sábado, 19 de diciembre de 2009

¿Cohabitar?

Una de las ideas que lanzó Marco Enríquez-Ominami a la discusión fue la de modificar nuestro sistema político, instaurando un régimen semipresidencial al estilo francés. En éste, el mandatario puede verse obligado -si acaso no tiene mayoría en el Parlamento- a nombrar un jefe de gobierno de color político contrario al suyo: se trata del fenómeno conocido como cohabitación.

Más allá del hecho de que la propuesta sea un poco anacrónica -en Francia ya casi no hay posibilidades de cohabitación y, por tanto, el sistema tiene hoy mucho más de presidencial que de otra cosa-, la idea no dejaba de ser seductora para aquellos que desconfían de una figura presidencial tan fuerte como la chilena.

Para evaluar la pertinencia de la propuesta marquista, quizás no sea descaminado aludir a un libro recientemente publicado por Édouard Balladur, primer ministro francés que cohabitó con Mitterrand entre 1993 y 1995. Su título es El poder no se comparte, conversaciones con François Mitterrand.

Balladur, liberal por temperamento y por convicciones, describe su experiencia en el siempre complejo ejercicio del poder, más aún si hay que compartirlo con un hombre del talante de Mitterrand. El texto relata con detalle la relación entre los dos personajes, que se ven obligados a conservar un equilibrio demasiado precario sobre el cual descansa la estabilidad del país: el primer ministro debe gobernar respetando las prerrogativas del Presidente; este último debe presidir con un escasísimo margen de maniobra. La cuestión, como siempre, se juega en los detalles, y ambos deben someterse a una comedia de máscaras, en la que ninguna palabra es dicha al azar y en la que nadie puede permitirse un gesto de más ni de menos.

Uno de los méritos innegables del libro es que trasunta con nitidez la psicología de un tipo tan difícil de asir como Mitterrand -quien fuera probablemente el principal modelo de Lagos Escobar-. El ex mandatario galo es retratado como un eximio intrigante obsesionado más por la conservación del poder que por su uso. Con todo, a Balladur le ocurrió lo que a muchos hombres públicos de calidad: le faltaron ganas y le faltó hambre. Su candidatura presidencial de 1995 fracasó porque, aunque tenía todas las de ganar, le faltó ese componente de ambición sin el cual un político no lo es tanto. Quizás sea cierto que la política se mueve siempre en esa tensión, en esa inevitable ambigüedad que mezcla en proporciones variables la ambición egoísta con el patriotismo sincero.

Como fuere, una de las lecciones importantes que deja la lectura es que el sistema que permite la cohabitación no es sano, pues alienta que predomine la confusión allí donde debe haber claridad. En efecto, el papel puede dar para todo en la repartición de competencias, pero al final del día es un poco inevitable que dos hombres obligados a compartir el poder se enfrasquen en interminables diferendos que causan más perjuicios que otra cosa.

Montesquieu decía que el poder tiene que frenar al poder. Aunque seguramente tenía razón, el modelo francés no parece ser el modo más adecuado de llevar ese principio a la práctica.

Publicado en Qué Pasa el 18 de diciembre de 2009

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