sábado, 4 de diciembre de 2010

Wikileaks: ¿transparencia totlal?

Wikileaks, junto a los periódicos más destacados del mundo, ha decidido hacer públicos miles de informes diplomáticos de carácter reservado. Esto ha producido cierta exaltación entre los místicos de internet. Algunos hablan de la principal catástrofe diplomática de la historia de la humanidad, como si algo así -de ocurrir- tuviera algo de positivo. Otros sostienen que esto producirá una revolución en las relaciones internacionales, algo así como el advenimiento de una nueva era en la que todo será transparente y toda oscuridad habrá desaparecido.

Me confieso escéptico frente a esta curiosa fe colectiva en las virtudes de la web y Wikileaks, pues creo que esta manera de hacer las cosas esconde riesgos, y no es seguro que hayan sido tomados en cuenta. No pretendo negar los efectos positivos de la difusión de los actos públicos: la calidad de la política mejora cuando cada cual debe rendir cuenta de sus actos frente a los ciudadanos. Pero llevar ese principio a su extremo puede resultar peor que la enfermedad. Desde luego, un mundo completamente transparente está mucho más cerca de las pesadillas de Orwell que de un paraíso terrestre. Lo humano se articula naturalmente entre lo público y lo privado, y aunque la distancia entre los dos ámbitos permite la hipocresía, también permite la intimidad, y es imposible abolir lo primero sin abolir de paso también lo segundo. Alguien podría objetarme que, hasta ahora, las filtraciones corresponden sólo a actos públicos, y es cierto. Pero deberíamos cuidarnos más de celebrar un fenómeno cuyo término no conocemos: ¿Tiene límites esta obsesión por saberlo todo? ¿Hasta dónde llegará esta pasión por la transparencia? ¿Tendremos la capacidad para distinguir los ámbitos?

En todo caso, los documentos filtrados hasta ahora no han revelado nada demasiado extraordinario. Dicho de otro modo, no necesitábamos a Wikileaks para saber que las relaciones internacionales funcionan con altas dosis de hipocresía, de dobleces y a veces también simplemente de miserias humanas. Bastaba con leer a los griegos para saberlo.

Ahora bien, este episodio no puede hacernos olvidar que la diplomacia, con sus bajezas y grandezas, no existe para permitir a malvados gobernantes manipular a las masas, aunque algunos lo hagan. La diplomacia es consustancial a la realidad política, y seguirá existiendo mientras no haya un Estado universal. Ella permite, entre otras cosas, resolver conflictos por canales pacíficos y eso, nos guste o no, exige algún grado de secreto y de reserva: los Estados también tienen su intimidad. Las negociaciones internacionales ponen en juego vidas humanas e intereses permanentes y no pueden hacerse vía twitter. Las redes sociales no pueden reemplazar el trabajo de los diplomáticos y, en ese sentido, la decisión de hacer públicos ese tipo de documentos es altamente problemática.

Suponer que Wikileaks va a modificar en profundidad la naturaleza de las relaciones internacionales es caer en el más cándido de los angelismos. Y el angelismo es menos inocente de lo que parece: quien quiere hacer el ángel, decía Pascal, termina haciendo la bestia.

Publicado en La Tercera el viernes 1º de diciembre de 2010.

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