domingo, 1 de abril de 2012

Protestas en Aysén

ES DIFICIL que las protestas de Aysén, más allá de las buenas intenciones, logren modificar de modo sustantivo la situación de nuestras regiones. Seguramente obtendrán algunas de sus reivindicaciones, todas importantes y acaso necesarias, y quizás logren también el ansiado subsidio a la energía. Pero hasta allí no hay mayor novedad, pues los actores sociales ya tomaron nota: el gobierno carece de criterios políticos que orienten su acción. La consigna, entonces, no puede ser más simple: pedir, protestar y abrazarse.

Con todo, sería injusto reducir lo que ocurre en Aysén a la lógica que han tenido otros movimientos. La Patagonia merece un tratamiento especial por una multitud de razones políticas, estratégicas y geográficas. La idea misma de nación -idea sobre la cual descansan todas nuestras acciones colectivas, aunque la olvidemos en el baúl- supone una determinada concepción del territorio y la manera de ocuparlo. En rigor, necesitamos a las zonas extremas mucho más de lo que ellas nos necesitan a nosotros, y eso ya lo entendía Pedro de Valdivia.

Ahora bien, la situación de las regiones es un ejemplo paradigmático de un problema que se repite con cierta frecuencia: llevamos demasiados años confiando en que el orden espontáneo tomará las decisiones en nuestro lugar. Sin embargo, en pocas cosas el mercado y la democracia son tan falibles como en la articulación entre territorio y población. Cuando recursos y votos se concentran en un solo lugar, no es difícil predecir un centralismo exacerbado.

En ese sentido, las dificultades de Aysén y de "Sanhattan" no son más que dos reversos de la misma moneda: si seguimos permitiendo que Santiago crezca indefinidamente, si no generamos los incentivos correctos para un desarrollo regional, de seguro habrá varios empresarios felices, pero no sé si realmente habremos ganado algo. Por mencionar un solo problema (pero se cuentan por decenas), es impensable siquiera intentar resolver las dificultades de segregación social -y por tanto de educación y desigualdad- en ciudades cuyo tamaño no guarda ninguna relación con el metabolismo de la vida humana. Los problemas humanos se resuelven a escala humana, no construyendo edificios cada vez más altos. Las ciudades deben adaptarse a nosotros (Aristóteles), y no a la inversa: es una cuestión política de primer orden, aunque nuestros hombres públicos no se percaten de su existencia.

No obstante, el resultado de los reclamos de Aysén puede ser el mismo que han tenido casi todas las reivindicaciones regionalistas: acentuar aún más el centralismo. Ocurre que la lógica de las demandas es siempre la misma: pedir ayuda de Santiago. Es inevitable por un lado, pues el poder reside en la capital. Pero hay también un síntoma preocupante: ¿puede haber algo más centralista que un regionalista plañidero?

Para salir del círculo vicioso es indispensable evitar los dos riesgos simétricos: las autoridades deben entender que les corresponde crear condiciones (no sólo cosméticas) que permitan un auténtico desarrollo de las regiones; pero éstas tampoco pueden quedarse en una constante actitud de espera respecto de la capital. Y no es exagerado decir que en ese dilema nos jugamos buena parte de nuestro destino.

Publicado en La Tercera el miércoles 22 de febrero de 2012

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