viernes, 23 de septiembre de 2011

Adiós

NO TUVE el privilegio de conocerlo en vida, pero lo admiraba hace mucho; y por eso lamento no haber escrito antes estas líneas. Aunque no lo conocí, quiero creer que su testimonio no me será indiferente, a mí ni a nadie.

Lo admiraba, porque nos mostró que los chilenos le podemos cambiar la cara a nuestro país si nos lo proponemos. Lo admiraba, porque abrazó su causa con una intensidad tal que terminó confundiéndose con ella. Lo admiraba, porque nunca perdió un sólo segundo quejándose por nuestros problemas ni por los errores de otros, sino que prefirió -tan simple y tan fácil- ayudar con sus propias manos. Lo admiraba, porque no se cansó de recordarnos a quienes somos privilegiados que en Chile hay realidades inaceptables, y que no sacamos nada con seguir mirando hacia el lado ni infatuarnos en la autocomplacencia. Lo admiraba también porque supo decirlo con firmeza, pero sin ninguna odiosidad, pues entendía que mejorar Chile pasa por unir más que por apostar siempre a las divisiones. Lo admiraba, porque le sobraban la energía y el liderazgo, y de hecho me bastó conocer a quienes trabajaron con él para sentir ese entusiasmo que sólo saben transmitir los que tienen el alma grande. Lo admiraba, porque supo enseñarnos que Chile no es más ni menos que lo que nosotros queramos que sea, que no debemos esperarlo todo del Estado y que más vale resolver los problemas antes que esperar que otro lo haga. Lo admiraba, porque era un tipo capaz de hacer muchas cosas a la vez, y de hacerlas todas bien, pues ponía siempre ese cuidado que sólo ponen quienes aman lo que hacen. Lo admiraba, porque nunca temió exponer sus convicciones ni dar peleas con tal de lograr sus objetivos, pero sin nunca llevar las diferencias al plano personal. Lo admiraba, porque logró sacar adelante sus sueños.

Admiraba a Felipe Cubillos porque siguió su vocación, sin temores ni cálculos, y porque sabía que la única manera de ser feliz es siendo fiel a uno mismo y desplegando las propias posibilidades, un poco como se despliegan las velas de los veleros a los que tanto quería. Lo admiraba, porque logró, con alegría y sencillez, transformar el desastre del 27 de febrero en una oportunidad para convocar a hacer el bien, sacando lo mejor de todos. Lo admiraba, porque sabía enfrentar las adversidades con fortaleza difícil de imitar. Lo admiraba, porque siempre buscó retribuir lo que la vida le dio. Logró encarnar lo mejor de Chile, ese Chile que se levanta una y otra vez, y si me siento orgulloso de ser chileno, es porque tengo compatriotas como él. Lo admiraba, porque se atrevió a dar la vuelta al mundo en velero, y porque sé que yo nunca tendré el valor de hacerlo.

Lo admiré porque murió en lo suyo: ayudando a los demás y sirviendo a su patria. El mar que tanto lo inspiró se lo terminó llevando a otros puertos, y ahora nosotros tendremos que arreglárnoslas sin él, y no será fácil.

Felipe Cubillos nos dejó, pero sus sueños siguen ahí, esperando que nuestras manos se sumen a la tarea de hacer de Chile un país mejor y más justo. Se fue, pero sus desafíos se quedaron acá. Partió a su navegación más larga, aunque los tipos como él nunca se van del todo: seguro sigue buscando la mejor manera de servir.

Publicado en La Tercera el miércoles 7 de septiembre de 2011.

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