viernes, 11 de diciembre de 2009

La embajadora y las instituciones

La embajadora en Suiza, Carolina Rosetti, hizo público su apoyo a Marco Enríquez Ominami. El canciller —su jefe directo— la reprendió severamente. Rossetti, en un acto curioso por decir lo menos, no varió su posición y dejó así al canciller en un ingrato dilema: o bien pedirle la renuncia y agrandar un problema a escasas horas de la elección, o bien no hacer nada y quedar entonces como un canciller cuyo peso específico es cercano a cero.

La decisión fue tomada rápidamente: el gobierno se apuró en silenciar la polémica, y de paso ya sabemos cuánto importa la opinión del ministro Fernández. La decisión fue correcta, pues la cuestión estaba dejando en evidencia la peor cara de la Concertación, esa que las autoridades no quieren que veamos.

No es mi ánimo defender a la embajadora. En principio, creo que un embajador debería abstenerse de dar opiniones políticas: no es ése su rol, y las cuestiones diplomáticas son demasiado delicadas como para mezclarlas con cuestiones contingentes. Los embajadores deberían estar más allá de este tipo de minucias, y preferiría que Rossetti estuviera dedicada a trabajar en lo suyo antes que dando declaraciones altisonantes. Desde esa perspectiva, no me parece equivocado afirmar que la embajadora ha sido, cuando menos, imprudente. Pero la verdad es que eso, a estas alturas, es lo de menos: lo interesante es lo que la rebeldía de la embajadora ha dejado ver. Y hay varias cosas.

La primera duda es, desde luego, saber qué diablos hace Carolina Rossetti en la embajada de Suiza. Podrá tener muchos méritos como periodista —conducía ese excelente programa llamado “Domicilio conocido”—, pero la verdad es que uno tiene derecho a preguntarse cuáles son sus méritos específicos para ocupar ese cargo. Así como es comprensible que en los países más sensibles los nombramientos de embajadores sean de confianza política, no se entiende que buena parte de nuestras misiones diplomáticas se repartan con criterios partidistas. La Concertación, luego de 20 años en el poder, no ha logrado entender que las relaciones internacionales pueden servir de algo más que de caja pagadora de favores políticos por servicios rendidos. De partida, se hubieran ahorrado este mal rato si se hubieran decidido a profesionalizar el servicio exterior.

Al mismo tiempo, Carolina Rossetti sacó a la luz el irritante doble discurso de la Concertación. En efecto, todo funcionario público —incluidos los embajadores— gozan de una perfecta libertad de expresión siempre y cuando ella sea puesta al servicio de la coalición oficialista. Caso contrario, la pierden. Se han visto prácticas democráticas más coherentes y, sobre todo, se han visto usos del lenguaje menos corruptos.

Y todo esto nos lleva a la que sea quizás la principal lección de esta campaña, a falta de discusiones de fondo: la desembocada utilización del aparato público que ha hecho el oficialismo para ir en auxilio de su candidato. Frente a lo obrado por el gobierno de Michelle Bachelet, lo que pudieron hacer antes el mismo Frei y Lagos parece juego de niños. En su afán por conservar el poder, la Concertación no ha trepidado en superarse a sí misma y traspasar cada vez más límites, al punto que uno se pregunta si acaso queda alguno en pie. La Concertación pasará, la campaña también pasará, pero el daño producido, no: nuestras instituciones, lamentablemente, no saldrán indemnes de tanta manipulación. Los jerarcas podrán negarlo cuántas veces quieran frente a las cámaras, pero bien sabemos que una mentira no es verdad porque se repita mucha veces: no es sano ver a los ministros más preocupado de la campaña que de sus carteras, no es sano que la vocera de gobierno intervenga día a día en cuestiones electorales, no es sano que el ministro de Hacienda corrija en el Senado —ni en ninguna parte— documentos programáticos de un comando, no es sano que la Presidenta fije su agenda en función de las necesidades del candidato.

Por obtener un objetivo de corto plazo, se pierde de vista lo esencial; por lo urgente se olvida muy fácilmente lo relevante. Cuando todo se instrumentaliza, nada es realmente importante. Es el error que comete el gobierno al manipular temas altamente sensibles: nos hace dudar de cuál es su verdadero compromiso. Y si bien es cierto que todos los funcionarios públicos tienen derecho a tener su opinión, hay una delgada línea que no deberían nunca estar dispuestos a cruzar si acaso les preocupa el futuro del país: poner al servicio de tal o cual aparato estatal que pertenece a todos los chilenos.

La Concertación perdió hace mucho tiempo el sentido de la responsabilidad en este problema, y lo peor es que ya ni siquiera queda un mínimo de pudor. Es escalofriante la sola perspectiva de imaginar qué estarán dispuestos a hacer en cuatro años más para conservar el poder, si Frei triunfara en enero.

Por lo demás, no se trata sólo de un pecado grave desde el punto de vista institucional, sino también de una estupidez táctica de proporciones. Varios meses de campaña fallida no han sido suficientes para convencer a los estrategas oficialistas que el camino de identificarse hasta el cansancio con la presidenta no es el correcto, pues tiende a esconder las virtudes del candidato, pues lo lleva a una comparación en la que Frei no puede salir bien parado.

Olvidan asimismo que la gente ya está cansada del estilo clientelista de la Concertación, y lo sorprendente es que ni siquiera los 20 puntos que marca Enríquez Ominami parecen hacerlos entrar en razón. Sin darse cuenta, le hacen el negocio al candidato díscolo: mientras más insisten en malas prácticas, más se cansa la gente de ellos y más agua llega al molino de Marco.

No tengo la menor idea de lo que vaya a ocurrir el domingo, y menos aún en enero. Lo único que tengo claro es que un quinto gobierno de la Concertación sería simplemente un abuso para con nuestras instituciones. Y lo digo haciendo abstracción de los desacuerdos doctrinarios que cada cual pueda tener: se trata de una cuestión distinta, que tiene que ver con la calidad de nuestro régimen político. La Concertación, en el fondo, está más comprometida con ella misma que con nuestra democracia: nada bueno puede salir de ahí.

Publicado en El Mostrador el viernes 11 de diciembre de 2009

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