lunes, 15 de octubre de 2012

Descifrando a M. Hollande (entrevista a Laurent Binet)


Laurent Binet es, sin duda, una de las grandes estrellas noveles de la literatura francesa. Hace dos años publicó HHhH, una novela que narra el atentado, en 1942, al sanguinario oficial nazi Reinhard Heydrich. Recientemente publicado en español, el libro fue premiado y elogiado como un gran debut. El autor estuvo en Chile esta semana para participar del ciclo La ciudad y las palabras, del doctorado de Arquitectura de la UC, y habló sobre sus particulares opciones narrativas.

Pero Binet es también un apasionado de la política, y su último trabajo -lanzado recientemente en Francia- no es estrictamente literario: Binet siguió muy de cerca la campaña de François Hollande, con acceso a todo tipo de reuniones, conciliábulos y todo lo que puede ocurrir al interior de un comando presidencial. A partir de allí, escribió una crónica en forma de diario: Rien ne se passe comme prévu (Nada ocurre según lo previsto), donde Binet devela aspectos desconocidos del primer mandatario francés y de su camino hacia el Elíseo. Así, el autor, un declarado izquierdista, es un  testigo privilegiado para intentar conocer al enigmático Hollande.

-En Francia y en el mundo existe bastante curiosidad por la figura del presidente francés, ¿puede hablarse de un “misterio Hollande”?

-Ciertamente hay un misterio, pues todo el mundo se pregunta por él. Mi objetivo no era tanto hacer un retrato como un relato de la campaña, pero me suelen preguntar sobre la persona Hollande. Desde ya, creo que es una victoria para él que todo el mundo se haga la pregunta: hasta hace no mucho, todos pensaban que Hollande no valía gran cosa, y que su gran virtud eran los chistes. Hoy todos piensan que hay un misterio: ¡es un progreso! Hollande es inteligente y astuto, y si bien no es como Mitterrand, al que le decían la Esfinge, su astucia es habernos hecho creer, durante mucho tiempo, justamente que no había misterio.

-Una de sus frases de campaña fue “un presidente normal”, para diferenciarse de Sarkozy. ¿Sigue siendo pertinente buscar la “normalidad” hoy, cuando Europa y el mundo viven una crisis extraordinaria? ¿No corre el riesgo de banalizarse y caer en la inacción?

-En esto hay dos niveles. Está la cuestión de su actividad, que es una pregunta política; y está la pregunta de su “normalidad”. Yo creo que el concepto de “normalidad” no quiere decir nada.  Da igual, y mientras nos preguntamos eso, no hablamos del Banco Central Europeo, ni de Merkel, ni del tratado europeo que rechazaba y que ahora aprueba. La normalidad es signo de su habilidad, pues le permite evitar las preguntas más complicadas.

-Usted admite haber estado tentado de votar por Mélenchon, el candidato de la extrema izquierda, pero finalmente decidió votar por Hollande. ¿Se arrepiente?

-Había razones políticas que explican mi voto. Yo estoy marcado, como muchos de mi generación, por el trauma del 2002  (año en que el candidato socialista no llegó a segunda vuelta por la dispersión de votos de la izquierda en primera vuelta). Yo nunca había votado socialista en primera vuelta, pues estaba bastante más a la izquierda. Pero ya en 2007 voté socialista, aunque Ségolène Royal no me convencía mucho. Al final, la alternativa es entre la derecha y el socialismo. Haga lo que haga Hollande, estoy muy feliz de que Sarkozy haya perdido el poder.

-Hollande acaba de lanzar un plan de austeridad, donde reniega explícitamente algunas de sus promesas. ¿Lo decepciona o se esperaba que esto ocurriera?

