domingo, 1 de abril de 2012

Castro es Chile

EL MALESTAR generado por la construcción de un centro comercial en pleno centro de Castro tiene bastante de hipocresía y de puritanismo. Los chilotes simplemente quieren acceder a las mismas comodidades que el resto del país: un mall feo, pero bien ubicado, con estacionamientos, cines y patio de comidas. ¿Qué más podría ofrecer un país próspero como el nuestro a sus habitantes?

Digo que el malestar es hipócrita porque nos encantaría que Castro guardara su imagen impoluta para poder contemplarla en vacaciones y volver luego a nuestros propios malls. Queremos resolver nuestros problemas de conciencia cuidando una ciudad que queda bien lejos y que es bien pintoresca. El negocio parece perfecto: no renunciamos a ninguna de nuestras comodidades, y ellos, mil kilómetros al sur, se dan el trabajo de cuidar nuestro escuálido patrimonio urbano.

Que no se confunda el lector: eso que llaman el mall de Castro es un esperpento sin nombre, cuya construcción nunca debería haberse permitido. Pero la capital de Chiloé sólo está siguiendo aplicadamente el mismo camino que la mayoría de las ciudades de nuestro país: el de la destrucción sistemática de los centros históricos, de su colapso vial y de la demolición de todo lo que huela a patrimonio, pues un mall siempre será más rentable que un bonito barrio. Espantarse con lo que ocurre en Castro, sin haberse espantado antes con lo que ocurrió en el centro de Valparaíso, en Viña del Mar, en Chillán y en tantos otros lugares, revela simplemente cuán selectiva, paternalista y ondera puede ser nuestra indignación.

Naturalmente, los más complacientes siempre arriscarán la nariz frente a cualquier crítica del mall, pues ven allí una crítica de la modernidad, además de un insoportable juicio estético. Para ellos, el mercado es siempre el último juez y es, por tanto, imposible emitir cualquier tipo de juicio sobre sus resultados. Sin embargo, tal amputación de nuestras facultades críticas no tiene fundamento. Para decirlo de modo sencillo: no se trata de eliminar los centros comerciales, pero sí de hacer un esfuerzo por integrar las actividades humanas en un ambiente armónico, y por eso en los lugares civilizados los malls están fuera de los centros urbanos.

En la ciudad se articula lo público y lo privado, en espacios de encuentro abiertos al entorno; en la ciudad se despliega lo auténticamente humano. El mall en el centro de la ciudad supone una privatización completa de los espacios públicos, y eso -guste o no- tiene efectos perversos. Se trata, en suma, de pensar la ciudad sin ser esclavos de fatalismos imaginarios, justamente porque nuestra libertad es algo más que un mero apéndice de proyectos inmobiliarios.

En cualquier caso, más grave que la construcción del mall de Castro, es nuestra carencia total de medios para pensar estos fenómenos más allá de la indignación. Por un lado, las autoridades locales no pueden ni quieren hacerse cargo de este tipo de problemas. La derecha abandonó hace mucho tiempo cualquier función crítica respecto de los designios del mercado. Y la Concertación -sí, esa coalición de "centroizquierda" que hace gárgaras con los "ciudadanos"- promovió y perpetró fríamente la destrucción de nuestras ciudades durante 20 años. ¿Queda alguien en Chile dispuesto a cuidar nuestro patrimonio y a proteger el lugar de nuestra vida común?

Publicado en La Tercera el miércoles 7 de marzo de 2012

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