miércoles, 24 de noviembre de 2010

Una derecha dialéctica

DE MODO algo inusitado, el gobierno ha decidido esforzarse en definir su propio sector resucitando esa vieja idea de la nueva derecha. La iniciativa no deja de ser loable, porque si de algo parece pecar el oficialismo es de falta de reflexión. En efecto, la actual administración está dominada, a ratos, por el activismo: entre las urgencias que no han faltado, cierta obsesión por las encuestas y el propio carácter del Presidente, al gobierno le ha costado transmitir un mensaje coherente.

Por eso, no es mala la idea de hacer una pausa para pensar dónde se está y dónde se quiere ir, más allá de esa consigna tan fundamental como insuficiente de hacer bien las cosas. Sin embargo, la ocurrencia también tiene sus riesgos y no es seguro que hayan sido previstos. En primer término, y suponiendo que al gobierno le interesa la unidad de la Alianza, se entiende mal por qué la nueva derecha se erige con cierto ánimo de exclusión hacia la UDI, el partido con mayor representación parlamentaria. En ese sentido, el ministro del Interior debería evitar confundir sus legítimas aspiraciones con el interés del gobierno. Esto no quita que la respuesta haya sido algo decepcionante: en lugar de doblar la apuesta y aprovechar la oportunidad, el gremialismo reaccionó, una vez más, a la defensiva.

Por otro lado, la descripción de esta nueva derecha ha sido tan vaga, que cuesta creer que tras ella pueda encontrarse una efectiva refundación doctrinaria: el proyecto original de Allamand tenía bastante más contenido. Está bien hacerse cargo de los problemas étnicos, ambientales y sociales, pero el eje distintivo no pasa por enunciar las dificultades del país (que todos conocemos), sino por el modo de enfrentarlas. Aquí el marketing puede terminar impidiendo una discusión de fondo. Hasta ahora, el único que ha mostrado una verdadera voluntad política por producir cambios es Joaquín Lavín, quien curiosamente ha guardado silencio: acaso por experiencia sabe que no por mucho madrugar amanece más temprano.

En suma, el gobierno debería ser más cuidadoso en abrir una discusión que no va a poder cerrar a su antojo y que puede generar movimientos difíciles de controlar. Además, el Presidente Piñera nunca ha sido un hombre "de derecha" y sus virtudes no van por el lado ideológico: es dudoso que pueda obtener réditos jugando en esa cancha.

Ahora bien, es obvio que la derecha debe acometer un trabajo profundo de reflexión, que no realiza hace decenios. Algunos deberán entender que para elaborar un proyecto político no basta con incluir al final de todas las frases adjetivos de moda (como "liberal" y "moderno"), otros tendrán que construir un mensaje más amigable, y también habrá quienes deban tomarse más en serio los cuestionamientos al modelo económico. Y todos deberán comprender que no hay una sola derecha sino varias, que todas ellas son legítimas y se necesitan unas a otras y que, por tanto, no hay hegemonía que valga; que si quieren no sólo conservar el poder sino hacer algo significativo con él, deben aprender a convivir y a discutir en un cuadro aceptado por todos. Porque sólo a partir de la discusión abierta y honesta, dura y cortés, podrá trazarse un proyecto que haga de la derecha algo viable en el futuro.

Publicado en La Tercera el miércoles 17 de noviembre de 2010

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