-Sí, hay cosas que decepcionan. Por ejemplo, la regla de oro (una reforma propuesta por Sarkozy, que inscribe en la Constitución un máximo de déficit en el gasto público; los socialistas la rechazaron, pero ahora Hollande se ha mostrado favorable), que prohíbe todo margen de acción al gobierno, es la típica  trampa de la derecha en la que caen los socialistas. Eso me decepciona. Al mismo tiempo, como elector de izquierda, estoy acostumbrado a que los socialistas me decepcionen: no hay que esperar mucho. También sé que en Francia el debate es muy caricaturesco. Después de todo, Hollande logró que Merkel aceptara un impuesto sobre las transacciones financieras, y ésa es una victoria de la izquierda, de la que no se habló mucho, pero fue un avance en el buen sentido. Esperaba un poco más, pero todavía espero, todavía queda tiempo. Además, me gusta mucho creer en la profecía de Emmanuel Todd, el intelectual francés que asegura que, de todos modos, Hollande no tendrá opción: la crisis es de tal profundidad, que tendrá que virar a la izquierda para modificar este viejo sistema de derecha y de capitalismo desregulado. Quiero creer que Hollande tendrá esta oportunidad histórica y sabrá aprovecharla.


-El filósofo Marcel Gauchet dice que Sarkozy tenía objetivos pero carecía de método, y que Hollande tiene método, pero carece de objetivos. ¿Le parece pertinente esa formulación del problema?

En lo referido a Sarkozy, eso no tiene sentido. Sarkozy fue todo y nada a la vez, no tenía ninguna dirección. Incluso se vanagloriaba de ser una especie de blanco móvil: antes que lo criticaran por alguna medida, él ya estaba haciendo otra cosa. Su única constante, como dice Todd, es haber sido suave con los fuertes y duro con los débiles.


-¿Cree que el presidente tiene alguna idea de lo que la izquierda debe hacer en esta crisis globalizada, más allá de los equilibrios europeos y socialdemócratas?

-Tiene una idea socialdemócrata que es el intervencionismo y la regulación. Tiene dificultades para aplicarla por causa de Merkel, pero tiene al menos esa idea, esa finalidad que no tenía Sarkozy, que era fundamentalmente un ultraliberal, en el sentido europeo. Hollande es socialdemócrata, con sus limitaciones: quiere la reforma, no la revolución. Por lo demás fue elegido con un programa que anunciaba alzas de impuestos. Su programa no es tanto reducir los gastos como aumentar los ingresos. No escondió que había problemas, y quiere establecer una austeridad de izquierda: no es lo mismo subir los impuestos que reducir los gastos. Por mi parte, prefiero pagar más impuestos y que los hospitales sigan funcionando.

-¿Se reconoce usted en la ambivalencia propia de la izquierda, entre el realismo y las ganas de ir más lejos?

-Me siento muy melenchonista. Creo que el pseudorrealismo de derecha, de Sarkozy y Merkel, nos tiene al borde del abismo. En los años 30, el realismo de Roosevelt consistía en grandes obras públicas y en impuestos elevados, y eso nos parece utópico hoy. Pero Roosevelt no era un soñador, era lo que necesitábamos.

-Después de haber pasado una temporada en el corazón de una campaña presidencial, ¿cuál es el elemento que usted rescata de esa experiencia?

-Descubrí la importancia del terreno. Yo pensaba que el terreno era un folclorismo, que saludar gente en el mercado, o incluso hacer una concentración, no pasaba de lo anecdótico. Pero en rigor estaba equivocado. Por una lado, el terreno crea una dinámica para el candidato y, por otro, es su único vínculo con el mundo real. Un debate por TV no es el mundo real, estás al otro lado del espejo; pero cuando el candidato se enfrenta a la gente, hay algo diferente, hay una dinámica. Aprendí eso, la importancia del terreno y de la realidad. Yo creía que estábamos en una sociedad post-debordiana, que la realidad había dejado de existir, pero en verdad todavía existe.

-Su libro toma el título de la frase de Hollande: “Nada ocurre según lo previsto”. Pero, ¿no puede decirse al mismo tiempo que en Hollande todo es fruto del cálculo y la perseverancia?

-Es cierto, es un tipo muy determinado. Pero nada ocurre según lo previsto, y hay dos casos en la campaña. Primero el caso Strauss-Kahn, que es a propósito del cual Hollande pronuncia la frase. Y luego está el caso Mohamed Merah, el joven musulmán que asesinó a varias personas (ante lo cual los candidatos suspendieron la campaña para evitar una escalada social del caso).

