miércoles, 26 de enero de 2011

Sarkozy, el conquistador

Hijo de inmigrante húngaro, es elegido alcalde de una de las municipalidades más pudientes del país a los 28 años. Más tarde, asume como ministro y portavoz del gobierno de Balladur. En 1995, la derecha se desangra, dividida entre dos candidatos presidenciales, Chirac y Balladur, y nuestro hombre elige el caballo equivocado. Sufre entonces su propia travesía del desierto, pues el presidente Chirac no le perdona la traición: en un pasado no tan lejano lo había considerado casi como un hijo. Él aguanta en silencio y junta energías esperando su momento. Porque nunca dudó que éste, más tarde o más temprano, habría de llegar. Así, en 2002, vuelve al gabinete en gloria y majestad, toma luego el control del partido y va escalando posiciones de poder a una velocidad inaudita. Como ministro del Interior, despliega una agenda centrada en temas de seguridad pública que le permite copar los medios y eliminar uno tras otro a sus adversarios. Soporta estoico falsas acusaciones de corrupción y consigue imponer sus propios términos al presidente. Ya en campaña, logra la extraña proeza de arrebatarle a Ségolène Royal las banderas del cambio y la ruptura. Por cierto, esta carrera fulminante tiene un solo destino posible, y en el fondo él lo sabe. Si a todo eso le agregamos una vida sentimental agitada, con una esposa que lo ayuda a llegar a la cima, no cabe duda que la historia de Nicolás Sarkozy tiene mucho de cinematográfico. Pues bien, eso mismo pensó Xavier Durringer, quien dirige por estos días la película "La conquista", cuyo estreno está previsto para mayo. El guión es de Patrick Rotman, quien ya había firmado sendos documentales sobre Mitterrand y Chirac -ambos de gran factura-, y el papel principal pertenece a Denis Podalydès.
La cinta se propone relatar el ascenso fulgurante de Sarkozy entre 2002 y su triunfo electoral de 2007. Se trata de un período que debería ser estudiado con detalle por todo político con aspiraciones presidenciales. Hubo allí una rara conjunción de audacia, energía, habilidad política y carácter, que lo terminó encumbrando hasta lo más alto. Sarkozy supo, mejor que nadie, leer los tiempos, y eso le permitió poseer de modo eminente lo que Maquiavelo llamaba virtud, "virtù". Al final, Sarkozy se impuso a todo y a todos porque su ambición fue más decidida y más inteligente.

Ahora bien, lo verdaderamente interesante del largometraje será comparar a ese Sarkozy, el de buena estrella y lleno de bríos, con el actual, que a veces parece hasta aburrirse en su cargo. En varios sentidos, Sarkozy es el paradigma del excelente candidato que se convierte en un presidente algo mediocre -y en eso no es tan distinto de Chirac, por más que le pese-. Son lobos que aman la conquista más que la presa, son animales que sólo se sienten vivos cuando huelen sangre. Después de luchar tanto y tantos años por llegar al poder, no saben qué hacer cuando disponen de él. Acaso sea el destino inevitable de una vida política que gira de modo exclusivo en torno a la figura presidencial. En cualquier caso, es la encrucijada en la que Francia está atrapada desde hace varios decenios, al menos desde Mitterrand hasta acá.

Publicado en Revista Qué Pasa el viernes 21 de enero de 2010

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