domingo, 7 de noviembre de 2010

Difíciles reformas

Finalmente, la reforma de pensiones vio la luz. Fue votada en ambas cámaras del parlamento francés y está lista para su promulgación. La izquierda ha anunciado un recurso al tribunal constitucional, pero se trata de una maniobra dilatoria sin destino.

No ardió París, los estudiantes no paralizaron Francia y los sindicatos no bloquearon los servicios básicos. Hubo, claro, movimientos sindicales, manifestaciones y huelgas más o menos complejas (la de las refinerías fue la más grave), pero con el pasar de los días todo se fue apagando progresivamente. No hubo mayo del 68, y ni siquiera hubo un remedo de los grandes paros estudiantiles del 2006, que obligaron al gobierno de la época a echar pie atrás en un proyecto de flexibilización laboral. Simplemente, no había agua en esa piscina.

Por cierto, nada de esto quita que el descontento con el gobierno sea muy profundo. Sarkozy alcanzó el poder hace algo más de tres años con un discurso rupturista y renovador, prometiendo reformar una economía ahogada por el inmovilismo y las deudas. Basta un solo dato para ilustrar el punto: hace más de 30 años que el Estado francés no tiene un presupuesto donde los ingresos sean al menos iguales a los egresos.

El estilo y la campaña presidencial de Sarkozy hicieron creer que sería capaz de cambiar las cosas, de dar un golpe de timón. Su energía le dio buenos dividendos en la primera parte de su gestión, en los que desarmó a sus rivales y se despejó el camino. Sin embargo, no supo administrar su enorme capital político y ahora corre el serio riesgo de transformarse en caso de estudio de dilapidación. En los inicios de su mandato Sarkozy provocaba odio en algunos, hostilidad en otros, pero también mucha esperanza en parte importante de la población. Hoy los sentimientos se dividen entre odio, hostilidad y mera indiferencia. Son muy pocos los que siguen creyendo que su acción los conduzca a alguna parte.

Entre los factores que hicieron posible esta evolución puede contarse cierta tendencia a convertir la política en espectáculo: con el tiempo, Sarkozy se ha convertido en un personaje fundamentalmente frívolo. Tampoco le han ayudado algunos escándalos financieros, y otros familiares. Como si eso fuera poco, decidió hace algunos meses inclinarse fuertemente hacia la derecha -en un intento por recuperar los votos del Frente Nacional-, y así se alejó mucho del centro político. Por último, sus reformas han sido mucho más tímidas de lo prometido y no han tenido los resultados esperados, cuestión que se vio agravada por la crisis económica.

Sarkozy creó una distancia demasiado grande entre las expectativas y los resultados, y en esa distancia reside gran parte de su fracaso. En ese contexto, no tiene nada de raro que la reforma de pensiones haya sido tan mal recibida por la opinión pública. Los franceses entienden que la situación demográfica exige une modificación del sistema, pero están cansados con el estilo de su presidente, con su grandilocuencia estéril y con su verbo fácil pero poco consistente. Por lo mismo la protesta no se dirigía tanto contra la reforma en cuestión, sino que contra el Mandatario. Pero sería miope quedarse sólo allí: se refería también a cierto estado de miedo e incertidumbre, que invade a los franceses. Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes que son, en el papel, los beneficiados con la reforma de pensiones, pues son ellos quienes tendrán que cargar con la deuda y con un número creciente de inactivos.

¿Qué queda para el futuro? Por de pronto, Sarkozy tiene muy complicada su reelección. Aún no decide si conserva o no a su primer ministro -lo que importa poco en verdad, pues él mismo hace ese trabajo-, y si quiere alargar su estadía en el Elíseo tendrá que elaborar pronto un discurso coherente y, sobre todo, recuperar su credibilidad.

Pero en lo que atañe al problema de fondo, no hay en el escenario político liderazgos que intenten dar con respuestas más o menos certeras. Francia no se acomoda en el nuevo escenario y, aunque nadie duda que los recursos internos existan, es difícil que alguien pueda encarnar una esperanza luego de la decepción de Sarkozy. La izquierda carece de proyecto y ha preferido, en este episodio, jugar a la demagogia más que a la seriedad; mientras que en la derecha no hay alternativas viables al presidente en ejercicio. Así las cosas, todo indica que en los próximos años la nación seguirá jugando al inmovilismo, paralizada por un cuadro político estático donde todos han sido cómplices por treinta años, y detenida también por una sociedad que tiene enormes dificultades para entender que si acaso el Estado de Bienestar tiene un sentido -lo que es perfectamente posible-, debe financiarse sin recurrir constantemente a la deuda, que no hace otra cosa que hipotecar el futuro de las generaciones venideras a cambio de comodidades inmediatas.

Es, cuando menos, un poco egoísta.

Publicado en El Post el viernes 5 de noviembre de 2010

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