-¿Hollande siempre conservó la cabeza fría?

-Sí. En todo caso, si pierde la calma, no se nota. Lo vi nervioso una sola vez, la noche de la primera vuelta, cuando Mélenchon anunció que lo apoyaría.

-En sus trabajos, usted suele poner su propia subjetividad en primer plano, citando incluso una frase de S. Thompson (“Si quiere objetividad, vaya a revisar los resultados del deporte”). ¿Cómo concibe usted la articulación entre escritura y subjetividad?

-Yo no lo digo para parecer más literario, lo hago más bien por honestidad intelectual. No me gusta afirmar algo si tengo dudas, y los historiadores no siempre siguen esa regla. Tampoco me gusta hablar de un hecho histórico inventando algo sin advertir al lector. Es algo que me viene naturalmente. No sé si eso hace que mis textos sean más o menos literarios, pues la cuestión de la literatura es una pregunta muy complicada, pero me gusta la idea de que esto instaura una forma de diálogo con el lector. El lector puede enojarse conmigo, con este profesor de izquierda, hijo de comunistas; eso saca al lector de su actitud pasiva, lo vuelve activo. Esa idea me gusta mucho.


-Milan Kundera dice que lo propio de la novela es suspender el juicio moral. Dicho de otro modo, que la moral de la novela es no tener moral. En su libro HHhH, usted abandona un poco esa regla, pues asume siempre un punto de vista moral. ¿No perjudica eso el esfuerzo de comprensión al que alude Kundera?

-No creo. El problema central del libro no pasa por saber si los nazis son buenos o malos, porque todos saben que los nazis son malos. No es una cuestión interesante de discutir. A mi modo de ver, la pregunta interesante es la relación entre la historia y la literatura. Yo me ubico del lado de la historia, pero la ambigüedad de mi posición reside en el hecho de que cedo con frecuencia a la literatura, tengo la impresión de perder terreno frente a la literatura. Allí hay una tensión, y entonces una ambigüedad, y entonces es interesante. Por ejemplo, en HHhH, soy muy duro con Chamberlain y Daladier, a veces incluso más duro que con Hitler, lo que es obviamente injusto. Pero el lector dispone de los elementos de juicio, porque también explico mi cercanía sentimental con los checos, y por qué me duelen tanto los acuerdos de Münich.

-¿Cuáles son sus inspiraciones literarias?, ¿cree usted estar abriendo un nuevo camino literario con HHhH y su estilo tan singular?

-Hay algo de Xavier Cercas y la Anatomía de un instante; no es el mismo estilo, pero sí el mismo dispositivo. Algo parecido me ocurre con Emmanuel Carrère. La referencia principal, aunque insconsciente, es Maus, de Art Spiegelman. Hay un ir y venir entre pasado y presente que me parece muy interesante. Maus es un muy buen cómic, pero es sobre todo una formidable metanovela.

-¿Qué piensa de la polémica que se ha generado a partir de los últimos textos de Richard Millet, donde éste intenta explicar los crímenes de Breivik en clave literaria?

Creo que se trata de una polémica mal planteada. Desde luego, un escritor tiene derecho de hablar de lo que quiera y cómo quiera. El problema es que Millet quiere hacerse pasar por un escritor, pero todos sabemos cuál es su fantasma: Céline y los panfletos antisemitas de los años 30. El problema central de la literatura francesa es que nos tomamos muy en serio esa frase de Gide, “no se hace literatura con buenos sentimientos”. ¡Algunos cerebros débiles dedujeron de allí que los malos sentimientos pueden bastar para hacer literatura! Pero no es así, son órdenes diferentes, los sentimientos no garantizan la buena literatura, sean buenos o malos. No es sobre la moral que hay que criticar  Millet, es sobre su modo de escribir.

Entrevista publicada (parcialmente) en Qué Pasa el viernes 14 de septiembre de 2012

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