lunes, 15 de octubre de 2012

Jugando con fuego


IGNACIO Walker ha decidido sumarse al clamor por una asamblea constituyente. Tal sería, según él, la única salida disponible en nuestra situación. Cuando la política ya no logra dar con las respuestas, dice Walker, es imprescindible explorar alternativas para hacerse cargo de las demandas ciudadanas.

¿Tiene razón Walker? Sí y no. Sí, porque el fracaso de la democracia representativa puede producir, efectivamente, crisis impredecibles. Maquiavelo insistía mucho en esta cuestión: es mejor darles cauces institucionales a los humores sociales porque, de lo contrario, éstos siempre encontrarán cauces extra-institucionales para desahogarse. En ese sentido, hay claros indicios de que en Chile la clase política (y la elite en general) dejó de leer correctamente lo que sucede en el país. Y nadie puede responder una pregunta cuyos términos ni siquiera comprende.

Las dificultades comienzan después, al considerar el rol del mismo Walker en este proceso. Y aquí las cosas se complican. Digamos que resulta algo paradójico que el presidente del PDC, senador y ex ministro, se dé cuenta el 2012 que el sistema ya no funciona. Sus palabras, y las de toda su coalición tendrían más credibilidad de haber sido pronunciadas cuando ejercían el poder, aunque es cierto que estaban demasiado cómodos como para preocuparse de hojarascas. Lo menos que puede decirse es que dirigir un barco por 20 años sin complejos para declararlo inservible luego de perder las elecciones, no es síntoma de mucha convicción democrática. Pero hay más. Walker acusa al sistema político como si él mismo ocupara la posición del espectador. Pero no nos dejemos engañar: el fracaso de la política es también el fracaso de Walker y de tantos otros. En rigor, lo de Walker no es tanto valentía como abdicación, pues no acepta ni asume sus propias responsabilidades.

En cuanto al fondo, la asamblea constituyente es una opción válida si las circunstancias son extremas, pero implica riesgos que deben ser medidos; y no es, en ningún caso, una especie de antídoto capaz de resolver todos nuestros problemas. En rigor, aquellos que buscan una nueva constitución deberían partir por tomarse más en serio las exigencias de la deliberación pública. Muchos parecen creer que la asamblea constituyente es sinónimo de tirar el mantel y patear la mesa, pero es más bien todo lo contrario: generar una nueva constitución exige condiciones de diálogo y de respeto que nuestro debate está lejos de cumplir.

Es cierto que una nueva constitución sólo tiene sentido si el consenso predominante está roto (lo que no es seguro), pero al mismo tiempo esa constitución debe ser fruto de un nuevo consenso. Y es difícil suponer que políticos incapaces de alcanzar acuerdos tributarios, podrán mañana alcanzar acuerdos constitucionales (y no crea si le dicen que la nueva constitución será elaborada por los ciudadanos, porque no es verdad).

Raymond Aron decía que las instituciones sólo se hacen respetables con el pasar del tiempo. Nuestra carta fundamental fue objeto de una reforma profunda hace pocos años, cuando el presidente Lagos estampó su firma como signo de legitimidad. La república se merece algo más que renegar, al poco andar, de todo lo obrado, aunque fuera por conservar un mínimo de coherencia política.

Publicado en La Tercera el miércoles 22 de agosto de 2012

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