domingo, 1 de abril de 2012

Todos candidatos

HAY UN modo optimista de leer la multiplicación de candidaturas presidenciales al interior de la Concertación, al que ceden muchos de sus jerarcas: ver en ella un signo de inequívoca vitalidad. Si tantos quieren emprender la aventura, es porque ésta pinta bien y nadie quiere dejar pasar su oportunidad. ¿Qué más querría una coalición moribunda que una nutrida lista de líderes capaces de convocar y de atreverse?

Sin embargo, la situación puede recibir otra lectura: la proliferación de aspirantes ilustra una profunda desorientación. En rigor, ninguna de las actuales candidaturas puede tomarse demasiado en serio, y es muy posible que ninguno de los nombres que circulan esté finalmente en la papeleta el 2013, ni tampoco más adelante. Andrés Velasco fue el primero en lanzarse, pero él mismo sepultó sus posibilidades al supeditar su opción a la decisión de Michelle Bachelet: un candidato que depende de otros no es un verdadero candidato. Si el ex ministro de Hacienda quiere levantar una alternativa creíble, debe zafarse de sus sombras, pues el arte presidencial es un arte muy solitario.

Con todo, es de justicia reconocer en Velasco una reflexión y un esfuerzo por elaborar un planteamiento. Se puede estar más o menos de acuerdo con él, pero el hombre es capaz de enunciar ideas, de sugerir y de proyectar, y eso basta para convertirlo en una rareza. De hecho, la consideración de las otras candidaturas (declaradas o no) es desalentadora. Algunos avanzan como la más lenta de las tortugas, pero creen realizar un supremo gesto de audacia (Orrego). Otros buscan convertir el anuncio en un trampolín personal, como si una candidatura fuera el inicio y no el resultado de un proceso personal (Rincón). No falta quien busca resucitar un partido que agoniza hace decenios (Gómez). Otros ni siquiera osan declarar abiertamente sus intenciones, y se descansan en la ilusión de que el tiempo corre a su favor (Walker y Lagos Weber).

Pero lo que más asombra es que ninguno de estos candidatos tiene una propuesta ni un discurso que los ciudadanos puedan distinguir con nitidez. Tampoco destacan por su ambición. En efecto, prima en ellos una rara timidez, fundada posiblemente en el temor de los próceres. Las candidaturas que se multiplican como panes y peces son síntoma de carencia de liderazgo y no de abundancia: no es que sobren los caciques, es que no hay ninguno, y por eso tantos buscan apropiarse del lugar vacío. Todos quieren encontrarle el secreto a este caballo chúcaro que es el nuevo Chile, pero ninguno sabe muy bien cuál es la naturaleza de la nueva situación. Todos sueñan con ser el Arturo Alessandri de nuestro siglo XXI, pero ninguno de ellos tiene ni la mitad del hambre ni la mitad de la estatura.

Hay aquí una paradoja, pues la candidatura más consistente viene siendo aquella que corre por fuera, aunque no tenga ninguna posibilidad real: Tomás Jocelyn-Holt no tiene miedos atávicos, tiene personalidad propia y es el único que podría, quizás, contarnos una historia. Y no es casualidad que deba hacerlo al margen, pues hoy por hoy la Concertación encierra más que libera. La coalición opositora se ha convertido en un peso demasiado grande para los candidatos, y eso también vale para Michelle Bachelet: a este muerto nadie podrá cargarlo.

Publicado en La Tercera el miércoles 8 de febrero de 2012

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