miércoles, 27 de julio de 2011

No-preguntas a un no-gobierno

¿Qué significa un acuerdo de convivencia no matrimonial (ACNM) que no modifica el estado civil pero que no pueden contraer quienes ya están casados? ¿Qué entiende el gobierno por estado civil? ¿Qué valor y qué estabilidad puede tener un contrato que puede romperse mediante mera manifestación de voluntad de una de las partes? ¿Por qué calcar las inhabilidades del matrimonio si es un no-matrimonio? ¿Por qué, si se busca resguardar los derechos generados en una convivencia, se excluye de dicha posibilidad a los parientes directos? ¿Por qué no podría tener derechos el hijo que cuida al padre hasta el fin de su vida, o los hermanos que se acompañan hasta la muerte? ¿O debemos deducir que el gobierno no cree que esas relaciones puedan ser afectivas? ¿Cuál sería el fundamento filosófico, la teoría de la afectividad, subyacente en una distinción de ese tipo? ¿Habrá alguien capaz de explicarlo con peras y manzanas? ¿Qué otro tipo de relaciones humanas piensa el gobierno que deben ser validadas ante notario? ¿Por qué un gobierno que prometió fortalecer a la familia crea una institución que terminará debilitándola, como admiten los liberales serios? ¿O bien el Ejecutivo cree que la precariedad jurídica es una solución adecuada para los cientos de miles de chilenos que conviven? Si es así, ¿dónde están las encuestas y los datos que muestren que quienes no se casan sí querrán suscribir un ACNM? ¿Es esta propuesta fruto de un estudio serio sobre la realidad de la familia chilena? ¿O es pura frivolidad? ¿Vamos a modificar el derecho de familia confiando en que las intuiciones del ex senador Allamand sean, por una vez, las correctas? ¿O cometeremos el contrasentido de normar la familia en función de derechos individuales, siguiendo esa costumbre burguesa que tanto irritaba a Marx? Si el gobierno considera que debe reconocerse la dignidad de las uniones entre personas del mismo sexo, ¿por qué no muestra un poco más de coherencia intelectual y acepta que, según sus propias premisas, no hay ninguna razón para no abrir el matrimonio? ¿Por qué no aceptar que, más que otorgar dignidad, se está creando una institución de segunda clase? ¿O debemos inferir que ése es justamente el concepto de dignidad que maneja el piñerismo? O aún más simple: ¿no estamos frente a una manifestación más de un gobierno sin brújula y sin horizonte? ¿No es acaso lógico seguir a la masa cuando se carece de ideas? ¿O no habría que decir más bien que el gobierno padece de una especie de cobardía moral, que le impide decir lo que piensa en voz alta? ¿Y que por eso termina buscando soluciones intermedias incluso allí donde no existen? ¿No es revelador que el gobierno tenga que bautizar con un no-nombre a un matrimonio no-matrimonial? ¿No saber nombrar las cosas no es acaso signo inequívoco de ausencia de reflexión? ¿Y por qué extrañarse tanto si se trata del mismo gobierno que en 15 meses nunca ha sido capaz de controlar la agenda por más de 20 minutos, al que se lo comen las movilizaciones, los ambientalistas, los estudiantes y cualquier consigna gastada que alguien se dé el trabajo de rayar en un muro? ¿Y cuánto me dijo que faltaba para que se acabe este no-gobierno?

Publicado en La Tercera el miércoles 14 de julio de 2011

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