viernes, 4 de diciembre de 2009

De qué renovación me hablan

Nuestra vida pública suele ser escenario fértil para la instalación de ciertos paradigmas que, a veces, adoptamos sin demasiada reflexión. Habría mucho que decir, por ejemplo, sobre el modo en que se desarrolló la discusión sobre la inclusión de homosexuales en las franjas presidenciales y la inaudita cantidad de argumentos falaces que tuvimos derecho a escuchar.

Otra idea que se ha instalado como una verdad revelada es la de renovación. Se nos dice que hay que cambiar las caras, pues las actuales estarían viejas, gastadas y cansadas. Se agrega que cumplieron su ciclo, y que ahora deben retirarse a sus casas y dejar el espacio libre. Tal es el mensaje que una pléyade de rostros nuevos busca transmitirnos con sonrisas de publicidad dentrífica: ellos representan el cambio y el futuro. Tras la dura derrota de Jaime Ravinet en las elecciones municipales, la verdad es que las viejas generaciones la tienen difícil.

Es cierto que, como todo sofisma, el argumento contiene algunas verdades. La política nacional necesita aire, y hay varias caras que llevan bastantes años dando vueltas. También es cierto que hay partidos —como la DC— que literalmente se han farreado su futuro por no haber sido capaces en 20 años de abrir espacios reales a los que venían más abajo: Claudio Orrego se parece cada día más a Fabián Estay, esa eterna promesa del fútbol nacional. Es cierto que no es precisamente ideal ver a un Juan Carlos Latorre presidiendo la DC o a un Camilo Escalona el PS (a propósito de Escalona, ¿recuerdan ustedes que el 2003 le entregó el mando a Gonzalo Martner señalando que el partido necesitaba “caras nuevas”?). Asimismo, es innegable que una democracia sana requiere que las generaciones más jóvenes vayan asumiendo el relevo de un modo más o menos natural.

Pero todo esto no quita que, en política, los espacios se ganan, y la edad está lejos de ser un argumento suficiente para merecerlos. La consigna de la renovación no es más que una de las tantas que abundan y florecen con facilidad en nuestra provincia señalada. Nos equivocamos rotundamente si creemos que se resolverá algún problema de fondo con un mero cambio en la fecha de nacimiento de quienes nos gobiernan. El problema en Chile no es la edad de los políticos, el problema en Chile es el de las malas prácticas políticas, y en éstas lamentablemente las generaciones no siempre tienen tantas diferencias. Es obvio que la falta de renovación hace las cosas difíciles, pero el exceso contrario puede resultar tanto o más absurdo. Los jóvenes no garantizan nada por sí solos, y si alguien quiere un ejemplo no tiene más que recordar a esa nueva generación del PPD que saltó a la fama por prácticas cuyo detalle no vale la pena recordar.

La consigna de la renovación, esgrimida por sí sola, es insoportablemente vacía: no quiere decir nada. Las nuevas generaciones podrán traer -quizás- algo de aire fresco, pero no traerán nada muy sustantivo en cuanto tales: la política gira en torno a ideas, no en torno al año en que nacimos. Un poco por lo mismo siempre he desconfiado cuando se discursea sobre la “juventud”, como si detrás de ese concepto hubiera algo relevante más allá de la mera coincidencia generacional. Los jóvenes son tan diversos como los adultos, y no cabe esperar de parte de ellos comportamientos homogéneos: los hay conservadores, liberales, concertacionistas, comunistas, derechistas, ecologistas, creyentes y agnósticos. Los hay que quieren renovar realmente el modo de hacer política, y los hay también que no. Por consiguiente, uno esperaría de los candidatos que quieren asumir el relevo más insistencia en las propuestas que en su edad, si acaso realmente quieren hacer un aporte.

Daría para largo si quisiéramos detallar el nivel de esquizofrenia política que alcanza el discurso de los actores políticos en la lucha por apoderarse del concepto. Conformémonos con algunos ejemplos. Una candidata a diputada acusó a su compañero de lista de llevar mucho tiempo como diputado y de ser un “político profesional”. Sin embargo, la candidata en cuestión lo es exclusivamente por ser hija de un alcalde que lleva largo tiempo en el cargo, y su campaña se apoya en la figura de Alberto Espina, que no es precisamente el niño símbolo de la nueva derecha. Pepe Auth se indignó con el presidente Lagos, pues éste grabó frases de apoyo para el senador Muñoz Barra. ¿Argumento central de Auth? Que Muñoz Barra no representa la renovación. Sin embargo, el presidente del PPD no tiene empacho en intentar convencer a los habitantes de Vallenar de votar por un ex diputado condenado en el caso coimas: si ésa es la renovación que busca el PPD, mejor arrancar. Quizás el caso más irónico sea el de la polémica Quinta Región: allí Renovación Nacional y la UDI intentan convencer alternativamente de distintas cosas según si usted se encuentra en un lugar u otro. Si usted está en Valparaíso, la apuesta de RN es por las figuras jóvenes y locales, pero si se le ocurre ir a Quilpué, la cuestión será exactamente al revés; y lo mismo corre inversamente para la UDI. El mismo Marco apoya a su padre Carlos Ominami quien busca su tercer período como senador: ¿o sea que todos tienen que renovarse menos el clan Ominami? ¿En qué quedamos?

Por cierto, no niego que hay un buen número de rostros que harían bien en jubilarse. Pero entre esos rostros los hay de todas las edades: pienso en algunos de 70, en otros de 60, en varios de 50, en algunos de 40 y en uno que otro de 30. El problema de fondo de nuestro sistema político es el clientelismo, y nadie nos asegura que los nuevos políticos serán menos dados a ese vicio. Por lo mismo, seguir levantando la consigna vacía del recambio generacional oscurece más que aclara nuestra situación, pues esconde la verdadera dificultad. Quizás sirva para ganar un par de votos, pero al final del día será una consigna tan recordada como esa otra del gobierno ciudadano. ¿Se acuerda?

Publicado en El Mostrador el viernes 4 de diciembre de 2009

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