viernes, 23 de septiembre de 2011

Política fisión

El accidente ocurrido el pasado lunes en una planta de tratamiento de desechos nucleares en el sur de Francia (Marcoule) no sólo dejó un muerto y varias personas gravemente heridas; también fue la ocasión para volver a encender una polémica que aún tiene para muy largo. Aunque el incidente no fue muy grave desde un punto de vista técnico, y ni siquiera califica como accidente nuclear (no ocurrió en una central ni produjo emanaciones radioactivas), la epidermis en este asunto quedó en niveles elevados después de Fukushima. En Francia la cuestión es especialmente sensible porque se trata del país del mundo más dependiente del átomo (80% de su electricidad proviene de allí) y, por tanto, del país que tendría más dificultades si quisiera abandonar ese camino. La opción nuclear les ha permitido a los galos mantener precios relativamente bajos en el mercado interno, conservar su preciada autonomía energética y exportar tecnología de punta: las ventajas están lejos de ser irrelevantes. Los franceses incluso se dan el lujo de vender electricidad de origen nuclear a países como Austria, cuya Constitución prohíbe la construcción de centrales.

La reacción ecologista no era muy difícil de adivinar: hay que abandonar la generación nuclear, repitieron. Por su parte, el gobierno también se apegó a su libreto, minimizando lo ocurrido. Personalmente, no tengo mayor simpatía por el discurso ecologista: me parece que tiende a pecar de alarmismo y de lirismo, rechaza casi todos los tipos de energías convencionales y tiene una fe casi religiosa en el futuro de las energías renovables, pero olvida que éstas también dañan el entorno y que no se ve bien cómo podrían convertirse en una alternativa seria. Con todo, cumple una función imprescindible, que es la de formular preguntas correctas. ¿Está Francia realmente preparada para un accidente nuclear?, ¿está informada la población de los pasos a seguir?, ¿son razonables los riesgos implicados en la generación nuclear? Las dudas son legítimas, y una anécdota muy sencilla puede servir para graficar. El lunes, cuando aún había muy poca información disponible sobre la naturaleza del incidente, las farmacias de los pueblos aledaños a Marcoule se llenaron de gente ansiosa por comprar pastillas de yodo, pero no pudieron: dichas pastillas sólo se venden con receta médica. Mejor ni imaginar qué habría ocurrido si el accidente hubiera sido más grave.

El tema será central en la campaña presidencial que se avecina, y puede ser decisivo. El asunto no es sólo ecológico, sino también económico e industrial, porque un eventual abandono de la generación nuclear tendría efectos en la frágil economía francesa. Por de pronto, cada cual toma sus posiciones. La derecha defiende el modelo y niega que haya alternativas viables. Los ecologistas exigen el abandono total de la energía nuclear en un plazo de diez o veinte años, buscando replicar el modelo alemán, que consiste en cerrar las centrales que cumplen su vida útil. Los socialistas están divididos, y han sido lo suficientemente ambiguos como para hacer creer que están de acuerdo con todos. Saben que es un tema en el que no pueden dar pasos en falso: si quieren destronar a Sarkozy, no pueden privarse del voto ecologista en la segunda vuelta, pero saben también que la elección se jugará en el terreno de la credibilidad y de la coherencia, donde no caben las promesas imposibles de cumplir (y el fin de la energía nuclear tiene ese olor). En cualquier caso, bienvenido sea un debate abierto en el que cada cual presente sus razones en el espacio público. La historia de la energía nuclear en Francia se ha escrito de espaldas a la ciudadanía: cambiar ese paradigma ya sería un triunfo de los ecologistas.

Publicado en Qué Pasa el viernes 16 de septiembre de 2010

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