viernes, 25 de febrero de 2011

La resaca

Pasada la farra veraniega que rodeó al caso Van Rysselberghe, no faltarán los que minimicen la importancia de lo sucedido, arguyendo que todo fue más bien anecdótico, que se trató de una simple polémica estival y que, más temprano que tarde, pasará al olvido. Y algo de razón tienen, pues hay una notoria desproporción entre los hechos denunciados por el senador Navarro y las dimensiones que adquirió la discusión posterior. Por lo mismo, la acusación constitucional que la oposición busca emprender no parece muy justificada: dicho instrumento debe reservarse para situaciones que pongan en riesgo la institucionalidad, y éste no parece ser el caso. La Concertación podrá darse un gustito, pero lo que gane en la cuenta chica lo perderá en credibilidad y ésta no le sobra.

Sin embargo, y justamente porque la cuestión no daba para tanto, habría que ser ciego para no ver que en esta historia la Coalición expuso sus peores debilidades. Esas que tienen que ver con cierta inmadurez crónica para asumir responsabilidades, esas que guardan relación con las dificultades de la derecha para jugar en equipo. Muchos no han entendido que, les guste o no, todos navegan en el mismo barco y que el destino es compartido. Quizás el problema podría resumirse del modo siguiente: muchos oficialistas no consideran este gobierno como "su" gobierno, sino que lo ven como algo ajeno. Están obligados a seguirlo, pero lo hacen de mala gana. Por eso, al primer conflicto están dispuestos a sacar artillería pesada, como si por una intendencia más o menos pudiera ponerse en juego la estabilidad política del oficialismo.

Esto no sólo muestra que las susceptibilidades están muy altas, sino también que los grados de desafección, cuando todavía no se cumple un año de gobierno, están al alza. Y aunque es innegable que el diseño inicial de la actual administración, sumado a la propia trayectoria del Presidente inspiraron desde un inicio desconfianza en los partidos, aquí hay algo más hondo.

En esto la UDI lleva la delantera, pero Renovación Nacional no lo hace mal: a los partidos de la Coalición les llora una reflexión un poco más profunda de lo que significa ser gobierno y de las responsabilidades que conlleva, porque, hasta ahora, no parecen tener ninguna conciencia de la gravedad de la tarea. Uno quisiera suponer que la derecha no pasó 50 años sin ganar una elección presidencial para terminar dando este tipo de espectáculos y dividiéndose en absurdas querellas personales. Querellas donde, por lo demás, no hay ninguna cuestión doctrinaria en juego, sino sólo ambiciones más o menos mezquinas. Se ha dicho que a la Coalición le tomó un año lo que a la Concertación le había tomado 20, y es triste, pero cierto.

Por de pronto, el gobierno debe aumentar los grados de interlocución política y anticipar mejor los problemas. Pero, sobre todo, los partidos deben asumir que esto no es un juego, y que ser gobierno exige una cultura colectiva que difiere cualitativamente de la cultura de oposición a la que estaban acostumbrados. De lo contrario, terminarán dando razón a sus detractores: un sector incapaz de gobernarse a sí mismo es incapaz de gobernar un país. Hay que reconocer que, a ratos, tal parece ser el destino de la derecha chilena.

Publicado en La Tercera el miércoles 23 de febrero de 2011

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