sus cúpulas hace tiempo perdieron el contacto con la realidad, y hoy se dedican a manejar redes de clientelismo más o menos eficaces.

Además, como decían los griegos, los dioses ciegan a quienes quieren perder, y la Concertación ha cometido demasiados errores no forzados. Ha sido incapaz de entender que el liderazgo de Michelle Bachelet es cualquier cosa, menos político y que, por tanto, es muy difícil que su popularidad se traspase al candidato.

El único efecto de tanto ministro en la calle es desnudar una verdad incómoda: Frei es un abanderado débil que, como Alfonso, lleva una mochila demasiado pesada que le hará muy difícil aspirar seriamente al triunfo. Como parece sugerirlo la encuesta CEP, la dolorosa paradoja es que la Concertación podría tener más que ganar votando por Marco que por Frei en primera vuelta.

Por cierto, la pregunta abierta es quién se beneficiará de esta situación. Sebastián Piñera, como Matte, supone que el desgaste de sus adversarios le basta para ganar. Aunque sus posibilidades son serias, su libreto excesivamente conservador y los flancos abiertos por su trayectoria lo dejan muy expuesto. Tampoco vio venir a Marco: durante semanas, cultivó con él una complicidad que le puede terminar costando cara.

La ecuación de Enríquez-Ominami no es más fácil, si acaso quiere ser el nuevo Ibáñez: aunque va en alza, la distancia con Frei es aún muy grande y la tarea de remontarla empieza a tener dimensiones más épicas que políticas. Aunque talento no le falta, hasta ahora no ha sido capaz de construir un discurso medianamente coherente, y aún son muchas las dudas sobre sus verdaderas convicciones y sus equipos de trabajo.

Con la campaña en tierra derecha, lo único claro es que los candidatos harían bien en arriesgar un poco más en los días que quedan, pues la historia aún puede guardar vuelcos inesperados de aquí al 13 de diciembre.

Publicado en La Tercera el 16 de noviembre de 2009 (y también en el blog de La Tercera).

No hay comentarios: