lunes, 15 de octubre de 2012

El futuro de la derecha


A PRIMERA VISTA, puede decirse que este gobierno cuenta con una proyección política nada de despreciable. En efecto, tres de sus ministros aparecen como presidenciables, y todos ellos se ubican en continuidad natural con la administración actual. Los tres son muy distintos entre sí, pero eso puede verse como signo de sana diversidad. En cualquier caso, tres proyectos alternativos parecen ser más interesantes que una candidata muda. Si todo esto es cierto, entonces la derecha puede mirar el futuro con moderado optimismo.

Sin embargo, si miramos un poco más de cerca, dicho optimismo tiene algo de ilusorio. Por de pronto, y a pesar de los números positivos, el gobierno no ha logrado (¿ni  logrará?) articular un discurso coherente que pueda, al menos, servir de base para pensar la derecha que viene. En ese sentido, cabe preguntarse qué significado puede tener el pretender continuar la obra del gobierno si éste no ha sido capaz de decirla ni definirla. Ni el gobierno de los mejores ni los guiños constantes a la izquierda constituyen un proyecto, y ni hablar de la nueva derecha, que nació asfixiada. La sociedad de oportunidades no se ha traducido en un eje claro y constante. Por su parte, los candidatos oficialistas no lo han hecho mucho mejor, y ninguno de ellos ha dado muestras de estar pensando en serio los desafíos del sector. De allí el interés en estirar al máximo la permanencia en el gabinete, donde los ministros están protegidos por la simbología propia del poder. Pero, una vez afuera, ¿tendrán algo sustantivo que aportar? ¿Cuáles serían las ideas centrales y las propuestas?

Son preguntas abiertas que los ministros-candidatos no se han molestado en responder, prefiriendo esconderse en el silencio o en las frases hechas. Por eso resulta tan sintomática -y absurda- la discusión sobre la fecha de las primarias: en ausencia de ideas, las únicas diferencias son puramente tácticas. En rigor, todo indica que las primarias no serán más que un nuevo concurso de popularidad desprovisto de contenido.

Nada de esto obsta, desde luego, a que la derecha pueda ganar los próximos comicios. El desorden de la Concertación es de tal magnitud, que Michelle Bachelet está lejos de tener la carrera corrida. Pero descansarse en las dificultades de la izquierda es la peor morfina para la derecha, pues su problema es mucho más grave: no se trata tanto del poder como de los fines. Dicho de otro modo, la derecha debería ser capaz, alguna vez, de ganar más por sus aciertos que por los errores del adversario (y en eso la campaña presidencial de Sebastián Piñera es un magnífico ejemplo de lo que no debe hacerse).

Todo esto supone un esfuerzo por pensarse a sí misma y hacerse cargo de los problemas que enfrenta el nuevo Chile, y debe hacerlo desafiando los lugares comunes impuestos por el progresismo, pero superando también el dogmatismo neoliberal más propio de la guerra fría que del siglo XXI. Si la derecha no hace ese trabajo, corre el serio riesgo de terminar siendo puramente episódica, esto es, incapaz de marcar una impronta o de sugerir un camino para nuestro destino común: seguirá administrando intereses, acaso apretando tuercas, pero confundiendo siempre la política con la mera administración.

Publicado en La Tercera el miércoles 25 de julio de 2012

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