miércoles, 26 de enero de 2011

Por un presidente Presidente

QUIZÁS SEA cierto que el aterrizaje intempestivo que debió hacer el Presidente para cargar combustible en su helicóptero no debería pasar de la anécdota. Después de todo, no ocurrió nada grave: el Mandatario comió frutillas, dio clases de fotografía y pudo conocer un poco mejor la realidad nacional. Desde ese punto de vista, la discusión generada puede parecer excesiva.

No obstante, el episodio es sintomático del sello personal que Piñera le ha ido imprimiendo a su mandato, y que puede resumirse de modo muy simple: el Presidente quiere estar en todas. Le gusta patear el córner y luego ir a cabecearlo, para después ir a buscar el balón y celebrar el gol. Porque Piñera es así, vive en el límite, en la cornisa, y asume los riesgos que eso conlleva. Así, puede un día llenarse de gloria (caso mineros) y otro de problemas (caso ANFP).

Las ventajas de su estilo son evidentes: Piñera transpira vitalidad y energía, y es capaz de transmitirnos un sentido de la urgencia que al país le hacía falta. En ese orden de cosas, quizás su mejor momento haya sido el discurso del 21 de mayo, donde ¿por única vez? el Presidente logró contarnos de modo más o menos convincente cuál es el Chile que quiere. Pero ese mismo estilo le genera costos evitables e innecesarios, porque está siempre expuesto en primera línea. En este asunto del helicóptero, por ejemplo, el Presidente expuso su propia credibilidad al dar confusas explicaciones que fueron luego desmentidas por un video; expuso a la vocera, que debió gastar tiempo y energía dando explicaciones más confusas aún en una materia que nada tiene que ver con el gobierno; expuso, en fin, a la propia figura presidencial a algo que podría haber sido peor. Y aunque es obvio que no va a cambiar su carácter de la noche a la mañana, sí cabría esperar un poco más de comprensión del rol y del peso de la figura presidencial en nuestro país. Como diría Ricardo Lagos, ser Presidente de Chile no es cualquier cosa, y no lo es porque, para cumplir bien su función, el Jefe de Estado debe partir por medir y sopesar el calado histórico de aquello que encarna.

En la primera parte de su mandato, Nicolas Sarkozy vivió un trance parecido. Fue tal su derroche de energía y presencia, que fue tildado de "omni-presidente". Sin embargo, al poco andar, las expectativas que él mismo había creado se fueron frustrando y la percepción cambió: lo que antes era voluntad pasó a ser activismo sin contenido y la energía pasó a ser mera frivolidad. Al mandatario galo le faltó habitar la función presidencial, tomar la altura de su cargo... y lo está pagando caro.

Aunque la situación no es exactamente análoga, Piñera corre un riesgo parecido. Y no se trata de más o menos rigidez protocolar, como a veces el Presidente parece creer; se trata simplemente de comprender que buena parte de la fortaleza institucional reposa sobre realidades simbólicas que son indispensables para gobernar. Esto supone hacer un esfuerzo por poner sus virtudes al servicio del país y no al revés, que no es lo mismo aunque parezca. Hay que ser más reflexivo, improvisar menos, tomar altura; en una palabra, perder protagonismo chico para ganar del otro, del que importa. Para que el Presidente sea, efectivamente, Presidente.

Publicado en La Tercera el miércoles 26 de enero de 2010

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