El debate presidencial dejó noticias buenas para algunos y malas para otros. Arrate mostró humor y aplomo, pero con un discurso un tanto desconectado de la realidad: gana en calidez lo que pierde en credibilidad. Marco Enríquez fue quizás el más incisivo, pero no está claro que haya ganado la estatura necesaria como para entrar en la pelea de la segunda vuelta. Frei no dijo nada muy sustantivo, pero fue el que mejor comprendió la lección de Mitterrand: los debates se juegan en los pequeños detalles propios del misterioso choque de egos y personalidades que se produce en el set de televisión. Por lo mismo, su intervención recordando el eventual uso de información privilegiada por parte del candidato opositor marcó la emisión y quedará en la memoria colectiva como el minuto en el que le asestó un duro golpe a su contrincante. Piñera trató de defenderse como pudo —ni el formato ni el sorteo lo favorecieron— pero la verdad es que no lo hizo bien, o al menos no dio la sensación de saber manejar una situación que era cualquier cosa menos imprevisible.
Porque la verdad es que la acusación de Frei puede ser desleal y de mala fe, pero estaba cantada, y lo raro hubiera sido que Frei hubiera guardado silencio. Lo realmente sorprendente es lo descolocado que se vio a Piñera y a su gente, incapaces de elaborar respuestas que vayan más allá de la pelea de barrio. La extrañeza sólo crece si consideramos que, hace no tanto tiempo, sucedió algo parecido con el caso Banco de Talca, donde el comando opositor mostró todo menos una réplica convincente y elaborada.
Porque en efecto uno de los grandes defectos del candidato Piñera es la vulnerabilidad de su trayectoria: se paseó durante demasiados años en una zona gris entre política y negocios. No tengo la menor idea de si acaso sacó provecho o no de esa situación, pero es innegable que se trata de un flanco abierto que sus adversarios no se cansarán de atacar. Quejarse es infantil y enojarse es querer tapar el sol con un dedo: Piñera no puede pretender cosechar los réditos de venir del mundo de los emprendedores y, al mismo tiempo, negarse a pagar el costo de dar las explicaciones de su paso por el mundo privado. Eso se llama doble estándar aquí y en la quebrada del ají.
Un solo ejemplo: hace algunas semanas, Piñera dio una entrevista en Radio Duna. En esa ocasión, uno de los periodistas le preguntó por la aparente contradicción entre su discurso de “20 años dedicados al servicio público” y su activa participación en operaciones bursátiles en los años `90, mientras era senador (en 1994, por ejemplo, adquirió una parte significativa de Lan). La pregunta era simple y clara, además de esperable. Pero Piñera se deshizo en excusas dignas de un escolar, intentando dar explicaciones completamente inverosímiles. Luego de insinuar que compró Lan sin saberlo, optó por acusar a los periodistas de poco profesionalismo y de mala fe, en la vieja táctica chilena de echarle la culpa al empedrado. Sin embargo, hasta nuevo aviso, radio Duna no está controlada precisamente por secciones trotskistas y los periodistas se limitaron a formular las preguntas correctas.
En ese sentido, su problema es que ha sido incapaz de concebir un relato creíble de su propia figura y de su propia historia política y profesional. Esa es su principal debilidad, y por eso es que le cuesta tanto transmitir un mensaje coherente, y termina adoptando el lenguaje de sus adversarios. El problema de Piñera es consigo mismo: mientras no sea capaz de explicarnos quién es, es difícil que inspire confianza. Para decirlo en otros términos: he visto a Sebastián Piñera con la camiseta de la UC (cuando iba a San Carlos), con la de Wanderers (cuando intentó ser senador por Valparaíso) y con la de Colo Colo (desde que es accionista): ¿cuál es el verdadero Sebastián Piñera?, ¿a quién hay que creerle? A veces da la sensación que ni él mismo lo sabe muy bien.
Por lo mismo, los ataques que recibe no encuentran su origen tanto en la mala fe de la Concertación —aunque hay bastante de eso— como en sus propias contradicciones. Lo muestra el hecho que, hasta hoy, ha sido incapaz de desprenderse de algunas de sus empresas. Piñera ha decidido tener doble militancia, y a nadie debe extrañarle que le pidan explicaciones. Escandalizarse y rasgar vestiduras no es la mejor estrategia para enfrentar las acusaciones que, le guste o no, va a seguir recibiendo.
Publicado en el blog de La Tercera el 24 de septiembre de 2009.
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3 comentarios:
Oiga, tremenda columna que se mandó. Me quedo sobre todo con aquello de que "el problema de Piñera es consigo mismo: mientras no sea capaz de explicarnos quién es, es difícil que inspire confianza". Demasiado cierto.
Muy buen blog. Felicitaciones.
Gracias Daniel, un abrazo
A propósito de blogs... cambié de dirección el mío. Ahora es http://www.bocacalle.com.
Saludos.
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