viernes, 11 de marzo de 2011

Los nuevos puritanos

Hace algunos días, Jacques Attali -quien fuera estrecho asesor de François Mitterrand- propuso sin pestañear la prohibición absoluta de producir, distribuir y consumir tabaco. La sugerencia recibió el rápido apoyo del inefable Daniel Cohn-Bendit, el mismo que en Mayo de 1968 enarbolaba la bandera de "prohibido prohibir". Esto último no deja de ser llamativo, pues muestra bien que quienes buscan expulsar la moral por la puerta tienden a hacerla entrar más tarde por la ventana. Y el tabaco es, sin duda, uno de los principales enemigos del nuevo moralismo que se impone poco a poco en las sociedades occidentales. La máxima consiste en proscribir el cigarro y, para lograrlo, se han ideado múltiples estrategias: impuestos exorbitantes, severas restricciones a la publicidad y segregación social de los fumadores. Se ha llegado al extremo de querer eliminar la aparición de fumadores en el cine, limitando así las posibilidades de expresión artística. Si alguien creía que el arte se había liberado de todas las ataduras, estaba muy equivocado: el imperio de lo políticamente correcto todo lo invade.

Chile no ha estado ajeno a esta lógica: hace algunos años se aprobó una ley (razonable) que obliga a separar los ambientes en lugares públicos, de modo que cada cual pueda elegir si quiere respirar o no el humo del cigarro. Sin embargo, algunos aún no están satisfechos, y el ministro de Salud ha planteado la prohibición total del cigarro en espacios públicos. Yo no sé muy bien si lo más molesto de la propuesta es el arribismo que lleva implícito -algo así como "si los españoles lo hacen, nosotros también"- o el fondo -, que no es otra cosa que ocultar ese horrible pecado bajo la alfombra-; pero sí sé que está presente aquí el germen de algo peligroso.

Porque todas estas propuestas tienen algo en común: están inspiradas por un puritanismo rayano en el fanatismo. En su entusiasmo, olvidan una cuestión central: las sociedades no pueden erradicar todos los males. Tomás de Aquino decía que no deben prohibirse todos los vicios, sino sólo aquellos más graves; y un poco por lo mismo Montaigne afirmaba que todo intento de reforma radical es inútil y peligroso, por una razón muy simple: la naturaleza humana no se presta para ese tipo de aventuras.

Pero nada de esto amilana a los nuevos puritanos, que sólo buscan avanzar en su cruzada. Elaboran sofismas de todo orden, tratando de convencernos de que el cigarro es el peor de los peligros que acecha a la humanidad, que el tabaquismo pasivo constituye el más grave atentado a las libertades personales (como si Santiago fuera un oasis), y así. Pero ninguno de esos argumentos logra esconder el verdadero objetivo que persiguen: la proscripción de aquello que consideran inconveniente, como si los hombres no pudiéramos evitar prohibir aquello que no nos gusta. Yo no fumo y, es más, detesto el olor del cigarro, pero el tabaco me parece inofensivo al lado de estos nuevos puritanos.

Publicado en revista Qué Pasa el viernes 11 de marzo de 2011.

No hay comentarios: