viernes, 25 de marzo de 2011

Problemas en Libia

Aunque es difícil predecir cómo se va a resolver la situación en Libia, todo indica que el desenlace será menos rápido del esperado por los países que se sumaron hace algunos días a esta aventura.

Quizás todo encuentra su origen en los términos ambiguos de la resolución nº 1973 de la ONU que permitió la operación militar. Según dicho texto, el objeto de la intervención es la protección de los civiles por medio del establecimiento de una zona de exclusión aérea. El texto suena bonito, pero esconde varias preguntas: ¿qué significa proteger a los civiles? ¿Se les puede proteger “preventivamente” o sólo si son atacados? ¿En qué medida proteger implica también atacar? ¿Hasta qué punto? ¿Puede entenderse, como lo ha sugerido el mismo Obama, que la intervención sólo terminará cuando Kadhafi deje el poder? ¿Espacio de exclusión aérea puede implicar bombardear tanques como se ha hecho hasta ahora? Las preguntas no pueden sino multiplicarse a medida que el escenario se va complicando.

Todo indica que la coalición subestimó las fuerzas del coronel libio, y eso implica que las cosas corren serio riesgo de llegar a un punto muerto, donde los occidentales no puedan intervenir directamente y en tierra, pues no cuentan con la debida autorización de la ONU, pero tampoco podrán irse pues deben cumplir con el mandato de protección. Y lo que menos necesita el mundo son más occidentales clavados en algún lugar del globo sin encontrar una manera digna de retirarse. Esta situación se explica porque los rebeldes no parecen contar ni con la organización ni con el armamento necesario para derrotar por sí solos a las fuerzas de Kadhafi, y éste último tampoco puede moverse. Las voces más tiernas esperan simplemente un alto al fuego de ambos bandos para zanjar la situación, pero eso también es bien improbable: las lógicas desencadenadas por las guerras civiles suelen ser menos pacíficas, y el mismo Kadhafi sabe muy bien que aquí no tiene muchas más opciones que vencer o morir.

A esto se suman las enormes dificultades de la comunidad internacional para construir un discurso medianamente coherente que permita explicar (ni hablar de justificar) su intervención. No se trata sólo de las dificultades interpuestas por Francia a la entrada de la OTAN, o de las divergencias estratégicas entre los países de la Coalición, sino también de la oposición silenciosa de grandes potencias. Rusos y chinos se oponen, pues no quieren dar ningún espacio a una aplicación demasiado extensa al derecho de injerencia que mañana pudiera afectarlos, a ellos o a sus vecinos más próximos. ¿Cómo justificar que se intervenga en Libia y no mañana en otros lugares? Una justicia que se aplica sólo con los más débiles tiene bastante de injusticia. Por otro lado, resulta difícil de explicar que los mismos que hasta hace unas semanas habrían hecho todo lo posible por vender unos cuantos aviones de guerra a Kadhafi hoy estén embarcados en esta operación. Para no decir nada de las tensiones que esto puede generar en el mediano plazo con el mundo árabe, sobre todo después que un ministro francés tuviera la genial idea de pronunciar justo la palabra que no debía: cruzada. No pretendo defender a Kadhafi, ni negar que la intervención haya tenido efectos benéficos (por de pronto, evitar una carnicería segura en Benghazi) pero es innegable que la intervención -tardía, mal pensada y objeto de múltiples desacuerdos- corre el serio riesgo de terminar generando complicaciones impensadas y difíciles de manejar.

En todo caso, si algo quedó claro con esta operación fue la absoluta incapacidad de los europeos para tener algo siquiera parecido a una política exterior común. Ni siquiera cuando las cosas ocurren a unos pocos cientos de kilómetros de sus fronteras -¡al otro lado del Mediterráneo!-, pudieron concordar una política común, y Alemania terminó absteniéndose en la ONU, cuando un voto favorable ni siquiera la obligaba a contribuir materialmente. Ni qué decir que la representante de la Unión Europea para las relaciones exteriores (Catherine Ashton, ¿la conoce?), cargo creado para subsanar esta falencia, no tuvo ninguna participación. Esto no puede sino dejar un grueso manto de dudas respecto de la verdadera capacidad de Europa para constituirse en verdadera unidad política capaz de actuar como tal, sin tener que recurrir a los Estados Unidos incluso cuando la crisis estalla frente a sus narices. Por ahora, más allá de las intenciones, Europa también ha quedado al debe.

Publicado en El Post el viernes 25 de marzo de 2011

No hay comentarios: